MADRID. La reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) celebrada el pasado 17 de septiembre de 2025, ha sido una de las más esperadas de los últimos años. La Reserva Federal decidió finalmente rebajar el tipo de interés de referencia en 25 puntos básicos, situando el rango en 4,00%–4,25%. Se trata del primer movimiento tras cinco reuniones consecutivas en las que los tipos se mantuvieron inalterados, y aunque la decisión se ajusta a lo que preveía la mayoría del mercado, el desenlace está lejos de ser trivial: se ha abierto un debate sobre hasta qué punto el banco central estadounidense sigue actuando con total independencia, o si las presiones políticas empiezan a hacer mella en su credibilidad.
Un mercado dividido entre 25 y 50 puntos
En la antesala de la reunión, la expectativa más extendida era la de un recorte de 25 puntos básicos. Sin embargo, no eran pocos los analistas e inversores que especulaban con una bajada de medio punto, que habría supuesto un giro más agresivo en la estrategia de la Fed y que hubiera “echado mucha gasolina a los mercados”, especialmente a unas bolsas con sus índices principales cerca de máximos. La decepción relativa del mercado se notó en las horas posteriores al anuncio: ventas en renta variable y un leve repunte en la curva de tipos, lo que refleja que los inversores no recibieron un mensaje de contundencia.
La votación interna también refleja esa tensión. El único disidente fue Stephen Miran, asesor económico cercano al expresidente Donald Trump e incorporado in extremis al Comité, que defendió con firmeza un recorte de 50 puntos básicos. Su voto no fue casual: era exactamente lo que esperaba de él el entorno trumpista, que lleva semanas intensificando la presión pública sobre la Fed para que rebaje con rapidez el precio del dinero. El resto de miembros, (10, ante la persistencia de una vacante), se alineó con Jerome Powell en el recorte moderado de un cuarto de punto.
La paradoja de las previsiones
Más allá de la decisión en sí, el verdadero foco de atención estuvo en las nuevas proyecciones macroeconómicas. El cuadro presentado por la Fed deja más preguntas que respuestas. Por un lado, el organismo reconoce una desaceleración del mercado laboral y advierte de que los riesgos asociados al empleo han aumentado. Pero al mismo tiempo revisa a la baja la tasa de paro prevista para 2026 y 2027, situándola en el 4,4% y 4,3% respectivamente.
La contradicción se repite con el PIB: la Fed dibuja un panorama “algo más gris”, en palabras de Powell, y sin embargo mejora sus estimaciones de crecimiento en todos los años proyectados. Para 2025 ahora anticipa un avance del 1,6% (frente al 1,4% anterior), para 2026 un 1,8% (vs. 1,6%) y para 2027 un 1,9% (vs. 1,8%). La primera proyección para 2028 se sitúa en el 1,8%.
En inflación, el mensaje también mezcla prudencia con señales de confianza. Se reconoce un repunte en el corto plazo —el IPC subyacente se situó en el 3,1% interanual en julio y agosto—, pero se mantiene la idea de que las presiones serán transitorias y que el objetivo del 2% es alcanzable en el horizonte de medio plazo. El “dot plot” añade un matiz importante: ahora se anticipan dos recortes adicionales de 25 puntos básicos en lo que queda de 2025, cuando en junio no se preveía ninguno.
Este aparente optimismo en las previsiones, combinado con una decisión de recorte motivada por el supuesto deterioro del empleo, dibuja un panorama inconsistente que no contribuye precisamente a reforzar la confianza en el diagnóstico del banco central.
Trump, Powell y la independencia de la Fed
El telón de fondo de la reunión es eminentemente político. Donald Trump, que regresó a la Casa Blanca con una campaña marcada por la promesa de “reindustrializar América” y proteger al consumidor, ha sido particularmente agresivo en sus ataques a Jerome Powell, tal y como hemos comentado en alguna ocasión en esta tribuna que nos brinda Valencia Plaza. El expresidente no ha dudado en exigir una bajada “inmediata y contundente” de los tipos de interés, al tiempo que ha insinuado ceses y reemplazos dentro del propio Comité.
