Entrevista

CULTURA

Andrés Ortega: "Educar a los hijos para desconectar es tarea de los padres y también de las autoridades"

En su último libro, Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, el escritor, analista y periodista Andrés Ortega se pregunta "por qué tantos están hoy tan solos". El nieto del filósofo José Ortega y Gasset constata que el confinamiento aceleró la digitalización de las sociedades y reivindica la solitud como una soledad "deseada o positiva" para la que el ser humano del siglo XXI ha dejado de reservar espacios y momentos.

  • Andrés Ortega, ante el estanque del Parque Ribalta en su reciente visita a Castellón.
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CASTELLÓ. El escritor, analista y periodista Andrés Ortega Klein (Madrid, 1954) sabe bien lo que pesa un apellido. Nieto del filósofo José Ortega y Gasset, sus padres son editor y escritor José Ortega Spottorno, fundador de El País, y Simone Klein Ansaldy, más conocida como Simone Ortega, autora de 1.080 recetas de cocina, uno de los libros más vendidos y leídos del último medio siglo en España, con más de 3,5 millones de ejemplares. Con este bagaje familiar, Andrés Ortega se autodefine en su perfil de X como “curioso, prospectivista, internacionalista y europeísta”. Ha sido en dos ocasiones (1994-1996 y 2008-2011) director general del Departamento de Análisis y Estudios del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Antes había sido asesor del ministro de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez.  En su segunda etapa en La Moncloa, coordinó bajo la presidencia de Javier Solana el grupo redactor de la primera Estrategia Española de Seguridad. Editorialista y columnista de El País, fue el primer director (2004-2008) de Foreign Policy en español y editor-fundador del Observatorio de las Ideas, así como Senior Research Fellow del Real Instituto Elcano.

Como periodista, de 1980 a 1988 había trabajado como corresponsal de El País en Londres (1980-1982), Bruselas (1983‑1986, durante las negociaciones de adhesión de España a la CE y el referédum sobre la OTAN) y de Relaciones Internacionales (1987-1988). De 1996 a 1999 dirigió el Servicio de Estudios del Grupo Prisa, y posteriormente el Círculo de Debates (Grupo Prisa y Círculo de Bellas Artes de Madrid). Autor de múltiples libros -entre ellos la reciente novela Sé agua (Alianza Editorial)- el pasado 6 de noviembre presentó el último en el Ateneo de Castellón: se trata de Soledad sin solitud (Ediciones Nobel), que ha recibido el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos.

- El subtítulo de Soledad sin solitud es 'Por qué tantos están hoy tan solos'. Me llama la atención la palabra hoy: ¿se ha agudizado el fenómeno de la soledad con las nuevas tecnologías de la información?
-
No, yo creo que es un fenómeno muy del siglo XXI. Por supuesto, empieza antes con la urbanización creciente, la ruptura de las familias, la nueva industrialización o o la vida laboral, que se complica... pero es un fenómeno muy ligado al desarrollo de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, si vemos en qué empleaba la gente más tiempo y fijándonos en donde más lo han estudiado, que es EEUU, pues hace un siglo lo primero era la familia, luego los amigos, luego los estudios, y eso ahora eso se ha dado la vuelta y hoy en términos de tiempo dedicado, lo primero es lo 'online'. Y los amigos, la familia... han bajado. Y eso se puede fechar incluso en 2006-2007.

- Cuando irrumpe el iPhone, digamos.
-
Cuando irrumpe el primer smartphone, el primer teléfono inteligente que permite el acceso a Internet, la pantalla que nos deja hacer fotos, enviar fotos, enviar vídeos, etc. Y a partir de entonces se produce un fenómeno de captación de la atención de la gente, que provoca un aumento de soledad bastante considerable. Si vemos las curvas, desde 1970 hay una curva creciente de gente que se siente sola, siempre con EEUU por delante, luego la media mundial y España está un poco por debajo, porque quizás somos una sociedad más mediterránea, más social. Pero es un fenómeno muy siglo XXI y que va a marcar este siglo.

- En el libro describe cómo la pandemia ha llevado a parte de la gente a buscar más la solitud y ser más selectivos en cuanto a sus amistades, a elegir con quién pasa el tiempo.
-
Eso es así. Pero creo que el Covid, y sobre todo el confinamiento, produjo una aceleración de la digitalización de las sociedades. En España, desde luego: en un año hicimos lo que hubiéramos tardado, a lo mejor una década. Pero también creo que produjo una ruptura de esa idea liviana de la amistad para ser más selectivos. Y a la vez, cuando empezaron a abrir las cafeterías, los bares... pues sobre todo en este país, hubo unas ganas de salir. Pero un joven que empezara en la Universidad ese año o el siguiente, no experimentó inicialmente una cosa que es muy importante en la Universidad, que no es solo aprender una asignatura, sino tener una relación con un maestro, con otros alumnos coetáneos...esa falta de experiencia estudiantil creo que ha marcado a esa generación.

