Se venía cociendo desde hace semanas, pero la noticia se confirmó el miércoles. El PSOE decide dejar fuera de la Ley de Vivienda la regulación de los alquileres incumpliendo de forma flagrante el programa de gobierno con Unidas Podemos y los acuerdos suscritos con otras fuerzas parlamentarias y con los colectivos sociales. Leía ese mismo día en Twitter que resulta difícil distinguir que ha motivado ese movimiento: Si se trata de contentar los intereses de los gigantes inmobiliarios, que tienen un enorme poder en España, o de erosionar a Unidas Podemos a sabiendas de que su base social tiene una tolerancia mucho menor a los desengaños y a la frustración de las expectativas creadas. Personalmente, compro ambas hipótesis.
Conviene no olvidar que los constructores, los bancos y los fondos buitre a los que está obedeciendo el PSOE son exactamente los mismos que han financiado -y siguen financiando- al PP, los mismos de donde salen y donde regresan sus dirigentes, los mismos que se han beneficiado de sus gobiernos. Decía Montesquieu que hay dos formas de corrupción: la de las personas y la de las leyes. El problema no es solo que haya políticos corruptos, sino que estos engendran leyes corruptas y que tratan de moldear una sociedad a la medida de sus intereses. Madrid es el paradigma, una metrópolis cincelada por décadas de políticas neoliberales en que la derecha gobernante ha fabricado una sociedad derechizada a golpe de talonario y de buldócer.
Por eso ha chocado tanto la decisión de Pablo Iglesias de presentarse como candidato a las elecciones madrileñas que ya se daban por sentenciadas. Una misión aparentemente kamikaze. O verdaderamente kamikaze, veremos. Es una decisión que no tiene precedente más que en la ficción de una serie televisiva, sí, pero precisamente por eso es justo reconocer su valor. Es una operación relámpago desde la izquierda contra la operación relámpago de la derecha de convocar elecciones anticipadas. Un movimiento que lo trastoca todo, que pone los nervios a flor de piel porque obliga a todo el mundo a rehacer sus cálculos y a rediseñar sus planes casi desde cero.
En el caso de Más Madrid tenían que responder, además, a una oferta de unidad. Y se equivocaron. No tanto por la decisión de rechazarla -en tanto que era una encrucijada- sino sobre todo por la forma de hacerlo. En el mensaje de Mónica García sobraron los descalificativos y faltaron contrapropuestas. Hubiera sido mucho más oportuno ofrecer una campaña limpia para concentrar esfuerzos en tumbar a Ayuso, o un preacuerdo de gobierno entre fuerzas progresistas, o incluso plantearse algún acto conjunto que permitiera mostrar al pueblo madrileño que hay una sólida alternativa de gobierno. No lo hicieron. Pablo Iglesias podría haber contestado entonces a los descalificativos recibidos con otros, pero decidió dejar pasar la bola sabiendo que una trifulca entre MM y UP hubiera tenido como gran beneficiaria a Ayuso. Otra buena decisión.
Las réplicas del seísmo han alcanzado incluso al País Valenciano donde algunos voceros de Compromís han cargado contra Pablo Iglesias, probablemente temiendo las consecuencias que pueda tener un debilitamiento de su socio madrileño. Siempre hemos defendido que el bagaje de la experiencia valenciana podía ser muy valioso como ejemplo y como fuente de enseñanzas. Fuimos una de las primeras Comunidades Autónomas en ensayar un gobierno de coalición progresista que ha funcionado bien, pero al mismo tiempo, no hemos sido capaces de encabezarlo a pesar de que Compromís y Unidas Podemos sumamos más votos que el PSOE tanto en 2015 como en 2019.
Desde Unidas Podemos siempre hemos planteado acuerdos con Compromís que, como ya ocurrió en las elecciones generales de 2015 y 2016 nos permitieran liderar el espectro progresista. Esta posibilidad fue rechazada sucesivamente por Compromís en las tres convocatorias electorales de 2019. Sin embargo, esto no es lo más importante, lo fundamental es que una vez pasadas las elecciones, pueda existir complicidad y cooperación entre estas fuerzas políticas para lograr las transformaciones más amplias posibles. En esto es en lo que hemos venido insistiendo desde entonces y es algo que, desgraciadamente, todavía no hemos logrado plenamente.
A mí parecer existe una tentación permanente en Compromís de concebir a Unidas Podemos no como un aliado sino como un estorbo o una molestia. La concepción de que el único modo de poder mirar de tú a tú al PSOE es que Unidas Podemos sencillamente, no exista, para poder copar así todo el espacio a su izquierda. De ahí la tendencia a dar por muerto prematuramente a Unidas Podemos, de ahí que se minimice la colaboración entre ambas fuerzas y de ahí la necesidad de impulsar su propio referente a escala estatal.
El mayor partido dentro de Compromís, el Bloc, afrontará próximamente su congreso y ha decidido cambiar su denominación por la de Més Compromís. Deseándoles toda la suerte y acierto, esperemos que esa visión de la política valenciana no prevalezca y que lo haga una política de colaboración entre ambas fuerzas políticas porque ambas están llamadas a quedarse tanto en la política estatal como en la valenciana. Y si algún mensaje podemos transmitirle a la izquierda madrileña es que aprendan de nuestros aciertos, pero también de nuestros errores.