VALÈNCIA. La riada que asoló numerosos municipios de l'Horta Sud el pasado 29 de octubre y que resultó mortífera para 229 personas ha obligado a las administraciones a reformular los protocolos de actuación en situaciones de emergencia, en el caso de la Generalitat Valenciana, y a reactivar con celeridad un plan de obras hidráulicas para proteger a la población muchas de las cuales llevaban lustros estancadas, en el caso de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ). Pero más allá de las actuaciones de obra civil en los cauces, que han acaparado la máxima atención, los expertos señalan a un factor menos visible pero también a tener en cuenta y que reside en los orígenes de la barrancada: aquella fatídica tarde, casi toda la lluvia se convirtió en caudal.
Podría parecer de perogrullo, pero lo cierto es que no siempre es así. Aquel día, las nubes que descargaron por la mañana no resultaron en una avenida como la vespertina. No sólo porque el volumen de lluvia fue considerablemente menor, sino porque el suelo fue capaz de absorber la mayoría y evitó así que acabara en los cauces. Horas después, ya saturado de humedad el terreno, esta infiltración fue más complicada, y la tromba de agua resultó directamente, sin mediar obstáculo, en una lengua voraz. Su agilidad, de hecho, la hizo arrastrar gran cantidad de sedimentos que alimentaron su capacidad destructiva. La pérdida de masa arborea es, en este sentido, uno de los elementos que puede acabar empeorando una riada en próximas ocasiones, tal como avisa el Ministerio de Transición Ecológica.
Los cálculos sobre la escorrentía de aquel episodio, reflejados en el estudio realizado por un equipo del Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (CEDEX), son reveladores al respecto. La cuenca del barranco del Pozalet consiguió absorber hasta el 90% de la lluvia por la mañana, por lo que el caudal generado fue mínimo, mientras que, en los barrancos del Poyo, el Gallego y l'Horteta, entre el 50% y el 60% de la precipitación quedó retenida en el suelo, cifras menores pero muy considerables para la reducción de la escorrentía. Sin embargo, por la tarde, con las lluvias mucho más intensas y voluminosas, esta infiltración bajó al entorno del 15%.
"En el conjunto de la infiltración de todo el día, la infiltración fue del orden de un 25-30% pero gran parte de la lluvia quedó retenida en la primera tormenta", explicaba los resultados el pasado mes de mayo el director de Estudios de Agua y Medio Ambiente del CEDEX, Antonio Jiménez, quien apuntó que por la tarde "la infiltración muchísimo menor" debido a que el suelo "ya estaba saturado por la primera tormenta" y porque "las precipitaciones eran mucho más elevadas y propiciaban mucho más la generación de escorrentía". Esto está detrás de la "respuesta tan abrupta" que dio la cuenca aquel día, con las consecuentes inundaciones relámpago que ya conocemos.
Precisamente por ello, aunque parezca una labor menor, uno de los objetivos es conseguir una mayor infiltración de los terrenos. Al final, cuanta más agua se quede en las montañas, menos llegará al cauce, más efectivas serán las millonarias obras hidráulicas y, en definitiva, menos probables serán los desbordamientos. Todo ello teniendo en cuenta, claro está, como han señalado todos los expertos, que el riesgo cero no existe. Esta frase, de hecho, queda plasmada en el plan de actuaciones elaborado por el Ministerio de Transición Ecológica, del que depende la CHJ: "El riesgo cero no existe, por lo que las actuaciones se plantean con el objeto de alcanzar unos niveles de riesgo asumible", dice.
Entre los trabajos previstos por el organismo de cuenca, hay un apartado específico para la restauración hidrológico-forestal, que incluye la consolidación y restauración de la cubierta vegetal en laderas así como otros trabajos de arreglo de infraestructuras como pistas, pasos de agua y restauración de las zonas de orilla "de gran dinámica". Con ello se quiere "controlar la formación de caudales punta, mejorar la infiltración y minimizar las pérdidas de suelo y los acarreos en episodios torrenciales".
Como puede intuirse, la sequía y la deforestación tienen un impacto primordial en la generación de escorrentía. "Como consecuencia de la fuerte sequía acontecida antes de las lluvias del otoño, se ha producido una importante mortandad de arbolado, desestabilizando el régimen hidrológico de la cuenca", reconoce el Ministerio, que en el documento lanza la alerta de que en algunos montes, "la mortandad ha sido casi total, quedando sin ninguna protección, lo que incrementará la escorrentía y la erosión, en caso de lluvias intensas".
De ahí que el plan de recuperación tras la Dana elaborado por el Gobierno prevea en dicho plan trabajos para la repoblación de una superficie aproximada de 200 hectáreas con una inversión de dos millones de euros, además de otras actuaciones de restauración hidrológico-forestal en la cuenca del Túria y la rabla del Poyo-Pozalet-Saleta y el Magro con siete millones de euros, así como en la cuenca del embalse de Bueo (5,6 millones) y la ejecución de diques en Chiva y Buñol -400.000 euros-.
Otro factor clave: el arrastre de sedimentos
Las condiciones de deforestación y pérdida de suelo también favorecen otro de los factores que hicieron la riada todavía más destructiva: el arrastre de sedimentos. "Dada la velocidad con la que descendía el agua en los cauces, se produjo un arrastre de sedimentos muy importante", explica el plan del Gobierno. Un primer estudio de la Universitat Politècnica de València (UPV), estimó que aquel día el 30% de la crecida de la rambla del Poyo correspondía a sedimentos sólidos, "lo que obviamente influyó en el nivel y en la energía que alcanzaron las aguas en los cauces durante la crecida".
Estos datos coinciden con los estudios realizados por el CEDEX, que tras realizar campañas de muestreos de sedimentos en distintos puntos de la cuenca de la rambla del Poyo y proceder a la simulación hidráulica del transporte de sedimentos, han estimado un volumen total de sedimentos comprendido entre 20 y 25 hm3. En el punto de control de Riba-roja se calculó una concentración de sedimentos de 300 gramos por cada litro. "En mi experiencia profesional, jamás había visto unas cargas de sedimento tan elevadas", llegó a asegurar en su exposición el director de Programas de CEDEX, David López, según el cual los equipos están "acostumbrados a trabajar con concentración de 100 ó 300 miligramos, dos o tres gramos". Se calcula que los cauces de los ríos y barrancos afectados por la Dana llegaron a incrementar su sección hasta un 30%.
Así pues, las tareas de reforestación previstas en el plan de recuperación son esenciales, no sólo para aumentar la retención de agua del suelo y reducir el caudal máximo de las crecidas -para lo cual, en casos de inundaciones tan extraordinarias como las del 28 de octubre, tienen menor impacto- sino sobre todo para reducir la carga de sedimentos que circula por los cauces en crecidas de elevada magnitud. "Reducciones pequeñas de los caudales de crecida puede suponer una reducción grande en los flujos de sedimentos, con los efectos beneficiosos que ello puede tener en las tareas de restauración tras una inundación o desde el punto de vista ambiental".