VALÈNCIA. Noema, desde bien pequeña, ya se dio cuenta de que su nombre causaba curiosidad. Cierto es que no se trata de un apelativo común. Esto, a su vez, parecía acompañar a su propio magnetismo, de tal modo que con solo presentarse e intercambiar dos palabras con quien fuera su interlocutor dejaba una pequeña huella que no pasaba desapercibida. Quien la conoce, se acuerda de ella. Ese sello, quizás, fue de gran ayuda en su titánica batalla por la propia supervivencia después de que la crisis de 2008 la dejara sin trabajo y prácticamente sin sector (el del interiorismo).
¿Qué haría usted si de la noche a la mañana se quedara sin empleo y con un hijo que alimentar? Noema cogió su bici y fue puerta por puerta a los hosteleros de València para tratar de vender los vinos de una amiga bodeguera que necesitaba ayuda para distribuir su producto. "Yo en 2007 me separé, tenía a mi hijo pequeño y la empresa familiar de mi padre se fue al garete también", recuerda. En ese momento, Noema aún mantenía su estudio de interiorismo en el barrio del Carmen, pero, como era lógico, la actividad cayó a mínimos.
"Esta amiga que tenía la bodega me propuso vender sus vinos, pero yo le contesté que no sabía vender y ella me respondió: ‘Tú vendes lo que quieras’". Aquel gesto, cuenta Noema, le devolvió la ilusión y el efecto pigmalión se desató. Aceptó la propuesta y, sin medios ni conocimientos previos, comenzó a distribuir los vinos sobre dos ruedas y con una nevera portátil acoplada, como una adelantada a los tiempos de Glovo y Uber Eats.
El arranque fue a puerta fría. "Empecé por el Carmen, que era mi zona". Y funcionó. Los primeros pedidos llegaron, y con ellos, la confianza. Los propios hosteleros le pedían más variedad. Así fue incorporando nuevas bodegas y convirtió su estudio en un almacén improvisado de vinos.
Paralelamente, y empujada por la necesidad, reconvirtió también el espacio en un lugar de intercambio. Organizaba mercadillos de ropa de segunda mano y cenas clandestinas bajo el nombre de Laboratori Carme... "Vendí toda mi ropa, la de mi hijo y los muebles cuando perdí la casa. Aquello fue un exitazo. Además, yo soy muy anfitriona, me encanta cocinar y montar eventos, así que empecé a hacer de todo", cuenta.
Una noche, en una de esas cenas improvisadas en el laboratorio, conoció a Javier, economista y apasionado de los destilados. "Se hizo muy amigo mío. Me dijo que había estado haciendo un licor casero que había funcionado muy bien en Navidad. Yo enseguida quise ver la bodega y probarlo", recuerda.

Cuando lo probó, lo tuvo claro: quería emprender con él. "Le propuse que hiciéramos algo juntos; algo nuevo que creáramos los dos". Y en el garaje de la casa de Javier, reconvertido en su bodega particular, comenzaron a elaborar un licor de naranja desde cero que en apenas tres meses lanzaron al mercado bajo la marca Carmeleta, el nombre de la abuela paterna de Noema.
Recuerdan con ternura su primera feria en la que se dieron a conocer a un público más generalista pese a no poder tener, ni siquiera, el etiquetado de las botellas todavía. "Las decoramos a mano con lazos. Fue una locura, pero un exitazo", afirma. Noema y su socio empezaron a crecer con velocidad gracias, en gran parte, a toda la red de distribución que ella había construido en València durante su etapa como comercial de vinos.
Sin embargo, ella tenía un sueño muy particular: entrar en el Club Gourmet de El Corte Inglés de Madrid. "Nos informamos e insistimos… hasta que un responsable en València lo probó y nos remitió a Madrid. Allí fuimos con toda la ilusión, y cuando nos dijeron que entrábamos, fue increíble", cuenta. Después del licor de naranja vinieron los vermuts: el Roseta, el Bianco, el Rosso y más tarde el Orange, la joya de la corona. En plena pandemia, lanzaron su sexto producto, un bíter, una operación que Noema interpreta como un acto creativo en tiempos inciertos.
Pero Carmeleta no ha estado exenta de adversidades y alguna que otra intrahistoria novelesca, como la que vivió al ser demandada por Carmencita, empresa proveedora de especias para Mercadona. La similitud del nombre de la marca fue el motivo por el que la compañía inició acciones legales contra la pequeña firma de vermús. Por suerte, Carmencita desistió y no continuó con el litigio. "Todo acabó bien", agrega la valenciana, que prefiere no ahondar en aquel episodio que, como es de suponer, se trataba de un David contra Goliat.
Con pequeños pasos pero firmes, Carmeleta ha crecido de manera sostenida, con un incremento de su facturación de en torno al 30% anual. "El año pasado vendimos unas 15.000 unidades aproximadamente y este año espero estar en 20.000", cuenta Noema, quien durante todos estos años ha forjado sus vínculos profesionales con una peculiaridad: evitaba decir su apellido para no revelar que era hija de Jaume Ortí, uno de los presidentes más queridos del Valencia CF. "No quería que me regalaran nada por venir de la familia que vengo, quería hacerme valer por mí misma y mi producto", señala. No era por vergüenza ("al contrario, mi apellido es un orgullo", insiste), sino por su afán de construir su propia identidad. Y afirma, satisfecha, haberlo conseguido.