Comarca y empresa

UN AÑO DESPUÉS DE LA DANA

Pastelería Galán: un negocio con medio siglo de "dulzura" en Albal que volvió a levantarse tras la Dana

Tras quedar anegada por 1,60 metros de agua el 29 de octubre de 2024, la primera confitería de Albal reconstruyó su obrador y reabrió en febrero con más fuerza que nunca

  • El equipo de Pastelería Galán, en Albal.
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VALÈNCIA. Es martes 29 de octubre de 2024. En Albal, la tarde cae sin lluvia, pero con un aire denso, como si algo ignoto se estuviera gestando desde la lejanía. En el obrador de la Pastelería Galán, José Vicente termina de recoger bandejas y desconectar los hornos. Son cerca de las siete de la tarde cuando decide cerrar antes de la hora original. "Notábamos algo raro. No llovía, pero el agua empezaba a subir desde las calles altas", recuerda.  

José Vicente sale de la pastelería para recoger a su hija de la clase de inglés. "Cuando la dejé en la esquina de casa, vi una lengua de agua que bajaba hacia nosotros. Ella aún pudo llegar saltando, yo ya no. Tuve que ir a casa de mis padres después de cerrar la pastelería", cuenta. En pocos minutos, el agua avanza sin explicación aparente. No es la lluvia, porque no cae ni una gota, sino el desbordamiento del barranco del Poyo en los municipios vecinos que se expande por la zona baja de Albal. 

El casco antiguo, donde está la iglesia, permanece seco. Pero, en la parte más baja, donde se encuentra la pastelería, el nivel del agua no deja de crecer. "Ese día descubrimos la inclinación real del pueblo. No sabíamos que la diferencia era tanta hasta que vimos el agua entrar", dice. Poco después de las siete, la corriente ya ha cubierto las aceras. "No era normal. Había vivido otras lluvias fuertes, pero esto no se parecía a nada", añade. Horas más tarde, la Pastelería Galán es un espejo roto de luces reflejadas en el lodo.

  • Obrador de la Pastelería Galán, en Albal, tras la Dana.- Foto: JOSÉ VICENTE GALÁN

A las tres de la madrugada, cuando el agua ya ha descendido, José Vicente vuelve. Camina entre coches apilados, barro y silencio. Dentro del obrador, la línea de fango en la pared marca el nivel de la inundación: 1,60 metros. Todo lo que hay bajo esa altura está perdido. "Entré, di una vuelta y me fui. No aguanté ni un minuto y medio", recuerda. Las cámaras frigoríficas han flotado y se han volcado. Los hornos, por su parte, han quedado todos inutilizados. 

De hecho, el único aparato que ha resistido es una fermentadora con el motor anclado en la parte superior. "Todo lo demás quedó destrozado. Ni la tienda se salvó", lamenta José Vicente. A la mañana siguiente, el olor a humedad y levadura se mezcla con el del gasoil de los vehículos dañados en la calle. La pastelería está en el mismo sitio, en la Avenida Cortes Valencianas, pero exhibe una apariencia distinta. Medio siglo de trabajo familiar convertido en barro.

  • Azulejo que marca el nivel que alcanzó el agua el 29-O en Pastelería Galán. - Foto: KIKE TABERNER

Un nombre bajo el agua

Fundada en 1973 por el matrimonio entre Joaquín Galán y Dora Samper, la Pastelería Galán fue la primera confitería de Albal y, desde entonces, uno de los pilares que sustentan la tradición repostera en l’Horta Sud. Premiada en numerosas ocasiones por su mocadorà, considerada "la mejor de València", se había convertido en un punto de peregrinaje para vecinos de toda la comarca. Sin embargo, la Dana del 29-O se lo llevó todo en cuestión de horas: en total, 1.000 metros cuadrados de instalaciones, entre obrador y tienda. 

"Todo quedó inutilizado, menos las paredes", resume José Vicente. Durante las primeras semanas, apenas pudo reaccionar. "Estuve bloqueado. No sabía por dónde empezar", admite. Fue su mujer, Raquel, quien le obligó a mirar hacia adelante. "Me dijo: 'Ya está, hay que decidir si seguimos o no'. Y decidimos que sí. Porque esto es lo que sé hacer. Es mi vida y la historia de mi familia". El apoyo no tardó en llegar. Clientes habituales, voluntarios y los propios trabajadores de la pastelería se acercaron con cubos, palas y mensajes de ánimo. 

  • Daños de la Dana en el obrador de Pastelería Galán.- Foto: JOSÉ VICENTE GALÁN

"Los primeros quince días fueron solo limpiar. Sacábamos barro sin parar. Cuanto más limpiabas, más salía", recuerda José Vicente. Llegaron bomberos de la Junta de Andalucía y efectivos del Ejército, pero quienes más ayudaron, dice, fueron los vecinos de Albal. "Venía gente de todo tipo, a algunos no los conocía de nada. Chavales, jubilados o clientes de toda la vida. Nos decían: 'No podéis cerrar nunca'". Poco a poco, la desolación se transformó en propósito: "Mi mujer, mi hermana y yo pensamos que la historia de Galán no podía terminar así". Esa idea se convirtió en su motor durante los meses siguientes.

