VALENCIA. Dieciséis cajas rurales valencianas aun se hallan deshojando la margarita de su elección de compañero de viaje, tal y como les ha 'aconsejado' el Banco de España. Cuentan con tres opciones: la primera, seguir en solitario, una alternativa poco viable en estos tiempos de concentración y economías de escala y por el escaso margen de actuación que les permite el regulador bancario.

Dos, optar por la alternativa ‘nacional', es decir, subirse al carro del SIP de CRM (Cajas Rurales del Mediterráneo), dirigido estratégicamente por el siempre hábil Juan Antonio Gisbert. Podrán mantener cierto grado de autonomía pero sus estrategias estarán coordinadas desde el Paseo de la Alameda. CRM aspira a convertirse en una nueva referencia finaciera regional y necesita adquirir 'músculo' logrando la asociación de otras rurales a su proyecto.

Y, en tercer lugar, ‘arrejuntarse' con el líder del sector a nivel estatal, es decir, Cajamar Caja Rural, a la que ahora se acaba de incorporar Caja Campo con armas y bajages señalando el camino para quien la quiera seguir. A corto o medio plazo, esta opción representará su ineluctable dilución en la estructura de Cajamar, lo cual no es bueno ni malo, simplemente que dejarán de existir como entidades autónomos para formar parte de una gran organización, con sus ventajas (mayores garantías de financiación y solvencia), y sus inconvenientes (pérdida definitiva de su autonomía como caja local). Un dilema ya resuelto, salvando las distancias, por Bancaja tras su integación en Bankia.

Una señal para ver cómo se presenta el clima entre estas entidades que aún no han tomado su decisión se podrá apreciar esta misma semana durante la celebración de la asamblea general de la Caja Rural de Castellón, convocada inicialmente para dar su visto bueno a su incoporación a Cajamar.

La fusión de Caja Campo en Cajamar ha tensado los nervios entre los cooperativistas, aunque no se sabe hasta cuanto. Lo veremos enseguida.