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EL MITO DE LOS PELIGROS DE LA RED

Internet profunda: ¡Que viene el coco!

Pederastas, vendedores de armas, camellos… El discurso alarmista sobre los peligros de la red puede salirle muy caro a la lucha por los derechos y las libertades

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VALENCIA. Apple contra el FBI. La agencia quiere que la firma de la manzana instale en sus programas un mecanismo que permita a las fuerzas de seguridad desencriptar los datos de sus smartphones. La excusa, la lucha contra el crimen. Tim Cook, el todopoderoso capo de la firma de Cupertino, respondió en una carta abierta negándose en nombre de los derechos de los usuarios y recordando que si ese era el primer paso, el siguiente sería instalar software espía. ¿Y qué tendrían que hacer cuando el gobierno chino hiciera una petición similar? Este caso ejemplifica perfectamente cómo las nuevas tecnologías se han convertido en el campo de batalla en la lucha por la privacidad y la libertad de expresión. Y la estrategia de los gobiernos pasa por demonizar la red y algunos de sus usos recurriendo a una presunta internet oculta donde mora el Mal.

La manida diferencia entre la deep web (internet profunda) y la llamada vainilla (la normal) es cuestión de matices: la primera es simplemente el conjunto de contenidos que no está indexado en buscadores como Google. Por la tanto, incluye los contenidos de Facebook, la Internet Wayback Machine (con páginas desactualizadas)... y todo lo que esté protegido por una clave. Al principio se identificó con una especie de parnaso del ciberdelicuente pero la realidad acabó imponiendo y hubo que buscar otra etiqueta para seguir alarmando al personal: la dark web (la internet oscura).

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El problema es que, además de delincuentes, es un lugar en el que desarrollan su actividad miles de activistas proderechos humanos (o simples frikis). Pronto alguien descubrió que había que ir más lejos y nació la Marianas Web, en honor a las simas marinas. Allí ocultan sus intranets las principales organizaciones mafiosas internacionales... pero también los servicios secretos de medio mundo (¿valga la redundancia?).

Intentar dividir la red en capas tiene cierta justificación, pero induce al error de que mientras más profunda, más peligrosa. Una confusión a la que, por cierto, algunos quieren contribuir como apunta Geoffrey King, coordinador del área tecnológica del CPJ (el Comité para la Protección de los Periodistas, una especie de Amnistía Internacional para la profesión con base en San Francisco).

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