Comunitat Valenciana

El Callejero

Elena y su vida a 124 centímetros de altura

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Elena Latre acarrea una mochila azul que es tan grande como ella. Sale de la pista del Estadi del Túria en una mañana solitaria. Es muy joven, pero aquí ha encontrado un sitio donde hacer valer sus facultades. Aquí coge una bola de hierro y la lanza lo más lejos que puede. Cuando acaba, coge su mochila, se la echa a la espalda y avanza con pequeños pasitos para salir de la instalación. Le cuesta más que a otros, pero qué le van a contar a ella, que lleva 19 años con ese cuerpecito que ha acabado aceptando y abrazando. Elena se ha acostumbrado a vivir a 120 centímetros de altura.

Antes de empezar a hablar, destapamos las cartas. Es violento hacerle una entrevista a una chica de 1,24 sin saber cómo llamar a lo que le pasa y para ella es incómodo percibir que su interlocutor no sabe cómo decirlo. Lo más fácil es preguntar y acabar en el primer minuto con esta tensión innecesaria. “Yo tengo acondroplasia pero a mí no me molesta que lo llamen enanismo”, dice Elena con una sonrisa. Luego irá un paso más allá y explicará que prefiere hablar abiertamente de todo que andarse con rodeos y eufemismos. Es un alivio. Ella sonríe, el periodista respira y el fotógrafo, algo incómodo, se hace el sueco.

Unos días antes se supo que Lamine Yamal había contratado enanos. Elena está al corriente, claro. Quién no está al corriente del fiestón del chaval. Llama la atención que una chica, los restos de una adolescente, lleve esto con tanta naturalidad. A esas edades no es fácil ser diferente. Pero ella lo naturaliza todo. “Yo lo llevo bastante bien, pero es verdad que a mí me han ayudado mucho mi familia y mi entorno a normalizar mi vida”.

Elena, hija de arquitecta, explica por qué ella es así. Se sabe bien la lección. “Es una mutación de un gen. No sé si puede influir que fuéramos trillizos, pero mis hermanos no tienen acondroplasia. A mis padres les dijeron que iba a ser así poco antes de nacer. Lo aceptaron y ya está”. Sus hermanos se llaman Joaquín y Carmen. Dice que se llevan muy bien. Luego duda un para de segundos y, todo honestidad, se ve obligada a añadir algo más. “Buenos, a veces hay una relación de amor y odio, pero sí, nos llevamos bien”. Lo normal.

Elena mide 124 centímetros, la estatura, aproximadamente, de un niño de ocho o diez años. No tardó en darse cuenta que era diferente. Aunque todos, en realidad, somos diferentes. “A mí me ha costado un poco más que a otros hacer determinadas cosas o llegar a sitios que estaban altos. A nivel motriz también he tenido alguna dificultad. Pero con mi familia y mis amigos he intentado hacer todo lo que he podido y llevarlo con la mayor normalidad posible. Lo más difícil del día a día es poder llegar a determinadas cosas y el cansancio. Porque por cada paso de una persona sin acondroplasia, nosotros damos uno y medio o dos y nos cuesta el doble movernos”.

A pesar de normalizarlo, los obstáculos estaban ahí. La clase de Educación Física, sin ir más lejos. Los retos, en su caso, eran mayores. “Había deportes que, por mi complexión, yo no podía hacer. Pero no solo por mi altura sino por recomendación médica. Yo no puedo hacer volteretas, por ejemplo, por mi cuello. Aunque yo creo que he hecho de todo”. Luego había que volver al aula y allí, en infantil y primaria, le adaptaron el pupitre para que tuviera la espalda recta y un cajón en los pies para que los pudiera apoyar. En la ESO ella se rebeló. Elena no quiso marcarse ella misma una diferencia que podía capear y eligió un pupitre normal. “A la mesa llegaba bien, pero se me cansaban un poco los pies porque no llegaba al suelo, claro. Fue por cabezonería mía. A mí no me hicieron bullying. Tuve suerte. En mi colegio he visto casos, pero a mí siempre me han tratado bien desde los profesores a los compañeros. Y yo siempre he sido una chica en el colegio que se relacionaba abiertamente desde pequeña”.

