Opinión

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4 minutos, 33 segundos

Publicado: 16/12/2025 ·06:00
Actualizado: 16/12/2025 · 06:00
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Cage compuso 4’33” como homenaje al homenaje. Un acto de rebeldía ante la rebeldía. Una pose de amor frente al amor. Un silencio ante el silencio. Nunca hubo un acto tan meta-acto como 4’33”

Cage compuso su obra en 1952. Ese año se registran terremotos en Turquía, en Japón, en el Tíbet, en California y en Argentina. En Estados Unidos detonan la bomba atómica Able, la Baker, la Charlie, la Dog, la Easy, la Fox, la George, la How, la Ivy Mike y la Ivy King. Reino Unido detona la Hurricane, muere Eva Perón y nace Ryuichi Sakamoto. Todo esto no quiere decir nada más allá del hecho de que se detonaron muchas bombas nucleares, se produjeron numerosos terremotos y de que murió un mito y nació otro. Todo esto significa que la 4’33” fue una composición tan necesaria como alejada de la realidad de su tiempo y que si el Manifiesto surrealista del 27 prosperó es porque fue un producto de su tiempo, y que si hoy en día nadie tiene en cuenta el impacto de 4’33” es porque no nació cuando debió, no como le sucedió a Duchamp y su inodoro o como ocurrió con Otto e mezzo de Fellini. 4`33” es el Arrebato de Zulueta, el À rebours de Huyssmann o La metamorfosis de Franz Kafka.

4´33” fue divida en tres movimientos rondando todos ellos el minuto, ajustándose por lo tanto a la regla del minuto y la felicidad -que me he inventado yo en algún momento-, evitando así que el público mostrara disconformidad a través de los pitidos, abucheos o la marcha repentina de la sala de conciertos. Si John Cage no hubiera dividido su composición en tres, habría invitado al público al abandono, a la protesta o al silbido. 4`33” es más que una pieza metapieza o que un primer metaconcepto universal, fue más que el elogio de la idea de Duchamp, fue la declaración del principio minuto = felicidad como medida atemporal del tiempo, como sentimiento irrefutable del segundo número sesenta, o como obstáculo elevado a la protesta, un cinturón contra el aullido, porque el silencio abruma ante la nada y todo el mundo sabe por la regla de los signos que la multiplicación de negativos es igual a positivo. 

John Cage cometió dos faltas que impidieron que su obra recibiera la acogida que en verdad merecía. La primera, estrenarla antes de tiempo. La segunda, dividir la obra en tres como si se tratara de un menú del día.

Hoy en día se suceden los desmanes, los abusos, los conflictos, los ataques, los insultos, las palabras de amenaza, los te-dije o no-te-atrevas, el te-callas o no-hables-si-no-dicen-que-lo-hagas. Hoy en día se acumulan despropósitos, venganzas, colecciones de barbarie que asumimos sin cesar, elegías, improperios, subterfugios que conminan -todos ellos- al silencio. Hoy en día, el habla o la expresión se ha subsumido en ese trozo sucesivo de imágenes absurdas que no duran mucho más de un minuto. Cada reel, o cada story o cada vídeo de tik tok contiene tanto o más efecto inhibidor que el hecho de que todo gire en torno a un minuto. Del silencio de la nada a la extorsión del habla con la imagen. De la empatía aniquilada por la anulación de voluntades de un sistema que le ofrece a uno informaciones, sentimientos, regocijo, anhelo o deseo, o lo que es lo mismo, que decide cuándo, dónde y cómo debes comportarte, actuar y modelarte sin el free will que es la base -según Kant- de la moralidad y del deber, y por lo tanto de un continuum que promueva cambios ordinarios y optimice perspectivas que conduzcan a un futuro más empático y menos atroz. 

Hace tiempo que no veo que interprete nadie la obra de John Cage y es que no hay mayor acto contestario que enfrentar a un público silente con su propia nada, su silencio. Dentro de dos años, 4’33” cumplirá 75. Sólo espero que no sea tarde para entonces y que alguien la interprete -por favor- en su extensión y sin descansos. Que se olviden de la regla del minuto. Que cualquier impulso o revulsivo es susceptible de que sea insuficiente. O suficiente para que todo continúe igual.

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