Tras su jubilación, el locutor ha traslado su vida a València. La ciudad ha acabado siendo su terapia
VALÈNCIA. El 23 de febrero, entre el medio centenar de personas que estaban en el Teatre del Raval de Gandía viendo a Julio Bustamante (después le seguirían Ferran Palau y El Petit de Cal Eril), había una que merecía subir al escenario para recibir un espontáneo homenaje. Aunque estaba entre las últimas filas de butacas, cuando Juan de Pablos fue nombrado la sala se volcó en aplaudir a una de las figuras más importantes de la radio musical de las últimas décadas. Hacía tan solo dos días de su cumpleaños y su prejubilación, y con ella el final de su programa insignia, Flor de pasión. La misma pasión que daba título a su dosis radiofónica de música era la que le ha acompañado en su dilatada carrera, que ha querido acabar con 71 años, y la que movía a una masa de oyentes fieles a los cambios de horarios que ha sufrido el programa durante todos sus años.
Tras subir al escenario y recibir el homenaje, Juan de Pablos se coloca detrás de las butacas con un rostro que desprendía genuino orgullo y satisfacción. Alguien se interesa y le pregunta qué hace en Gandía un periodista de Madrid nacido en Cáceres. “Ya estoy instalado en València”, cuenta, mientras se resiste a quitar los ojos del escenario por el que pasará el siguiente grupo.
Unos días más tarde, Culturplaza le cita en Devil Records, la tienda de discos que se ha convertido en su segunda casa aquí. Llega con una bolsa vacía “para llenarla de vinilos” y se saluda y cuenta su fin de semana al dependiente de la tienda, Vicente. Destaca haber ido al Día Minimúsica en el que tocaron Las Auténticas, un grupo formado por las hijas de algunos de los antiguos componentes de Los Auténticos, que De Pablos considera que fueron injustamente infravalorados. Tras bichear por varios cajones de vinilos mientras posa para las fotos, descubre un montón que nunca había explorado. Empieza a hojear las carátulas mientras va soltando nombres imposibles de recordar y seguidos de un “es oro” o “dinamita pura”. Se acerca con un puñado y le dice a Vicente “me los llevo todos”.
Si Devil Records es su nueva segunda casa, es porque tras unos meses de idas y venidas desde Madrid, Juan de Pablos ha decidido quedarse en València, y València con él. El anuncio de su jubilación y la finalización de su programa en Radio 3 removió toda la escena musical independiente, que salió en masa a homenajearle. No es la primera vez, y aquel sábado no será el último que le aplaudirán: “pensaba que saldría por la puerta de atrás, pero todo lo contrario, aún me tengo que pellizcar para comprobar que esta despedida tan cálida no es un sueño”, cuenta. No lo dice con una humildad impostada, sino con conocimiento de causa. En el último año, el locutor se ha tenido que apartar hasta tres veces de los micrófonos de Prado del Rey por una depresión que se curaba viniendo a València al lado de su familia. Pasó en mayo, volvió a ocurrir a final de verano y la tercera recaída (y más fuerte) ocurrió tras las vacaciones de Navidad. Ahora “está cargado de pilas” y “estupendo”. La ciudad se ha convertido en su terapia: “El clima, la gente, la ciudad… Necesitaba esto, no hay sitio como València”.
Su futuro ha quedado lejos de las ondas por decisión propia y porque “no quiere hacer más espantadas”. No se plantea más la radio, pero en ningún caso dejará de pinchar, su gran pasión: “si dejo de hacer sesiones ya me hundo. Es lo que más me gusta hacer”. Tampoco descansará en su tarea por escuchar nueva música, descubrir y bucear entre sus cajas de discos. “Soy un vampiro y busco sangre joven. Si me quedo solo con los oldies me aburro”, dice. En un ejercicio por compartir esa sangre que, con tan buen ojo, ha ido encontrando, el locutor indica el camino a dos grupos “que son un diamante en bruto”: Axolotes Mexicanos y Tronco. Queda Juan de Pablos para rato, y ahora lo tenemos en València.
Todas las preguntas que se le hacen (por muy personales que sean) acaban inevitablemente en el tarareo de una canción o la historia de un disco y su relación con Joey Ramone, uno de sus referentes musicales. En su cabeza caben miles de datos que ha ido recopilando y locutando en su programa. Era una de sus marcas de la casa: presentar de manera pausada y profunda cada canción. Con todo esto, es casi obligatorio preguntarle qué ha cambiado en la industria musical en todos estos años. Por una parte, De Pablos destaca que vivimos un momento perfecto para descubrir música (“Está todo. Todo.”) pero eso no le quita su pesimismo sobre la transformación que ha sufrido la venta de música “debido a ese engaño que fue desde el principio el formato CD”.
También hace balance de la radio y de cómo ha cambiado, especialmente Radio 3: “cuando llegué había hasta informativos propios. Todo era contracultural, en la tele y en la radio, porque aún no existía la competencia de las televisiones privadas y había fondos para todo”, explica. Todo cambió con el final del monopolio, ahora las cosas tienen que ser más comerciales. Su oráculo, a pesar de haber abandonado la radio hace ya nueve años, sigue siendo Diego A. Manrique.
Y ya que la conversación se alarga y cabe todo, también se atreve a hablar de los medios de comunicación de Madrid y Barcelona y la música que sale desde aquí. “La escena valenciana está completamente infravalorada y es ignorada. ¿Quién conoce a Julio Bustamante? ¿Y a Remigi Palmero? ¿Por qué les costó llenar una sala en Madrid a Los Auténticos? El trabajo de muchos grupos y de discográficas como La Casa Calba acaban en un cajón que no merecen”, sentencia.