Quiere ser maestra

La gente suele ir perdiendo la timidez con los años. Muchos niños introvertidos y silenciosos acaban siendo jóvenes más desenfadados en la facultad y, después, en su vida laboral. La timidez, como la ropa vieja, va cayéndose a trozos con el paso del tiempo. Pero Elena dice que a ella le pasa al contrario. “Como soy más pequeña me vuelvo más introvertida”. Atrás quedaron ya el colegio y el instituto. Ahora es una estudiante de Magisterio que quiere dar clases a niños de primaria. “Me gustaría ser profesora de Educación Física. Como soy atleta y siempre me ha gustado mucho el deporte, me gustaría enseñar el deporte desde mi punto de vista. Quiero demostrar que una persona con discapacidad puede hacer deporte. Yo tengo una discapacidad visible y me gustaría enseñarle a los niños que se puede. Quiero promover la inclusión y que mis alumnos promuevan la inclusión y que hagan deporte, que es muy bueno”.

Ella ha consagrado su vida al deporte. Desde que era una alumna del colegio Santa Teresa, en el barrio del Carmen (cerca del IVAM), donde vive su familia. “Empecé en el atletismo hace 11 años, pero antes había hecho natación por recomendación médica y gimnasia rítmica. Un día mi prima Eva me recomendó que hiciera atletismo y me apunté a la escuela del Valencia CA -hoy, Diputación Valencia CA-. Mi prima Marta también hacía atletismo en mi pueblo, en Orihuela, donde nació mi madre. Es mi segunda casa porque voy siempre en verano y en Navidad”. Al principio, en la categoría benjamín, hacía de todo: saltos, carreras, lanzamientos. En categoría alevín, Celia Maestre, mujer del tetracampeón paralímpico David Casinos, y un ángel de la guarda para muchos valencianos con discapacidad, la enfocó hacia el atletismo paralímpico. Cuando era cadete, hace seis años, se especializó en el lanzamiento de peso con una entrenadora, Martina de la Puente, que lo había sido todo en esa especialidad: olímpica, campeona de España y plusmarquista nacional. Elena coincide con una deportista con parálisis cerebral y dos con discapacidad intelectual.

La vida, a veces, es el deporte más duro. Los cajeros, las ventanillas o los asientos del autobús están demasiado altos para una chica de 1,24. Sus padres, a veces, la mandan a comprar algo que falta en casa. En su familia no se libra por su estatura. Entonces Elena tira de ingenio. “En los supermercados muchas cosas no están a mi alcance, pero es tan simple como pedirle ayuda a un trabajador que ande por ahí o a alguien que esté comprando. Cuando voy al cine las taquillas también son altas, pero me pongo de puntillas y ya está. En algunos sitios tienen un mostrador más bajito para la gente que va en silla de ruedas y entonces yo me pongo ahí. Siempre intento buscar una solución. Y en el autobús, por ejemplo, ya estoy acostumbrada a subirme como puedo”.

Otra carga para una persona con acondroplasia, esta vez intangible, es ser el centro de todas las miradas. Elena va andando por la calle y todo el mundo la mira. Sin maldad: es más pequeña y llama la atención. “Yo ya lo tengo asumido, pero también tengo mis días mejores y peores, y cuando tengo uno malo me molesta más que me estén observando. Pero estoy medianamente acostumbrada, sobre todo a los niños, que muchos no han visto nunca a nadie así”.

Lanza una bola de tres kilos

No todo el mundo se limita a mirar con más o menos disimulo. Algunos, y eso le ha ocurrido y le ocurre a todo el que es diferente, se burlan. Ella reacciona como puede. De niña se revolvía. “A veces lloraba y otras, les insultaba yo. Ahora intento pasar de ellos porque es mejor si no le das bombo”. Sus padres tampoco le dan muchas vueltas. Desde el principio la trataron como a sus otros dos hijos y ya está. “Lo único que me decían es que intentara hacerlo todo y que no me preocupara por nada”.

Sus sueños no son solo deportivos. Elena ansía viajar y conocer el mundo. A sus 19 años aún no ha tenido tiempo de desplegar del todo sus alas y recita de carrerilla sus primeros destinos: Lisboa, Oporto, París, Turín… “También viajé a Finlandia gracias al atletismo y este verano voy a Turquía a los Juegos Paralímpicos de la Juventud (se llevó la medalla de plata en disco y fue cuarta en peso)”. Aunque no se quita de la cabeza Grecia. Quiere bañarse en las islas griegas, disfrutar de su comida y visitar Atenas. Elena le está cogiendo el gusto a la cocina. El año pasado empezó a trabajar con una nutricionista y eso la animó a ponerse delante de los fogones. Allí coloca un taburete, se sube y se pone a cocinar.

