VALÈNCIA. El cacau del collaret es el rey de los esmorzars, de las veladas informales o de esa cerveza con amigos. Un cacahuete pequeño, sabroso y que a simple vista se diferencia del resto de variedades porque solo tiene dos semillas por vaina y, entre ellas, hay un estrechamiento que recuerda la forma de un collar de perlas. Un sabor que ya no es tan nuestro como creemos pues los pequeños agricultores dejaron de cultivar esta variedad arrinconados por el empuje competitivo del cacahuete de importación —de origen chino o norteamericano principalmente, aunque también procede de Japón, el norte de África o el sudeste asiático—. La poca rentabilidad hizo que su cultivo llegara incluso a rozar la extinción en la Comunitat Valenciana y fuera solo mantenido por quienes deseaban seguir disfrutando de su sabor en casa.
Una de esas familias es la de Ana Climent, que creció con el sabor de ese cacauet y, un buen día, durante los meses de restricciones por la covid-19, se dio de bruces con la realidad: “La pandemia la pasé en València, lejos de mis padres –es de la Granja de la Costera, Xàtiva— y un día en el supermercado compré una bolsa de cacahuetes. Al probarlos el sabor no era el que yo recordaba, era raro y encima eran de importación”. Desde ese día, Ana Climent se obsesionó con el etiquetado pues “la gran mayoría de los cacahuetes que consumimos no son de aquí y nos engañamos al leer que en el envase pone cacau del collaret porque pensamos que es autóctono y no lo es”.
Mantener viva la tradición del cacauet
Esa desazón se tradujo en un sentimiento de responsabilidad por mantener vivo el legado dejado por otras generaciones, tanto de su familia como de su pueblo natal. Ello, unido a que su padre dejó la huerta —sigue acudiendo con regularidad para consumo particular— por falta de rentabilidad, le llevó a tomar la decisión de emprender un proyecto que llevara el ADN de su familia y estuviera arraigado a su tierra. Así nace Cacaus Climent, en el mismo terreno de la Granja de la Costera que ya trabajaba su bisabuelo y con el ímpetu de preservar dos variedades de cacahuete: de collaret y cacaua. Eso sí, con la ayuda de su padre Eduardo, quien le transmite toda su sabiduría y le guía en los procesos del cultivo.