Opinión

Alberto fabra, una incógnita hasta después del 20N

Alberto Fabra en las elecciones del 20 N

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Superado con nota el periodo de gracia tras su designación como presidente de la Generalitat, Alberto Fabra guarda un compás de espera hasta pasadas las elecciones para abordar las reformas necesarias. En el interin, sus alfiles económicos preparan la estrategia de crisis y los barones del partido se impacientan...

 

 VALENCIA. No se sabe mucho ni mucho se puede decir de la personalidad de Alberto Fabra, presidente de la Generalitat por el turno de oficio, pero sí que es un tipo sosegado que al menos de momento está sabiendo guardar la compostura frente al desastre total que ha heredado de su en otro tiempo admirado Francisco Camps. Un tanto hierático, puede pensarse que el presidente va sobrado de sangre fría o que muestra la impasibilidad de los santos inocentes, lo cual a estas alturas resulta difícil de creer. En todo caso nos encontramos con una incógnita al frente de la procesión en espera del post-20N para mostrar qué es capaz de hacer.

A medida que pasan las semanas, Alberto Fabra va tomando conciencia de la profundidad del agujero abierto bajo sus pies. Pero ni pestañea. Es el hombre impasible. A algunos, debo admitirlo, tanta templanza nos pone de los nervios si tenemos en cuenta que portavoces del Consell han advertido que si no "pasa algo", antes de fin de año no se podrán pagar sueldos a no se sabe cuántos miles de funcionarios, que se adeudan cientos de millones a indignados proveedores, muchos al borde la ruina y de tirarse a la calle, que los vencimientos de deuda y bonos patrióticos acechan a la vuelta de la esquina y que los prestamistas internacionales (o sea, los mercados) han vuelto la espalda a los hermanos Vela siguiendo las indicaciones de las ‘hermanas' Fitch, Moody's y S&P tras años de tórrido romance financiero.

En el pequeño gran teatro de la política autonómica tampoco disfruta el presidente de lo que se dice un oasis libre de conspiraciones: los barones locales del partido empiezan a removerse inquietos ante la actitud de este señor de Castellón que les dice sí a todo pero luego hace lo que que estima conveniente, casi como aquel joven Eduardo Zaplana que llegara a la capital desde el pueblo dispuesto a hacer lo que hubiera que hacer para comérselo todo, como más tarde haría. Pasadas unas semanas ejerciendo de número uno en Valencia, la sensación en los círculos políticos es que los peces gordos del partido durante los últimos años cuentan con presencia e influencia menguantes en el caserón de la calle Cavallers. Blasco susurra que el presidente "necesita buenos consejeros", Cotino no acaba de creerse que ya casi solo es un actor secundario y Alfonso Rus se rumia que no dispone del feeling que le gustaría mantener con el del norte.

CAMBIO DE CONTRAPESOS

Sólo la alcaldesa de Valencia, de momento, puede hablar todavía cara cara con el designado por Mariano Rajoy para conducir el desbocado rebaño del Partido Popular en la Comunidad Valenciana. Pero su sobreactuación durante la confección de las listas de candidatos no le ha añadido puntos precisamente, a Rita Barberá, en la sede de la calle Génova. Y es solo una cuestión de tiempo que la realidad económica acabe rompiendo a favor del presidente los actuales contrapesos en tanto que posee las llaves de esa maqueta de presupuesto 2012 que tanto está costando construir.

Así que mientras el ancièn régimen conspira y patalea, la alcaldesa juega a lo suyo y el expresident Camps entona a la puerta de palacio el "quiero volver, volver, volver..." en su sueño de una sentencia favorable, Alberto Fabra se apoya en sus dos favoritos (a la fuerza) del Consell para apuntalar el día a día de la maltrecha cocina autonómica: José Manuel Vela y Enrique Verdeguer, dos técnicos que se han cargado a la espalda la responsabilidad de hacer frente a una crisis económica que amenaza con llevarse buena parte de nuestro bienestar, si no todo, por delante.

Situados bajo los focos de la presión mediática (a uno no le disgusta, a otro le incomoda), ambos han asumido la titánica tarea de encarrilar el drama económicofinanciero que pesa sobre la Generalitat. De su pericia, no probada en anteriores experiencias, depende el devenir de una administración arruinada, sobredimensionada y con vicios e inercias difíciles de corregir. El primero lo tiene crudo, con los vencimientos de bonos patrióticos a la vuelta de la esquina y su difícil oferta de renovación, los mercados cerrados a cal y canto y unos recortes presupuestarios 'de choque' listos para el nuevo ejercicio. Sigue empeñado el conseller de Hacienda -órdenes de Génova- en no subir los impuestos antes de las elecciones. Limitados al máximo los ingresos fiscales, solo existen tres vías para mejorar la financiación de la Generalitat: transferencias del Estado, recurso a la deuda y aumento de la imposición fiscal. Las dos primeras vías están cegadas de momento. Y la tercera, sujeta a la campaña electoral. Ya veremos cómo se las apaña si luego Madrid no responde a las expectativas.

SE AVECINA UN PULSO INTERIOR

Verdeguer, por su parte, ya tiene lo suyo con la proyectada ‘jibarización' del sistema de empresas, fundaciones y organismos públicos, RTVV incluida, de la Generalitat, una operación inaplazable que no le va a crear precisamente una montaña de amigos entre las familias del partido cómodamente instaladas desde hace lustros en el pesebre de las subvenciones públicas (menos mal que el turismo y las exportaciones siguen jugando a su favor, aunque no se sabe por cuánto tiempo). El pulso interior que se avecina en el ámbito de la Administración autonómica va a dar que hablar, cojan sitio.

Para soportar esta pesada mochila de problemas, Fabra cuenta con la baza a su favor del apoyo del ‘comité central' del partido. Confía el presidente en que a partir del 20 de noviembre van a llegar soluciones de Madrid para esquivar algunos problemas financieros, como los ansiados ‘hispabonos' o su versión en forma de aval del Estado para las emisiones de deuda autonómica. A ver qué panorama se encuentra Rajoy, o Cristóbal Montoro, cuando entren en el caserón de la calle Alcalá donde se guardan los secretos más profundos del estado del Tesoro de España. La futurible decisión de Mariano Rajoy de avalar la deuda de las autonomías españolas podría acabar de hundir la ya maltrecha calificación del rating del Reino de España. No está la imagen de España para esos peligros.

Y ya puede Madrid exigir garantías de control presupuestario a una CC AA secas y extenuadas que al menos hasta ahora no están sabiendo ni reducir déficits, ni recortar gastos de modo significativo ni recortar la hinchadísima estructura de las administraciones regionales. Hoy porque vienen las elecciones generales, mañana porque se acercan las andaluzas, pasado las vascas...

Y mientras Juan Roig -solo él es capaz- canta las cuarenta al sistema antes sus mismas narices -qué poco gusta a los patronos locales que el jefe de Mercadona asuma el papel que ellos no son capaces de ejercer mientras sigan enchufados al presupuesto-, el resto de líderes de la llamada sociedad civil se limita a cruzar los dedos y confiar en un milagro económico que nunca va a llegar, por mucho que ese señor de Castellón lo vaya a intentar. Agárrense, que vienen curvas. Vaya estrés.

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