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VALENCIA. Lo más sobrecogedor fue el silencio. De pronto alguien gritó. Y silencio. En los pasillos. En los despachos de redacción de informativos. Había sucedido lo imposible, lo que nadie creía que iba a pasar. La Policía Autonómica había accedido al centro de control. Habían subido por las escaleras traseras metálicas del centro de estudios de Burjassot hasta la primera planta. Allí les aguardaban un centenar largo de trabajadores de RTVV apostados en el pasillo. Tal y como habían pactado Vicente Misfud y el comisario jefe de la Policía Autonómica, Manuel Alvaro Rodríguez, nadie se había extralimitado. Sólo se había gritado. "Os entiendo", le había dicho el comisario minutos antes a Misfud, durante las negociaciones que tuvieron lugar en la planta baja. "Tengo familia en el paro y sé lo que es esto", había añadido. Los trabajadores de RTVV gritaron como una voz a la Policía cuando les vieron llegar. Les fotografiaban con sus móviles. "No teniu vergonya, no teniu vergonya". Los policías abrieron paso a los liquidadores. Alguien accionó las palancas de las dos UPS, dos unidades eléctricas. Fue como arrancar un enchufe, como cortar un cable sin tijeras. "Lo más gracioso es que podían haber interrumpido las emisiones desde un ordenador", rezongaba un técnico de RTVV. "Son tan burros que ni sabían lo que tenían que hacer", agregaba en alusión al Consell. Cinco personas, cuatro técnicos de la casa y uno de la Generalitat, decían, conocen el sistema para simplemente con apretar un clic de ratón cortar la señal de emisión de Nou y Nou 24. Pero optaron por la decisión más drástica. "Le han pegado un tiro", se lamentaban. El cuadro de mandos dio un petardazo. Todo pasó a negro. Y silencio. La derrota era eso. El silencio. Después llegaron los abrazos, los llantos, los intercambios de móviles. "Esto no ha acabado". Misfud les invocaba a sus compañeros a salir "con la cabeza alta". Afuera, en el exterior de los estudios de RTVV en Burjassot centenares de ciudadanos anónimos esperaban a los trabajadores. Tal y como iban saliendo les aplaudían. Les animaban. Iban saliendo con cuentagotas. Nadie quería abandonar la que había sido su casa. "Veinte años aquí", murmuraba un cámara, "veinte años aquí...". Hombres de cincuenta años, entrados en carnes, con rostros surcados de arrugas y barbas
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