VALÈNCIA (Roberto Ruiz Oliva/EFE). Son mujeres migrantes que vivían en la zona 0 de la dana que azotó Valencia el 29 de octubre y, aunque ahora también son supervivientes de la tragedia, se consideran las olvidadas de la catástrofe y aún necesitan el apoyo de un programa de acogida extraordinario de una congregación de religiosas en pleno centro de València.
Yolanda, Carmen, Alejandra, Khadija o Josselyn dan nombre a algunas de las historias que, un año después de aquel fatídico 29 de octubre, siguen escribiéndose desde una congregación de religiosas vinculada a los Jesuitas que mantiene en el corazón de la capital valenciana un programa de acogida extraordinaria.

- Yolanda Rojas. -
- Foto: EFE/MANUEL BRUQUE
La dana no solo marcó sus vidas para siempre, también agravó una situación personal ya de por sí compleja: la de mujeres extranjeras que llegaron a España en busca de un futuro mejor. Una difícil realidad que, aquí, encuentra oportunidades y esperanza.
Acompañamiento, un año después
La coordinadora en València del Área de Hospitalidad del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), Lorena Fababú, explica a EFE que todavía hoy acompañan a mujeres afectadas por aquella catástrofe, porque las necesidades persisten, incluso las más básicas: “Todavía se están repartiendo comidas diarias, hay gente que no llega a final de mes”.
“El acompañamiento que hacemos es integral: las apoyamos en su camino hacia la autonomía y una nueva vida”, añade esta trabajadora social, quien considera que la dana vino a agravar una situación ya precaria. “Pone en evidencia algo que estaba más tapado. Eres mujer, racializada, vienes de otro lugar, tu dificultad es enorme, estás sola, tienes cargas familiares”.

- Foto: EFE/MANUEL BRUQUE
A esta complejidad se suma, además, la barrera estructural del acceso a la vivienda, tanto en la capital valenciana como en los municipios de alrededor: “Cómo seguir construyendo una vida para estas mujeres. Es lo que intentamos soñar juntas, pero es difícil”. Este proceso de acogida comenzó con la guerra de Ucrania y, tras la dana y el llamamiento al voluntariado del Colegio Oficial de Trabajo Social de Valencia, se ha mantenido a lo largo del último año para atender a damnificados por el desastre meteorológico.
La entidad del SJM trasladó hasta València a personas —muchas migrantes y otras locales— que ya vivían en condiciones muy precarias y que lo habían perdido prácticamente todo. El trabajo de las hermanas de la congregación ha consistido en ofrecer un espacio seguro y de acompañamiento, una solución habitacional, ante situaciones de alta vulnerabilidad. Para las afectadas, la dana no solo trajo obstáculos, también manos tendidas. Aquí, entre los muros de la congregación, se sigue escribiendo una historia de segundas oportunidades.
Historias dramáticas
En el caso de Yolanda, de 57 años, pasó de gestionar un hogar de acogida en su Colombia natal a ser actualmente acogida: “Han sido ángeles para mí, aquí no me falta de nada”, comenta emocionada a EFE Yolanda Rojas, que vio cómo la mujer mayor a la que cuidaba en Paiporta moría ahogada sin que pudiera hacer nada para salvarla.
“Este año ha sido complejo porque, a pesar de toda la ayuda que he recibido y de poder regularizarme, todo ha tenido un paso muy lento. No he podido conseguir un trabajo estable a pesar de tener ya documentación”, señala esta superviviente, cuya entereza impresiona: “Aprendimos a volver a empezar, hay que sacar fortaleza y volver a hacerlo”.

- Foto: EFE/MANUEL BRUQUE
Como la de Yolanda, la historia de Carmen es especialmente conmovedora, tanto que aún no encuentra fuerzas para contarla. El día de la dana, la fatalidad la obligó a separarse de su hijo adolescente en Catarroja.
En medio del caos de los primeros días, sin modo de comunicarse ni ningún otro familiar en España, ninguno de los dos sabía si el otro había sobrevivido, y de hecho la madre no supo nada de él hasta que el hijo llegó a Perú. Hasta ahora, madre e hijo no han podido reencontrarse.