
VALENCIA. Normalmente, las vicisitudes políticas de un pequeño país de la UE situado en la parte oriental del Mediterráneo no suscitarían demasiado interés en los medios de comunicación y la clase política española. Grecia interesa, sobre todo, por su pasado. Por el enorme peso específico que tiene el legado cultural griego sobre Occidente, del que todos somos deudores.
Sin embargo, y como ya es por todos conocido, Grecia lleva meses acaparando la atención de sus socios de la UE, y también por una cuestión relacionada con la deuda. Por desgracia, no es de deuda cultural, histórica o lingüística de la que hablamos aquí, sino de deuda "de la otra". Del enorme déficit griego y sus dificultades para pagar a sus acreedores, a pesar de haber aplicado ya enormes recortes, que han creado una gran conflictividad social y la fragmentación del sistema de partidos.
Grecia es el espejo en el que no queremos mirarnos. Una vez confirmado el rescate de la banca española (confirmado este sábado 'de dolores' pero sin mayores detalles en cuanto a volumen y contraprtidas) y según empeoran los indicadores de la economía española, el reflejo deformado de Grecia, su tremenda caída del PIB, el deterioro de sus servicios públicos y la calidad de vida, nos atemoriza más. Por eso no hay un solo responsable públi
co español que no se sume al mantra: "España no es Grecia".
Y es cierto: España no es Grecia. Ni por el tamaño de su economía ni por sus problemas financieros, que en España tienen mucho más que ver con el endeudamiento privado y los excesos de la burbuja inmobiliaria que con desmanes públicos. Por más que hayan sobrado palacios de congresos, circuitos de Fórmula 1 y aeropuertos sin aviones, convenientemente aprovecha dos por algunos (en ocasiones, los mismos que destruyeron la solvencia de la banca española) para arrimar el ascua a su sardina centralista y proclamar que la culpa de todo la tienen las comunidades autónomas.
Pero, aunque España no sea Grecia, el fracaso en este país de la estrategia de austeridad y los rescates millonarios, y la posibilidad, nada remota, de que Grecia pueda "romper la baraja", declarando un default e, incluso, saliendo del euro, nos obliga a fijarnos con suma atención en lo que pase en las elecciones del próximo domingo. En las últimas, la coalición de los dos partidos antaño mayoritarios, Nueva Democracia (conservadores) y Pasok (socialistas), se quedó a sólo dos escaños de la mayoría absoluta. Frente a ellos surgió una amalgama de partidos, la mayoría de ellos de nueva factura, de ideologías diversas (desde la ultraderecha hasta la extrema izquierda), pero unidos en su rechazo al rescate europeo, o al menos al rescate en los términos actuales.
Las encuestas realizadas a lo largo de estas semanas muestran una polarización en torno a dos partidos: los conservadores de Nueva Democracia y la coalición de izquierdas Syriza. Dadas las características del sistema electoral griego, que otorga un plus de 50 escaños al vencedor de las elecciones (el parlamento tiene 300), parece crucial dilucidar quién obtiene la victoria, aunque sea con un 25% de los votos. Se perfilan tres escenarios posibles:
-La Apoteosis: Nueva Democracia gana las elecciones en unas condiciones en las que puede formar gobierno. Grecia continúa involucrada en el rescate y la ejecución de las reformas en las condiciones pactadas con la troika. En consecuencia, la presión de los mercados sobre España, y sobre el conjunto de la zona euro, remitiría, al menos por un tiempo.
-El Apocalipsis: la coalición de izquierdas Syriza vence en las elecciones y forma gobierno. ¿Y qué planes tiene? En primer lugar, renegociar la deuda, en unos términos que podrían implicar el impago de un 75% del total. Renunciar a las políticas de austeridad. Establecer una negociación multilateral que tenga como resultado cambiar las condiciones del rescate. Podemos suponer cuál será la respuesta de la troika, y en particular de Alemania (cuyos ciudadanos ya comienzan a acariciar la salida de Grecia del euro como una posibilidad atractiva), a esto.