El inicio de la reconstrucción

A mediados de noviembre, con el local ya limpio, José Vicente comenzó la reconstrucción. Lo hizo él mismo, paso a paso, sin intermediarios. "Primero saneamos las paredes y revisamos la instalación eléctrica. Luego recurrimos a fontaneros, albañiles y pintores. Después, pasamos a reponer la maquinaria y el punto de venta", explica. El proceso duró tres meses y reabrieron en febrero.

Durante ese tiempo, las jornadas eran eternas. "Teníamos que esperar semanas por una simple instalación de gas o por la campana extractora. Todo el mundo necesitaba profesionales a la vez. Practicamos mucho la paciencia y la empatía", admite, con una media sonrisa. Las pérdidas superaron los 300.000 euros y el seguro tardó seis meses en llegar. 

  • Interior de la Pastelería Galán, en Albal.- Foto: KIKE TABERNER

"Cobramos en abril. Mientras tanto, tiramos de un crédito ICO de 90.000 euros para pagar a los obreros. Si no lo pides, no sales adelante", reconoce José Vicente. Algunas empresas proveedoras les montaron la maquinaria con la promesa de cobrar después. "Me decían: 'Te lo pongo y ya me lo pagarás'. Eso fue vital. Igual les daba seis meses más que un año. Esa confianza fue lo que nos sostuvo".

Sin embargo, las ayudas públicas llegaron a cuentagotas. "Del Gobierno central recibimos 10.000 euros y 1.000 por trabajador. Éramos quince, así que 25.000 en total. No daba ni para una batidora", ironiza José Vicente. También hubo donaciones privadas: del Gremio de Panaderos de València, de la Casa de la Caridad y de decenas de clientes anónimos. "Había quien venía con 20 euros, otros con 200. Todos querían que siguiéramos. Eso no se olvida", recuerda. En enero, cuando la estructura estuvo lista, los trabajadores salieron del ERTE y comenzaron a preparar la reapertura. 

  • Trabajadores en el obrador de Pastelería Galán, en Albal.- Foto: KIKE TABERNER

El día que volvió el olor a horno

El 1 de febrero de 2025, la persiana de Pastelería Galán volvió a subir. La imagen de su padre, Joaquín Galán, saludando a los clientes y apoyado en su gayato, quedó grabada en su memoria. "Verle allí, sonriente, fue el mayor regalo. Para mis padres, que vieron cómo retomábamos la actividad, fue una alegría inmensa", admite José Vicente. Desde entonces, la vida ha vuelto al obrador. "Hoy facturamos un 20% más que antes de la Dana. La gente se ha volcado con nosotros. Muchos hornos de la zona no han podido volver a abrir, y eso ha hecho que venga más público, pero sobre todo ha sido el cariño del pueblo", explica.

La plantilla ha pasado de 15 a 19 trabajadores. El nuevo obrador está completamente modernizado, con equipos más eficientes y sostenibles. "Hemos notado una bajada de la factura de luz y gas. Ahora trabajamos más cómodos y con más seguridad", admite José Vicente. La tienda luce un suelo de azulejo valenciano blanco y azul, paredes limpias e iluminadas y mostradores de cristal donde se alinean croissants, donuts, rosquilletas de anís y tartas con el sello "Pastelería Galán". En la entrada, un panel recuerda su origen: "Nuestra dulce historia comienza en 1973…".

  • Joaquín Galán, fundador de la pastelería, junto a su hijo, José Vicente, actual responsable.- Foto: KIKE TABERNER

A pesar del renacer, José Vicente ha cambiado su forma de entender el negocio. "Antes servíamos a salones de bodas, mercados medievales y otras pastelerías. Ahora no. Ya no tengo furgoneta. Me centro en la venta directa", explica. No se trata solo de reducir, sino de reencontrar el sentido de lo que hacen: "Mis padres empezaron con un pequeño obrador y una tienda. Yo he vuelto a eso. Un poco por obligación, pero también por convicción".

Ese nuevo ritmo le ha devuelto algo que antes no tenía: tiempo. "Antes trabajaba de seis de la mañana a siete de la tarde, incluso más. Ahora me reservo las tardes para mis hijas. Te das cuenta de que, de la noche a la mañana, puedes perderlo todo", dice, en un tono reflexivo. Lo cierto es que el destino quiso que, apenas unos días antes de la catástrofe, la Pastelería Galán recibiera el premio a la mejor mocadorà de 2024. "Pasamos de la alegría absoluta a no tener nada. Fue un contraste brutal".

Pero ese reconocimiento también sirvió de impulso moral. "Teníamos una marca, una calidad, una tradición. Eso ya era un 30% ganado para empezar otra vez", admite José Vicente. Cada fin de semana, la tienda vuelve a llenarse de clientes que vienen desde Catarroja, Benetússer e, incluso, València capital: "Es muy bonito ver que seguimos siendo parte de la vida de la gente".

  • Interior de la Pastelería Galán, en Albal. - Foto: KIKE TABERNER

Un año después de la Dana, José Vicente habla sin dramatismo, pero con la conciencia de quien ha pasado por el barro y ha vuelto a levantarse. La Pastelería Galán no es solo la historia de una empresa que resurgió, sino la de un pueblo que se reconoció en ella. Hoy, el horno que estuvo sumergido hasta el corazón sigue encendido, recordando que en Albal, incluso cuando el agua arrasa, siempre queda la fe y la voluntad de seguir.

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