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La València invertebrada: demasiado tarquín en la carretera de El Saler CV-500

  • Panorámica general de un tramo de la CV-500. Foto: KIKE TABERNER

En 1905 un pueblo entero quiso exiliarse de España. Eran tiempos convulsos. El imperio español se desmoronaba. Boada pidió por misiva un pasaporte colectivo para migrar a Argentina. En este pequeño pueblo rural salmantino había tierras que fueron expropiadas por el Gobierno de Madrid para paliar las mermadas arcas del país tras la guerra de Cuba y Filipinas. El enfado con el estado fue monumental por los continuos incumplimientos  económicos del gobierno con los vecinos de Boada. Cómo acabar con un pueblo rural tras la expropiación de sus tierras, o corregir el ADN de una ciudad como New Orleáns tras el desastre natural del Katrina, o aislar a una pedanía del sud de València por las injerencias en su vía estrecha, la CV-500, son tres claros ejemplos de intervencionismo político que afectan a nuestras vidas diarias.

La carretera de El Saler o CV-500 es el bypass que vertebra la ciudad de València, la marjal y el mar. Bienvenidos al sud, la huerta y los arrozales son parte del paisaje natural, aunque visualmente parezca que solo exista la del norte. La CV-500 cruza el Parque Natural de La Albufera. El Parque es un espacio de convivencia de especies, plantas y dunas que viven en armonía con los seres humanos. Un bosque urbano próximo a la polis del Turia extendida al sureste de su extrarradio. Un lugar perfecto para la práctica en modo off  de cualquier deporte, limita por el asfalto con Pinedo, El Palmar y El Perellonet. El Saler es un lugar de recreo, en el que cohabitan el descanso y el silencio. El pulmón verde nos debe servir para desconectar de la tecnología, fomentando la práctica de baños de bosque, modalidad muy arraigada en territorio japonés.

Desde los años sesenta el turismo familiar pernocta en las pedanías que forman los poblados del sur de la ciudad de València. Las contribuciones e impuestos de los apartamentos de las urbanizaciones refuerzan la tesorería del Ayuntamiento de València. Como decía el humorista Pedrito Ruiz, "pagamos impuestos de americanos y recibimos servicios de africanos". A las pedanías del Sud, el servicio municipal de transporte público ha llegado hace pocos años, en el último mandato de la popular alcaldesa de España ya desparecida Rita Barberá. Ella nos trajo la ruta del 25. La oferta de la CV-500 es amplia y variada en su recorrido. No pretendemos emular a la Ruta 66, pero la CV-500 a su paso, en algún tramo, es algo Kitsch. Sus campings, hostales, hoteles y luminosos responden a la cultura norteamericana de la ruta de la caravana. Los valencianos tenemos esa cultura chaletera y festera de reunión el domingo con amigos y familia para degustar una buena paella. Las playas han hecho posible que las pedanías se hayan convertido en localidades de segunda residencia de los capitalinos, y El Palmar como referente gastronómico y turístico en la zona. Es una carretera interurbana muy transitada por ciclistas y vehículos privados. Los coches no son armas de destrucción masiva y el hombre ningún intruso en el interior del ecosistema como ecologistas escolásticos se empeñan en teorizar. Estoy seguro que alguno de ellos hubiera pedido una excedencia para participar como actor en el rodaje de la película Avatar. Quiero volver a incidir, para los duros de mollera, que el gobierno municipal de Joan Ribó no es catalanista, es ecologista, y recordaremos su mandato por la pacificación de la ciudad.

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