Cuando era pequeño y me ponía pesado pidiendo algo, a menudo mi padre me decía una frase lapidaria: "contra el vicio de pedir está la virtud de no dar", muy adecuada para desalentar mis pretensiones de conseguir más (más propina, más tiempo para jugar al ordenador, o lo que fuera). Y eso es, casi seguro, lo que le dirán a Syriza, que entonces tendrá que decidir si ejecuta el comodín que le queda en esta larguísima partida de cartas que llevan años jugando los países víctimas de la crisis de deuda con Alemania: amenazar con salir del euro o, directamente, volver al dracma como hecho consumado.
-Un nuevo paréntesis: Pero hay una tercera posibilidad, que a mi juicio los medios de comunicación no están sopesando en su justa medida: que pase lo mismo que ya
pasó en mayo. Un resultado que impidiese formar mayorías de gobierno, gane quien gane, pues conseguir mayoría absoluta en solitario, incluso con el "regalo" de los 50 escaños al ganador, parece muy difícil, a la luz de lo que dicen las encuestas (sería necesario en torno al 38% de los votos).
Un escenario que prolongaría el empantanamiento de la situación en Grecia y, posiblemente, lo agravaría aún más. No se puede llamar a las urnas a los ciudadanos cada mes, en la esperanza de que arreglen el desaguisado de posiciones enfrentadas que los políticos que piden su voto son incapaces de arreglar.
Tal vez la suma de Nueva Democracia con el Pasok, que se quedó tan cerca de la mayoría absoluta hace un mes, lo logre esta vez. Pero parece imposible que Syriza pueda gobernar, aunque gane las elecciones, puesto que apenas tendría socios potenciales de Gobierno: obviamente, no puede pactar con los neonazis de Amanecer Dorado, pero tampoco es previsible que lo hiciera con el Pasok. De hecho, Syriza, y los demás partidos de izquierda nacidos en los últimos años, son producto, precisamente, del descontento del electorado del Pasok con su acción de gobierno.
Estas dificultades prácticas para gobernar, incluso aunque gane las elecciones, también pueden explicar alguna de las propuestas de Syriza como meros brindis al sol, de quien sabe que lo tiene muy difícil para gobernar... Aunque siga creciendo electoralmente por la vía de decir lo que haría si gobernase, y cómo se diferenciaría de los anteriores gobernantes. Otra cosa es lo que pasaría si, en efecto, Syriza tuviese que gobernar. Tal vez podrían llamar a Mariano Rajoy, para que éste les diera una lección magistral sobre cómo incumplir promesas electorales.
#prayfor... La Roja
Durante décadas, la selección española de fútbol acumuló fracasos y decepciones con una regularidad casi propia de maniáticos. Cita tras cita, y con una eficacia digna de encomio, la selección hacía el ridículo en cuartos u octavos de final (y, a veces, antes), y se volvía a España tras tapar unas cuantas bocas: las de los medios deportivos que se habían afanado durante semanas en vender la fábula de que, esta vez sí, España acariciaría el éxito (por "éxito" léase "pasar de cuartos de final").
Tan acostumbrados estábamos todos a la representación del drama que, en un determinado momento, incluso la prensa deportiva se cansó, y acogió la nueva cita de la selección española, en la Eurocopa de 2008, con la adecuada mezcla de melancolía y escepticismo. Y entonces ocurrió lo increíble. España ganó algo, por fin. Y, además, ganó brillantemente. Y dos años después, ganó de nuevo. Esta vez, el Mundial de Fútbol de 2010.
Con tales antecedentes, no sorprende encontrarnos ahora, en 2012, con una versión, corregida y aumentada, del ridículo triunfalismo que se vivía antes de 2008 con la selección española. Antes se argumentaba, para vender ilusión, que España no era inferior a nadie. Ahora se vende triunfalismo: España es superior a todos.
Sin embargo, y a no ser que algún aspecto de la negociación de España con la UE para el rescate bancario se nos escape, ni la victoria ni la derrota de España están ya programadas por decreto. Lo cual quiere decir, aclaro, que España puede perder. Sí, incluso en cuartos de final. Reviviendo el trauma (aún tengo pesadillas con Jean-Marie Pfaff, portero de la selección de Bélgica, parándole el penalty a Eloy en la tanda de cuartos de final de México 86).
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(*) Guillermo López es profesor titular de Periodismo en la Universitat de València