Elena lo cuenta después de unos de sus últimos entrenamientos. La pista está prácticamente vacía al mediodía. Un par de velocistas hacen ejercicios de movilidad con la ayuda de unas vallas en un rincón con sombra. El sol es abrasador y no anima a lanzarse a correr por el tartán. La deportista está sentada en un banco de madera del que caen sus pies calzados con unas Adidas negras con las tres bandas blancas de la talla 33. Del lóbulo de su oreja izquierda cuelgan un sol y un rayo dorados. Ha pasado un rato y la entrevistada ha cogido confianza. Elena se ha soltado y ríe con ganas.

La atleta cuenta que ella está 48 kilos y que la bola que lanza pesa tres kilos. Elena ha sido capaz este año de cogerla y lanzarla desde el círculo a 5,84 metros. A veces también lanza disco. Pero a ella le gusta el peso. Cuando su entrenadora está parlanchina, Elena aprovecha y le pregunta por su época de atleta. Le gusta escuchar sus historias. “Para mí es un orgullo entrenar con Martina, que ha sido olímpica y ha tenido el récord de España muchos años”. Es feliz en su mundo y tiene sus ídolos: Belén Toimil, Carlos Tobalina, la canadiense Sarah Mitton o el alemán Nikko Kappel, un lanzador con acondroplasia que ha sido campeón paralímpico.

Le adaptan la ropa

Otro propósito es sacarse el carnet de conducir. Sus hermanos ya tienen el teórico, pero ella tiene que pasar antes un reconocimiento para ver si es apta para llevar un coche. El año pasado, además, tuvieron que operarla porque siempre ha tenido problemas en el cuello con el foramen magno, que se le cerró y le provocaba fuertes dolores de cabeza y vómitos. En una semana se tuvo que ir de clase tres veces. Pero pasó por el quirófano, se lo volvieron a abrir y le pusieron un sensor para tenerla controlada. Ahora, si hay días en los que hace muchas actividades, tiene algunos dolores en la parte baja de la espalda y en las piernas. Su entrenadora le insiste en que vaya más al fisioterapeuta. 

La ropa tampoco es un gran problema. Con la XS muchas veces se apaña y, si no, su tía Carmen le arregla las prendas que no le sientan demasiado bien. Elena dice que no es presumida, pero luego rectifica y cuenta que sus padres le dicen que sí que lo es. “Yo no me lo noto”. Ella duerme en la cama más pequeña de la litera. En el coche iba en un alzador hasta hace dos años, cuando empezó a sentarse sobre un almohadón. Ella ha crecido a una velocidad diferente a la de sus hermanos. Sus padres, en casa, les marcaban en una pared lo que medían. “Con el paso de los años el crecimiento empezó a ser más lento”, cuenta. Antes no había tanta diferencia y Elena tiene una foto de WhatsApp en la que aparecen los trillizos sentados en un sofá, muy sonrientes y sujetando un biberón, con una estatura similar. Ahora sus hermanos miden cerca de 1,70. Medio metro más que ella. Esa diferencia ahora no duele, pero dolió. “Yo sé que he pasado etapas en las que me he sentido mal conmigo misma por ser así. Un par de años en primaria y ya está. Si me hacían alguna burla, que por suerte en mi colegio no fue habitual, me sentía mal y me ponía a pensar en cómo era. Pero no duró mucho”.

Sus amigos le hacen preguntas abiertamente. Ella les cuenta que con la gente más alta se le cansa el cuello de mirar hacia arriba y que ha aprendido a mirar a otra parte para evitarlo. No le da vergüenza hablar de nada y reconocer que con acondroplasia liga menos que sus amigos. Elena es de una generación que gran parte de su ocio lo disfruta en grandes festivales. A ella no le gustan, aunque aclara que no es por su estatura. “Es más porque me agobia salir y que haya mucha gente. Yo no suelo salir de fiesta. Me gusta más ir a jugar a algún juego de mesa con mis amigos. Me encantan los juegos de mesa”.

Elena se pone a hablar de los siguientes Juegos Olímpicos. Los primeros serán en Los Ángeles, en 2024, y los siguientes, en 2028, en Brisbane (Australia). Ella sueña con los segundos aunque, curiosamente, dice que no le gusta que sean en Australia porque allí hay muchas arañas. “No me gustan los bichos”.

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