MADRID. A estas alturas del año ya casi no sorprende leer que la plata firma uno de los ejercicios más alcistas de su historia reciente. En 2025 el "metal blanco" se ha revalorizado en torno a un 100%, ha marcado máximos históricos en dólares y ha dejado atrás no solo a la renta variable, sino también al oro, que "solo" sube cerca de un 50%. Quien veía la plata como el hermano pequeño y volátil del oro se ha encontrado con el activo del año.
Lo llamativo no es solo la magnitud del movimiento, sino su continuidad. No hablamos de un pico puntual, sino de una escalada casi ininterrumpida desde comienzos de año, culminada con cotizaciones por encima de los 57–58 dólares la onza, niveles nunca vistos. Para encontrar algo comparable hay que remontarse a finales de los años 70, cuando la famosa "aventura" de los hermanos Hunt disparó el precio más de un 700% antes del desplome del 'Silver Thursday'. Ese recuerdo sobrevuela ahora el mercado y alimenta la pregunta incómoda: ¿estamos ante una burbuja o ante la normalización de un activo infravalorado durante décadas?
De refugio táctico a "mineral crítico"
Una parte de la explicación es macroeconómica. La combinación de tipos de interés a la baja en Estados Unidos, dólar más débil y un clima de elevada incertidumbre —guerras, tensiones políticas, dudas sobre la deuda— ha devuelto atractivo a los metales preciosos como refugio. El rally del oro, que ha superado por primera vez los 4.000 dólares la onza, ha arrastrado a la plata, que suele amplificar los movimientos del metal amarillo.
Pero 2025 añade un elemento nuevo: la política industrial y de seguridad económica de Estados Unidos. Washington ha incorporado la plata a su lista de "minerales críticos", junto con el cobre y otros materiales estratégicos para la transición energética y la industria avanzada. Estar en esa lista implica más atención regulatoria, posibles ayudas a la producción doméstica y la opción de utilizar el comercio de plata como herramienta geopolítica, mediante aranceles, controles a la exportación o compras estratégicas. El mercado empieza a ver la plata no solo como refugio financiero, sino como pieza de la competencia tecnológica y energética global.
El fantasma de los aranceles y las tensiones de liquidez
La estrategia arancelaria de la administración Trump en su segundo mandato ha añadido gasolina al fuego. El nuevo esquema de "tarifa recíproca", con un recargo general a la mayoría de las importaciones y tipos más altos para algunos socios, encarece la entrada de metales en Estados Unidos y ha llevado a muchos operadores a adelantar envíos.
En el caso de la plata, Estados Unidos importa una parte relevante de su consumo desde Canadá y México; cualquier cambio sobre esos flujos altera rápidamente primas, inventarios y disponibilidad física. La simple posibilidad de aranceles específicos sobre la plata, aprovechando su nueva etiqueta de "mineral crítico", ha bastado para desviar grandes volúmenes de metal hacia almacenes estadounidenses, tensionando el mercado de Londres y generando diferencias inusuales entre precios al contado y de futuros. Es un recordatorio de que, en un mundo de cadenas de suministro globalizadas, los movimientos políticos tienen un impacto casi inmediato en las materias primas.
Un déficit que no es coyuntural
Más allá de la macro y de la geopolítica, hay una realidad incómoda: la plata lleva varios años consumiendo más metal del que se produce. El Silver Institute estima que 2025 será el quinto ejercicio consecutivo de déficit y que el agujero acumulado desde 2021 equivaldrá prácticamente a toda la producción minera mundial de un año.
Aunque la demanda total se modere algo —sobre todo en joyería y monedas, penalizadas por los altos precios—, la demanda industrial sigue siendo muy robusta. La plata es difícilmente sustituible en aplicaciones clave de la transición energética (paneles solares, redes eléctricas) y en la electrónica asociada al vehículo eléctrico, los data centers de inteligencia artificial o determinados usos químicos. Incluso cuando los fabricantes intentan reducir el uso por unidad, el volumen que exige el despliegue de estas tecnologías compensa ese ahorro.
En la oferta, en cambio, la foto es mucho menos dinámica. La producción minera crece despacio, con proyectos que tardan años en ponerse en marcha y que a menudo extraen la plata como subproducto de otros metales. El reciclaje ayuda, pero no cierra la brecha. El resultado es un mercado estructuralmente tenso que, ante cualquier shock de demanda o episodio especulativo, reacciona con movimientos de precio muy bruscos.
