Opinión

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El PSOE necesita un Wout van Aert; el PPCV, un Ayuso

Publicado: 22/06/2025 ·06:00
Actualizado: 22/06/2025 · 06:00
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En condiciones normales, como por ejemplo en una democracia consolidada como la británica, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ya habría dimitido ante la dimensión del escándalo. Lo mismo habría ocurrido en la Comunitat Valenciana el día que se supo que Carlos Mazón no estaba donde debía la tarde del 29-O. Pero, como ha dicho en distintas ocasiones el politólogo Pablo Simón, en esto Spain is different. Así que, en todos los casos, siempre nos queda asistir a los desenlaces de las crisis, que en la mayoría de ocasiones resultan angustiosos.

Dado que la opción lógica —la dimisión inminente y la convocatoria de elecciones— parece, a priori, descartada, lo más fácil en estos casos es ahondar en la crítica, el adjetivo y la condena unánime. Pero como eso ya lo vemos, lo leemos y lo oímos todos los días, y como Spain is different, en el sentido de que dimitir cuesta, demos rienda suelta a la especulación y al Manual de Resistencia, que no solo aplica Sánchez, sino que también practica el honorable valenciano con tal de seguir en el cargo.

Lo dicho: lo normal (y también lo conveniente y digno) sería la dimisión. Pero como esta no se produce, hagamos paralelismos sobre cómo, por ejemplo, se deberían resolver las crisis en el Gobierno y en la Generalitat. Imaginemos que Carlos Mazón hubiera dimitido. Hay una mayoría de derechas en el Parlamento valenciano, se elige a otro/a presidente/a y se inicia una nueva etapa. En este caso, sería una solución más sencilla, porque la gestión de la crisis afecta sobre todo a la figura del president, y no al partido o, por extensión, a la Generalitat.

En el caso del “caso Koldo”, la derivada es más amplia, porque afecta tanto al partido (el PSOE) como al Gobierno, ya que la figura del secretario general y la del presidente del Ejecutivo coinciden. De momento —insisto, de momento— no hay indicios que afecten a la responsabilidad penal del partido ni de miembros del Ejecutivo. Pero eso podría cambiar en el futuro, conforme avance la instrucción judicial y los audios aporten nuevas pruebas. De ahí que cunda el pánico en el PSOE —nadie conoce la profundidad del triángulo tóxico— y entre los socios de investidura, que marcan una distancia calculada: ni ofrecen un respaldo cerrado a Sánchez, ni lo hacen caer… por ahora.

Mientras tanto, con la instrucción en marcha, lo que está claro es que Sánchez intenta ganar tiempo. La cuestión es hasta qué punto las circunstancias y lo que aún pueda salir a la luz se lo permitirán, y hasta cuándo. En el momento en que aparezca un nuevo indicio que amplíe el radio de acción más allá del triángulo tóxico, y algún socio de investidura se descuelgue, Sánchez lo tendrá casi todo perdido. Por no decir todo.

Ante ese escenario —y ante la imposibilidad de que se imponga la lógica—, ¿qué le queda? Si quiere tener una mínima opción de mantener el actual Gobierno y a los socios de investidura, y que el PSOE conserve alguna posibilidad de competir en unas futuras elecciones, la única salida es que Sánchez plantee la estrategia del gregario, en términos ciclistas. Es decir, que convoque un congreso extraordinario, anuncie que no se va a presentar a la reelección y busque a un futuro/a secretario/a general, por lo que pueda pasar. Como no se van a convocar elecciones anticipadas —que sería lo lógico—, a Sánchez no le queda otra que dejar un plan B. Este debería pasar por conservar lo que aún esté impoluto del Gobierno y preparar un perfil sólido por si hay que afrontar una segunda investidura. Incluso podría contemplarse la opción de que ese perfil sea independiente o tenga fecha de caducidad, para que los socios que compiten en el mismo espacio electoral acepten la fórmula. Sea cual sea la salida, al gregario —como en las grandes etapas de montaña— hay que lanzarlo ya, por lo que pueda venir.

Es posible que Feijóo también contemple esa estrategia con Mazón: tener un plan B. De hecho, a tenor de lo publicado, ese plan existe o ha estado sobre la mesa. La diferencia es que Feijóo sabe —o espera— desde hace tiempo que Sánchez va a caer. Sospecho que lo del acto y los elogios del pasado 10 de junio en Alicante no fueron improvisados. Y, por tanto, creo que Feijóo espera hacer la transición valenciana con una mayoría amplia que no solo le genere el menor desgaste posible, sino que le permita venderlo como un éxito, independientemente de si la reconstrucción en la zona de la dana ha sido exitosa o no. Y hacerlo, con Sánchez derrotado.

Así que, como no hay lógica y la magnitud de los escándalos es tal —que no hace falta insistir en su calificación—, esta es mi conclusión en términos ciclistas: el PSOE (y lo que quede de Pedro Sánchez) necesita un Wout van Aert que lo rescate en el tramo final de la etapa; el PP valenciano, que Juan Ayuso cambie de aires, para lo mismo. Permítanme la hipérbole en estos tiempos de ilógica política

 

P.D Dejo aquí una parte de las palabras de Adolfo Suárez cuando dimitió, en febrero de 1981, por si sirvieran para algo.  "Un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación".

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