- El libro parte de la distinción entre las palabras soledad y solitud. ¿Es esta última solitud el gran lujo perdido en este siglo, como si la hiperconectividad nos hubiera expropiado este espacio de intimidad, de estar a solas con uno mismo?
- Bueno, una de las tesis que mantengo es que las causas que han provocado una mayor soledad son las mismas que han impedido tener solitud, entendida como una soledad deseada o soledad positiva. Hemos perdido espacios y tiempos para eso. La gente dedica de media seis o siete horas al día a la pantalla, ya sea la televisión o el móvil. Un joven dedica seis o siete horas. Una persona adulta trabaja a veces a distancia, es decir, sin relaciones presenciales, y otras horas son para comer y a dormir. No queda tiempo para la solitud, para ese retraimiento en sí mismo, esa retirada estratégica a uno mismo que decía Ortega . Él no usó la palabra solitud, pero la idea está muy presente en él. Creo que es necesaria para la tranquilidad de la gente, para el descanso y también para la creatividad, entre otras cosas. Sin exagerar, claro, porque si todo el mundo se dedicara a la solitud, estaríamos en una sociedad de egoístas. Todo tiene su cara y su cruz. Pero a grandes rasgos, la solitud es lo que nos permite la capacidad de concentración. Y la hiperconectividad nos lleva a maximizar nuestra dispersión, es todo lo contrario.

El analista ha ganado el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2025. 

- Comprendo.
-
Utilizo una expresión muy orteguiana, que es la alteración. Vivimos alterados todo el rato pendientes de la de la pantalla, ya sea para recibir mensajes, para ver un vídeo, algo informativo o no, pero estamos pendientes de eso. A ver cuántos me gusta hemos logrado. Y creo que perdemos la otra cara, que es muy humana, que es la capacidad de ensimismamiento, de estar con uno mismo a solas. Yo creo que mucha gente está aprendiendo a vivir en una sociedad donde no hay ensimismamiento y todo el mundo vive alterado. Y creo que esa alteración provoca algunos fenómenos sociales negativos como pueden ser la falta de reflexión o el verte llevado hacia unas tribus virtuales que piensan como tú sin escuchar a otros, lo que llamamos cámara de eco. Todo ello, al final favorece la polarización.

- Dedica un capítulo a la economía de la soledad. ¿Quiénes se benefician de todo este fenómeno?
-
Son de dos tipos. Por un lado, las grandes empresas tecnológicas, que viven de robarnos nuestra atención y viven de vendernos deseos, a veces de manera muy inconsciente para nosotros. Nos venden lo que ellos deducen que deseamos, incluso nos venden cosas que no sabemos que deseamos, pero que cuando nos lo ofrecen decimos “pues sí, esto lo deseo”. Y la otra parte es toda una economía de la soledad, empezando por los pisos pequeños de gente que quiere vivir sola. El crecimiento de las mujeres que viven solas es importante y significa algo. Y yo creo que puede ser positivo, por lo menos si lo ven así. Y toda una economía para la gente que vive sola, con artículos pequeños de alimentación para hogares unipersonales, etc. Y ahí entra también otra cosa que nos venden las grandes tecnológicas: la compañía digital.

- La solución a un problema previamente creado.
-
Eso no está en el libro. Pero ha salido en los últimos días: están vendiendo ya unos programas de inteligencia artificial generativa que son hombres o mujeres que con los que tienes una relación íntima e incluso, cada vez más, pornográfica. Y para eso cobran, cobran cada vez más y la relación va progresando gradualmente según tus deseos. Esto antes era una utopía que salió en Her, aquella película en la que mucha gente se enamora de un programa que tiene una voz muy, muy atractiva, la de Scarlett Johansson. Y ahora ya no es solo con voz, sino también con imágenes.

- Dice que la evolución de la economía incentiva la soledad. Supongo que sucede más en unas sociedades que en otras.
-
Sí, hay sociedades más solitarias. Japón es un caso, entre otras cosas por la baja natalidad, lo que junto a las distancias físicas, te impide cuidar de tus mayores. O Estados Unidos, una sociedad donde ha crecido mucho la soledad y donde la gente tiene cada vez menos amigos. Hace unos años les preguntaban a los ciudadanos americanos cuántos amigos de confianza tenían. Me parece que eran seis o siete, y ahora la cifra ha bajado a dos. Y eso quiere decir que la gente ya desconfía de todo el mundo. Es una sociedad donde se ha roto la confianza, en parte por la soledad y por la falta de experiencia de lo que es una relación presencial: una conversación, un compartir más alegrías y dolores y ser sinceros.

