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el callejero

La vida es un largo viaje para Nacho Medina

  • Foto: KIKE TABERNER

El salón de la casa de Nacho Medina tiene una gran pared blanca de la que no cuelgan cuadros, ni retratos. No hay libros, ni estanterías. Allí, en esas cuatro paredes de blanco estucado, solo hay un gran mapamundi, un mapa del mundo enorme. Nacho mira mucho hacia allí porque es como un espejo mágico que devuelve recuerdos de mil viajes y mil aventuras. Porque Nacho es, por encima de todo, viajero.

Este valenciano de 47 años dice que no es lo mismo hacer turismo que viajar. Que si no pasas hambre y sed, por ejemplo, no es viajar, es turismo. Que si no hay dificultades, no es viajar, es turismo. Y explica estas cosas con el mapamundi a su espalda y los ventanales de la habitación abiertos de par en par, dejando que entre la brisa de la tarde al final de la avenida Tarongers, el aire que viene del mar, su otra gran pasión, y otro motivo por el que se ha cruzado el globo, para sacar la tabla, remar un poco y flotar sobre olas fantásticas.

En una de esas incursiones en el mar, en una playa de El Salvador, cuando empezaba a remar para subirse a la ola, algo le picó. Nacho es alérgico a las picaduras y rápidamente notó cómo se le paralizaba un brazo y se le hinchaba la garganta, así que salió como pudo y, medio arrastrándose, llegó a la casa que compartía con un par de australianos al lado del mar. Allí, en una época en la que todavía no existían las inyecciones de adrenalina, consiguió sacar la ampolla, la rompió, volcó el líquido y lo mezcló con un polvo, absorbió la mezcla con la jeringuilla, vació el aire y se la pinchó. Todo eso sólo con un brazo.

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