Cada año en estas fechas, entre la zozobra del inicio del año y las ilusiones por los nuevos retos y proyectos que cada uno nos marcamos en esta andadura vital, donde siempre aspiramos a mejorar, a realizar cosas nuevas y en definitiva a disfrutar de la vida, nos detenemos para recordar, para no olvidar, como bien señaló el profesor Olavarría en su intervención frente a la columna que se erige en recuerdo de don Manuel Broseta en la Avenida de Blasco Ibáñez.
No puedo dejar de escribir desde la cercanía, desde el cariño, desde la emoción que me produce asistir al homenaje que se realiza y donde hay otras víctimas de la banda terrorista ETA que cada día nos dan una lección de pundonor y generosidad, sin rabia, pero con razón, reclaman memoria, dignidad y justicia. Así lo sentía cuando saludaba a la valiente Consuelo Ordoñez y me relató como este próximo fin de semana celebrarán el homenaje a su hermano Gregorio Ordoñez en San Sebastián; o como Carlos Casañ, hermano de José Edmundo Casañ, delegado de Ferrovial en Valencia, que fue asesinado en su despacho, explica con cercanía a los alumnos de algunos colegios cómo vivieron tan cruel situación.
Siempre me gusta recordar que algunas víctimas por su notoriedad y prestigio profesional, tienen la “suerte” de tener fundaciones que llevan su nombre y mantienen vivo su legado, como es el caso de Manuel Broseta, pero la labor que realizan es solidaria y en armonía con el resto de víctimas y colectivos, y en cada homenaje se recuerdan a otras víctimas. En este año, cuando se conmemoran 27 años del asesinato que congeló a la ciudad de Valencia, el profesor Olavarría recordó unas cifras escalofriantes, un día antes y un día después, es decir, el 14 y el 16 de enero de 1992 ETA asesinó a otras tres personas. Piensen por un momento en qué atmósfera de terror y muerte hemos vivido en España durante tantos años, y con qué rapidez algunos líderes políticos quieren ocultarlo, mientras reabren todas las causas de la Guerra Civil.