China, Londres y el (nuevo) mapa físico de la plata
China es otro actor clave. En 2025, los inventarios de plata en los almacenes vinculados a la Bolsa de Futuros de Shanghái han caído a mínimos de la última década tras un repunte de exportaciones hacia Londres para aliviar el estrangulamiento de suministro en ese mercado. Esa salida de metal deja a China con menos colchón para abastecer a su propia industria justo cuando la demanda fotovoltaica y electrónica sigue siendo intensa. El mercado de Shanghái ha llegado a entrar en backwardation —precios inmediatos por encima de los diferidos—, una señal clara de escasez a corto plazo.
Este rediseño de flujos físicos tiene dos implicaciones de fondo. La primera, que la liquidez en plata es menos “global” de lo que parece: si parte del metal queda “atascado” en determinados países por motivos arancelarios o regulatorios, la oferta efectiva para el resto del mundo se reduce. La segunda, que el papel de China ya no es solo el de gran consumidor, sino también el de proveedor o "prestamista de última instancia" de plata para el mercado internacional. Cuando China deja de exportar o pasa a reimportar, la tensión en precios puede escalar con rapidez.
¿Burbuja especulativa o ajuste de precios estructural?
Con este telón de fondo es lógico que se hable de auge especulativo y que la palabra burbuja aparezca con frecuencia. La entrada masiva de capital en ETFs de plata, las estrategias cuantitativas siguiendo tendencia y el FOMO de muchos minoristas han amplificado un movimiento que, por fundamentales, quizá habría sido más gradual.
Conviene, sin embargo, separar dos planos. En el corto plazo, la plata es famosa por sus oscilaciones violentas: subidas verticales seguidas de correcciones del 20–30% en semanas. Quien compra tras una multiplicación de precios debe asumir ese riesgo. En el medio plazo, en cambio, el mercado está reconsiderando un activo que combina tres rasgos poco frecuentes: escasez relativa, papel creciente en tecnologías de futuro y consideración política como recurso estratégico. Esa mezcla sugiere que una parte del rally no es solo espuma, sino un "repricing" estructural frente al pasado.
¿Qué implica todo esto para el inversor?
Para el inversor particular o institucional, la primera lección es clara: la plata no es el nuevo bitcoin, pero tampoco el viejo metal secundario que vivía a la sombra del oro. Su comportamiento en 2025 demuestra que puede aportar diversificación y potencial de rentabilidad, pero al precio de soportar una volatilidad extrema.
La segunda lección tiene que ver con su papel en cartera. En un contexto de tipos reales a la baja, dudas sobre la deuda pública y transición energética acelerada, tiene sentido que una pequeña fracción del patrimonio se asigne a metales preciosos. Pero, incluso para perfiles agresivos, es difícil justificar pesos muy elevados en un activo que puede moverse un 10% en dos sesiones. La prudencia aconseja tratar la plata como posición satélite dentro del bloque de materias primas o activos reales, con pesos modestos y revisiones periódicas.
La tercera lección es que probablemente no estamos ante el último episodio de tensión. Mientras la oferta no reaccione con fuerza —algo que llevará años— y la política comercial siga introduciendo incertidumbre, la probabilidad de nuevos episodios de "estrés de liquidez" seguirá ahí, con titulares sobre inventarios mínimos, primas disparadas o desajustes entre el mercado físico y el financiero.
Un metal menos "gris" de lo que parece
En definitiva, la plata ha dejado de ser ese metal "gris" del que apenas se hablaba para convertirse en un termómetro bastante preciso de tres grandes debates: el control de las cadenas de suministro críticas, la transición hacia una economía descarbonizada y el cuestionamiento del patrón dólar como referencia única de seguridad financiera.
Mirar la plata solo como un "oro barato" es quedarse corto. El inversor que se acerque a este mercado hará bien en recordar su historial de excesos, pero también en prestar atención a lo que nos dice sobre la economía real. Detrás de cada onza no hay solo especulación: hay placas solares, chips, cables, sensores, políticas industriales y decisiones geopolíticas que seguirán marcando la agenda durante mucho tiempo.
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