En un momento de la entrevista, con un ejemplar de su último libro. 

-¿Y en ese punto de diferenciación que hay entre sociedades, ¿dónde estamos nosotros, los españoles?
-
Creo que somos de los menos solitarios, aunque también aquí ha aumentado muchísimo la soledad, como en todas las sociedades desarrolladas. Creo que es porque tenemos un sentido de la familia distinto: nos gusta mantener relaciones con padres, hijos, nietos y primos. La familia, en sentido amplio, se valora mucho. Y nos gusta salir a bares, a terrazas, el buen tiempo. Eso yo creo que es muy mediterráneo y eso nos diferencia, para empezar, de las sociedades nórdicas europeas, mucho más frías. También hay aquí más relación con los vecinos; aunque se está perdiendo, en muchos barrios hay un sentimiento vecinal. En Suecia hubo un experimento del Estado de Bienestar en el sentido de exagerarlo para que nadie tuviera que cuidar de los necesitados, reemplazando a sus cuidadores por funcionarios. Y hubo una protesta, triunfando al final los que protestaban contra la medida. Porque la gente quiere que le cuiden los de siempre, ya sea el vecino, la cuñada o lo que sea. Y allí eso ha cambiado: ahora el gobierno sueco está lanzando campañas para que por lo menos saluden a sus vecinos y les pregunten cómo están.

- ¿Es posible que sea la primera vez en que una revolución impacta por igual a campo y ciudad? Porque las pantallas están en ambos lugares y la conectividad se ha extendido.
- Bueno, pero en las ciudades grandes lo que verdaderamente impacta en la soledad es el anonimato. Son unos hábitats mucho más anónimos, lo que además es algo que uno busca en la gran ciudad, que puedas salir y no te conozca nadie, y no te vigilen. Y además, vamos a un mundo mucho más urbanizado, donde en unos años, un 80% de la gente vivirá en ciudades y no en el campo.

- La sociedad de hoy está fragmentada en diferentes cámaras de eco. ¿Podríamos estar ya en una deriva inevitable, de regurgitación de las mismas ideas dentro de cada grupo social?
- Bueno, yo soy pesimista a corto y medio plazo. Sí, creo que vamos a peor. Entre otras cosas porque hay actores que se están beneficiando de estas tecnologías y de la soledad -porque la fomentan- y de la ira -porque la explotan-. Me refiero a los regímenes totalitarios. Las tecnologías dan una capacidad de vigilancia que no existía antes. Ahora hay cámaras no solo en los regímenes totalitarios: en Pekín hay tantas cámaras por habitante como en Londres. Pero los totalitarismos generan un sistema de solidaridad, de soledad organizada, y lo aprovechan para captar a la gente que se siente sola, darle una idea de identidad y meterla en tribus que ellos controlan. A largo plazo, creo que todo esto no es sostenible. Vivimos una transición del sistema industrial o del sistema laboral, con mucha gente perdiendo trabajos propios de clases medias. Se están hundiendo las clases medias y probablemente vayamos a una sociedad donde sobrará mucha gente porque no tendrá actividad. Eso no es sostenible y creo que a medio y largo plazo inventaremos otra cosa. Hay que pensar que la revolución industrial en el Reino Unido tardó 70 años en beneficiar al conjunto de la sociedad. Aquí probablemente 70 años serían muchos, pero quizá 30 años de transición serán peligrosos y dolorosos para mucha gente.

- Es un pronóstico duro.
- Con el alargamiento de la vida y el envejecimiento y la falta de natalidad en muchas sociedades, incluida la China -y nosotros también vamos a tener ese problema-, ¿quién va a cuidar de los mayores? Los japoneses están apostando claramente por la tecnología, porque saben que los hijos no pueden cuidar de los padres porque tendrán que trabajar, Viven lejos y apuestan por la tecnología, por los robots y por otras cosas. Y los propios mayores, según los resultados de las encuestas que se hacen en Japón, prefieren que les cuide un robot a un inmigrante.

- ¿Podemos acabar externalizando nuestros afectos a una máquina?
- Sí, lo malo es que nosotros somos capaces de tener afecto por una máquina. Creo que la gente puede tener relaciones afectivas con una máquina, o relaciones de confianza. Esto que se está produciendo ahora en mucha gente, preguntándole a la IA por sus problemas mentales, en busca de soluciones, es algo bastante negativo y peligroso.

Ortega pone el acento en los motivos que conducen a la extensión de la soledad en la sociedad actual.