La llegada de Stephen Miran al FOMC no es anecdótica. Simboliza la voluntad de Trump de influir directamente en el proceso de toma de decisiones de la Fed, un terreno históricamente protegido frente a injerencias políticas. A Miran se suman otros perfiles con simpatías hacia el trumpismo, como los gobernadores Christopher Waller y Michelle Bowman, que en ocasiones previas ya se habían distanciado del consenso. Y aunque de momento un tribunal ha parado su salida, existe la posibilidad de que la economista Lisa Cook pierda su asiento, lo que abriría la puerta a un nuevo nombramiento alineado con la Casa Blanca.
En este contexto, la independencia de la Fed se encuentra bajo escrutinio como no ocurría desde los años 70. La presión política para relajar las condiciones financieras se enfrenta al mandato dual del banco central: preservar la estabilidad de precios y maximizar el empleo. La duda es si la Fed está reaccionando a los datos o a los titulares.
Riesgos para la credibilidad
La rueda de prensa de Powell intentó minimizar estas preocupaciones, pero algunos mensajes dejaron entrever la fragilidad del momento. “Estamos en modo gestión de riesgos”, afirmó el presidente de la Fed, sugiriendo que el comité está dispuesto a reaccionar rápidamente a los cambios en el entorno económico. Pero esa flexibilidad, que en otras circunstancias podría ser virtuosa, ahora se interpreta como un signo de vulnerabilidad ante la presión externa.
El mercado detecta además incoherencias: si la inflación pudiera repuntar en los próximos meses por el efecto retardado de los nuevos aranceles, ¿tiene sentido iniciar un ciclo de recortes acelerado? Y si el mercado laboral está mostrando más un ajuste por oferta —menor inmigración y envejecimiento demográfico— que una debilidad real en la demanda de empleo, ¿qué necesidad hay de estimular la economía con tipos más bajos?
La dispersión de expectativas dentro del propio FOMC tampoco ayuda. La mediana se inclina por dos bajadas, pero la falta de consenso genera ruido y alimenta la percepción de que la política monetaria podría estar entrando en un terreno de improvisación.
El impacto en los mercados y la economía real
Desde finales de julio, la caída en los rendimientos de los bonos del Tesoro refleja que los inversores ya anticipaban un giro más expansivo de la Fed. El bono a 10 años ha pasado del 4,38% al 4,04%, y el de 5 años del 3,96% al 3,59%. Sin embargo, tras la decisión del FOMC, el ajuste adicional fue escaso, lo que sugiere que el recorte no cambió sustancialmente la percepción de los mercados.
La renta variable reaccionó con ventas moderadas, confirmando la idea de que la decisión decepcionó a quienes apostaban por un movimiento más drástico. A medio plazo, la gran incógnita es si el ciclo de recortes logrará sostener la expansión económica sin reavivar presiones inflacionistas.
En el frente real, la creación de empleo neto podría situarse en torno a los 50.000 puestos mensuales, lo que sería suficiente para estabilizar el mercado laboral dadas las restricciones de oferta. Pero si los salarios repuntan, el riesgo de un rebote inflacionario se mantiene sobre la mesa. En ese escenario, la Fed podría verse obligada a frenar los recortes más pronto de lo que descuenta el mercado.
Conclusión: una Fed bajo presión
La decisión del 17 de septiembre será recordada menos por el recorte de 25 puntos básicos en sí mismo que por el contexto en el que se produjo. La Fed se enfrenta a la tarea titánica de preservar su independencia y su credibilidad.
Si el mercado y la opinión pública perciben que las decisiones de Powell y sus colegas responden más a las exigencias de Trump que a un análisis riguroso de los datos, la confianza en la política monetaria estadounidense podría erosionarse gravemente. Y esa pérdida de credibilidad sería mucho más costosa para la economía a largo plazo que cualquier error puntual en el nivel de los tipos de interés.
La Fed ha abierto la puerta a un ciclo de recortes, pero lo hace con un pie en el terreno de la política y otro en el de la economía. El riesgo es que, en ese delicado equilibrio, termine perdiendo su bien más preciado: la independencia.
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