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Bankia: el yang se impone al yin

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MADRID. Cuando todavía la Ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno es un proyecto que según el ejecutivo de Rajoy "contribuirá de forma determinante a restaurar la confianza en las instituciones y a mejorar la calidad de nuestra democracia", el gobierno no parece convencido de su propuesta y no hay día en que no se empeñe en demostrar que la transparencia, como los placeres de la vida, "engordan o son pecado".

Así viene sucediendo con Bankia desde que esta fuera "nacionalizada", tras una primera inyección de capital y fuera nombrado presidente José Ignacio Goirigolzarri. Siendo exactos y rigurosos, lo único que se conoce con certeza es el nombramiento de Goirigolzarri, quién se ha convertido así en el primer activo de la entidad, aunque por no saber, no se sabe quién le designó o quién fue el responsable de sacarle de la confortabilidad de su blog en donde, por cierto, publicaba su último post el 4 de mayo.

Existe un consenso casi total a la hora de determinar que la transparencia en el sistema financiero es un paso inexcusable para que los mercados recuperen la confianza en las entidades y en la economía española. No parece haber dudas de que por encima de cualquier otro tipo de circunstancias y de exigencias, para que el sistema financiero y la economía salgan del atolladero en el que se encuentran, lo más básico y fundamental es asegurar el máximo grado de transparencia que elimine todo asomo de sospecha sobre la auténtica situación de cada entidad.

Desde banqueros a ministros, desde instituciones internacionales a universidades, todos coinciden en señalar que la falta de transparencia del sector financiero ha contribuido en gran medida a la crisis financiera de 2008 y que el sistema financiero esté sometido a obligaciones de transparencia más estrictas, ya que sin transparencia, no hay confianza y sin confianza, no hay eficacia y se hace imposible una fiscalización que garantice el uso adecuado de los recursos públicos.

Nada de eso parece menoscabar los principios oscurantistas en los que se mueve el presente y el pasado de Bankia, y no solo porque se impida que se investigue sobre la crisis del sistema financiero, agudizada tras la intervención de la entidad, sino porque resulta desolador comprobar cómo la teoría va por un lado y la práctica por otra y que nadie parece aceptar la máxima de que la principal razón de la desconfianza en el sistema financiero español es la falta de transparencia.

En el "caso" Bankia, casi nada tiene respuesta al día de hoy. No está claro cómo y cuándo se va a financiar la recapitalización de Bankia y se sigue sin conocer si el resto de bancos necesitarán capital por el impacto de los dos reales decretos; no está claro de dónde van salir los recursos necesarios; no está claro cómo se va a gestionar la cartera de participadas; no está claro cómo se va a realizar la ampliación de capital; no está claro cómo se puede elaborar un plan de saneamiento y recapitalización de la noche a la mañana; no está claro el papel jugado por Goldman Sachs en todo el proceso, no está clara la responsabilidad de los últimos equipos gestores de Bankia y de sus respectivos consejos en el actual desastre; no está claro si las cuentas son de confianza o cabe esperar nuevas sorpresas; no está claro el papel del Banco de España en los procesos de fusión que culminaron con Bankia; no está claro el papel jugado por la CNMV en la salida a bolsa de la entidad... Y así hasta donde se quiera poner el punto final.

La carta denuncia de Rato, repartida a los consejeros de Caja Madrid y adelantada a la Cadena Ser, no deja de ser la necesaria guinda que corona el pastel y el lamento de quien se va a ver durante los próximos años de su vida inmerso en un marasmo de pleitos que le van a amargar la vida y le van a dejar mermado su patrimonio.
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(*) Carlos Díaz Güell es editor de Tendencias del Dinero, publicación on line económico-financiera de circulación restringida.

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