- Ha hablado del totalitarismo diciendo que alimenta la soledad. ¿También el populismo de todo signo?
-
Sí, por supuesto. Hay encuestas hechas después de elecciones que demuestran que los que se sienten más solitarios son más propensos a votar por Trump o a haber votado por Trump que la gente que se siente menos solitaria. Eso también lo explotan los populismos. No sé si la palabra populismo es una expresión buena en este caso, pero digamos los movimientos radicales, de extrema derecha, que intentan aprovecharlo. Y creo que la izquierda no se ha dado cuenta de eso, como tampoco del impacto que la revolución tecnológica ya ha tenido en algunas industrias, por ejemplo en el sector del automóvil en EEUU, vaciando unas industrias en las que los que trabajaban eran cuellos azules. Ganaban bastante, eran clase media con cuello azul, ¿no? Y él ha hecho un discurso para esa gente, mientras que los demócratas los abandonaron, pese a que eran su base electoral.

- ¿Es posible reaprender a estar solos? Es una batalla individual pero ya en 2017 el cirujano general de EEUU, Vivek Murthy, la calificó como epidemia, como una emergencia de salud pública que requiere una respuesta social.
-
Creo que ambas cosas; sí se requiere una respuesta colectiva, política. Que empieza por la educación y el uso de las nuevas tecnologías. Creo que dar un móvil a los chicos y chicas de 11 años o incluso menos es muy negativo, aunque muy cómodo.

- Una guardería virtual.
-
Pero creo también que hay que educar a la gente a saber desconectar, y eso es una labor que tienen que hacer los padres con los hijos, pero también las autoridades públicas a diversos niveles, desde el colegio hasta la gente mayor. Educarles en eso y también educarles en aprender a practicar la solitud. Hay sociedades que educan a los niños ya en el colegio, por ejemplo, en técnicas de meditación: Japón, Finlandia… Lo que se ha demostrado inútil, por ejemplo en Inglaterra, son soluciones orgánicas como la de crear un Ministerio de la Soledad, que luego han suprimido.

- Déjeme hacer de abogado del diablo: si hablamos de que los padres eduquen a los hijos en esto, ¿no existe el problema de que primero tengan que educarse los padres a sí mismos?
- Sí, y harán falta medidas públicas. Mira, en Francia han promovido que cuando uno se mete en una web pornográfica te salte un aviso de un sistema en el que tengas que apuntarte y demostrar que eres un adulto. Te hace una foto también. Aunque tiene un fallo: funciona cuando se hace por Wi-Fi, pero no desde el teléfono con datos.

- Dice en el libro que “atender hacia adentro no tiene por qué implicar desatender lo que nos rodea, nuestro entorno, nuestra circunstancia, nuestro paisaje”.
- Bueno, es que estamos viviendo alterados, pero yo creo que una de las soluciones para la soledad es aprender a practicar la solitud. Como decía, sin exagerar, uno no puede estar todo el rato ensimismado. Aunque el otro sea diferente, tenga otras ideas, tenga otra cultura, provenga de otro sitio, hay que atender al mundo exterior. Si nos quitan esa dimensión social dejamos de ser humanos, igual que si nos quitan la dimensión técnica, también dejamos de ser humanos, porque la técnica es algo inventado por los seres humanos.

- Volviendo a la dimensión individual, ¿cómo gestiona Andrés Ortega su solicitud?
-
Yo la gestiono teniendo espacios, construyendo espacios, viviendo en pareja. Pero cada uno tenemos nuestros espacios de solitud y nuestros tiempos de solitud. Creo que es importante saber construir esos espacios. Yo mismo tengo momentos de reflexión, muchas veces escribiendo, o leyendo, que es otra manera de hacerlo. O incluso momentos de practicar la meditación en sentido digamos budista, no orteguiano, pero también orteguiano en el sentido de concentrarse en un tema y saber sacarle el jugo. Y como decía Newton, darle todas las vueltas posibles para llegar a alguna conclusión y así avanzar.

- Por último: durante dos etapas (1994-1996 y 2008-2011) usted fue director de Estudios en La Moncloa. Si hoy estuviera en ese papel, ¿qué importancia le daría a este tema?
- Hombre, mucha. Porque este tema tiene consecuencias políticas muy importantes, no solo personales, no solo en términos de situaciones sanitarias, médicas, mentales, etcétera. No creo que sea una enfermedad, pero que sí produce enfermedades. Y creo que recomendaría primero estudiarlo y luego buscar elementos que permitan resolverlo. Pero porque como digo, a corto plazo es difícil resolverlo, pero sí es posible paliarlo.

- ¿Y cree que se está haciendo?
- No, creo que no, pero creo que es un fenómeno que se está estudiando mucho. No solo en España, sino en general.

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