A veces pienso que los de izquierdas no dan un paso a derechas, o los de derechas no dan un giro a la izquierda. Los volantazos a veces suelen ser necesarios para evitar cualquier peligro que nos acecha. Las plazas vuelven a estar de moda. “La plaza es teua”. Una semana más sigo en el interior del símbolo de los valencianos, la plaza donde se ubica la casa Consistorial. La plaza de la pirotecnia. La plaza de las flores. “Ahora la plaza roja”. La plaza de las celebraciones, de las reivindicaciones. Callejear en tiempos del Covid-19 se ha vuelto insoportable. Complicado. El bicho, invisible, nocivo, pisa los talones en cualquier rincón o plaza. Para evitar los paseos, las nuevas tecnologías brindan una oportunidad sin exponerse a caer en los peligros de esta enfermedad de cubeta de laboratorio. Confinado en el hogar familiar puedes acceder a cualquier información en cualquier rincón del planeta en tiempo real. Así puedo seguir de cerca las obras de remodelación, de a priori, la Gran Place valenciana.
Es imprudente por los de siempre aventurarse viralmente sentenciando las nuevas modificaciones en el entorno sin estar finalizadas. Cuando comience el rodaje ya habrá tiempo más que suficiente para dilapidar la reforma. Algunos se empeñan en hacerlo en una simple dirección, derrumbar al gobierno municipal haga lo que haga, diga lo que diga, aunque vaya en la correcta que no buena dirección, que no es lo mismo. Difiero de estos advenedizos. Más que nada porque todavía los arquitectos de la misma no han emitido el certificado de final de obra. A unos le gustará más que a otros, eso no me cabe duda, como siempre afirma un actor de una serie cómica que reparte pinchitos televisivos a diestro y siniestro. De momento, mi veredicto es el de la prudencia. Observar desde la distancia cómo evolucionan las obras para posteriormente sacar las conclusiones oportunas. Aunque repito, por activa y pasiva, a amigos, familiares y conocidos que la verdadera esencia de la plaza, en ese ímpetu por recuperar el espacio público para los ciudadanos por los representantes del valencianismo diverso, debió hacerse desde los cimientos, desde el conocimiento, desde la responsabilidad con la historia de la ciudad y no desde el tejado, reabriendo un posible debate del cambio de nombre. Esperaba más de ellos. Y eso que me identifico plenamente con el modelo de infraestructuras que se está dejando en la ciudad para el futuro.
Si ya tuve bastante en los ochenta cuando le daba al play del VHS Mitsubishi adquirido en 1986 por mi padre por la módica cantidad de las 106.000 pesetas, visionando películas que no salían de aquella pantalla colonizada por una colina personalizada con las letras de Hollywood, o cuando tránsito por la CV-500 sin llegar a Cullera pensando que ya circulo por su casco urbano, de ahora en adelante, la palabra València identificará a los ciudadanos con la plaza del Ayuntamiento. La historia no la podemos arrastrar a nuestro antojo o por caprichos personales. Como en València casi nada está en su sitio, la personalización de València sobre el adoquinado debió realizarse en el espacio adecuado. Y cuál debe ser el sitio elegido, pues no es otro que el lugar donde el Cónsul Décimo Junio Bruto vio nacer y crecer a Valentia. No hubiera estado mal rotularla en el origen que no es otro que en los alrededores de la Plaza de la Virgen, o L' Almoina, para recordar que esta polis no solo pertenece a las hazañas de Jaime I o a los fuegos de artificio, sino que la ciudad de València fue en su nacimiento una colonia del imperio romano. En vez de València, quizás huiera estado mejor rotular sobre el asfalto Valentia, de haberlo hecho hubíeramos enseñado un poquito más al turista, dándole a conocer la historia del genésis de esta magna, noble y bella urbe que no es otra que “Valencia”.