CASTELLÓ. Los oficios artesanos parecen tender hacia el olvido en una sociedad en la que, precisamente, la calma, la paciencia o la perseverancia han sido casi siempre destronados por la inmediatez, la aceleración o el apremio. Muchos de ellos son herederos de las artes que practican los seres humanos desde hace miles de años. Una de las más antiguas es la joyería, de la que cada vez se recuperan más vestigios, como por ejemplo, un colgante de marfil que data de hace unos 41.500 años, localizado en 2021 en Polonia, época en la que, según investigadores, el Homo Sapiens comenzó a manipular los colmillos de mamut para la producción de colgantes y objetos de decoración.
Fruto de los conocimientos heredados por la sociedad durante tantos años se mantiene viva la llama del oficio de joyero y joyera. Una llama que defiende con intensidad Beatriz Vicente, una valenciana que decidió afincarse en Almedíjar en la segunda década de este siglo y que se decantó por abrir un taller de joyería, después de la pandemia de la covid. La afición de diseñar joyas ya le venía de años atrás, cuando realizaba piezas para su familia o sus amigos, después de abandonar el sector de la moda y cerrar, tras la crisis de la burbuja inmobiliaria, una tienda de ropa con la que había emprendido.
De hobby a profesión
"Empecé como un hobby el diseño de las primeras piezas que me encargaban mis amigos y mis familiares, pero a la gente le gustaban y me las pedían, así que decidí cursar una FP de grado medio en 2017 sobre joyería; y tras varios años practicando y conseguir piezas calidad en las piezas, abrí mi propio taller", recuerda Beatriz. Collares, pulseras, anillos y alianzas, entre otras, son las piezas que cada día diseña y fabrica de forma artesanal desde Alas para volar, el nombre comercial de su taller.