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El rapto de Europa (I)

Publicado: 15/06/2025 ·06:00
Actualizado: 15/06/2025 · 06:00
  • Fenway Court
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Uno de los lugares que más vívidamente recuerdo de mi visita a Boston (un viaje organizado para acompañar a mi hijo Nicolás al que iba a dejar en un colegio perdido en la inquietante campiña de Massachusetts; en efecto, el paisaje era digno de una novela de Stephen King) fue la visita a Fenway Court, que alberga la maravillosa colección de la no menos fascinante Isabella Stewart Gardner (Nueva York, 1840-Boston, 1924). Isabella lo tenía todo, era aventurera, filántropa y mecenas. Es verdad que su condición de millonaria ayudó. Pero no tanto. No era una mujer bella en el sentido más canónico, pero sin duda su arrolladora personalidad la hacía enormemente atractiva.

Un rasgo físico que la caracterizaba eran sus enormes pies como aletas de buceo. Recibió una educación cuidada y fue muy viajera. Sus costumbres eran modernas, a veces disipadas y excéntricas lo que provocó más de un encontronazo con la rígida sociedad victoriana. Además, su curiosidad vital la llevó a tomar la senda peligrosa del coleccionismo y del arte. Sin lugar a duda, fue una mujer de grandes apetitos.

Tuvo un momento que vivió como una epifanía: a través de chispeantes charlas literarias se le abrieron las puertas del mundo de belleza turbulenta de la obra de Dante Alighieri. Fue lo que se llama la experiencia decisiva para arrancar su colección. Bajo la interesada pero sabia batuta del historiador Bernard Berenson (sí, fue uno de los artífices principales para que los millonarios americanos de finales del siglo XIX se aplicasen, como si no hubiese mañana, a la compra del arte europeo del Renacimiento en adelante) arrancó su colección.

Es cierto que Berenson le consiguió muchas de las piezas más preciadas y le daba un confort en cuanto a la autenticidad de estas. Pero también lo es que Isabella tenía criterio, gusto y garra. Sabía lo que le gustaba y tenía siempre la última palabra. Esto la diferenciaba de otros coleccionistas de la época que solo se concentraban en el afán acumulativo de obras de arte sin orden ni concierto ni hilo conductor.

Este último elemento es esencial para construir una buena colección de arte que es la que se alberga, con sus 2.500 piezas (extraordinarias obras de arte europeo, americano y asiático incluyendo valiosas pinturas, desde Vermeer a Manet, esculturas, tapices, muebles y demás artes decorativas) en la mencionada mansión de Fenway Court tan evocadoramente veneciana. Recientemente el espacio se ha ampliado con el objeto de celebrar exposiciones temporales de arte contemporáneo. Esta ampliación ha sido diseñada por Renzo Piano. La línea roja ha sido no tocar el edificio original. El resultado es un prodigio de equilibrio entre la construcción de vidrio y metal oscuro de líneas agradablemente minimalistas de Renzo Piano y el soberbio edificio de principios del siglo XX. 

Después de esta digresión necesaria, vamos a aterrizar en una de las joyas de la colección permanente de Isabella. Se trata del El rapto de Europa de Tiziano, pieza de gran formato (178 por 205 cm) pintada entre 1560 y 1562. Cuando el visitante llega a la sala donde cuelga esta obra maestra, no puede evitar el éxtasis de lo bello. Uno se queda deliciosamente noqueado.

  • El rapto de Europa, de Tiziano. 

En efecto, no puede ser verdad tanta belleza como decía el tango Maquillaje del enorme Homero Expósito (y si lo canta la voz rota de su hermano Virgilio, ya es insuperable). Esta maravilla perteneció a la serie llamada de “las poesías” (que fueron tres) que Tiziano pintó para uno de lo hombres más poderosos de la época, nuestro rey Felipe II. Para la anécdota, Rubens, cuando visitó Madrid alrededor de 1628, hizo una copia de esta que transportó, a su regreso, a su domicilio en Amberes. Y esta copia de lujo la compró en 1640 Felipe IV y ahora está en el Prado. Y Velázquez, en el fondo de su cuadro Las hilanderas también incorporó una reproducción de El rapto de Europa.

Lo cierto es que la original de Tiziano salió de España en algún momento entre 1715 y 1723 como regalo de Felipe V al Duque de Orleans que en aquellas fechas era el regente de Francia y con el que tenía que llevarse bien además de ser casi familia. Se incorporó a la colección de Orleans hasta finales del siglo XIX (1896) que fue adquirida por nuestro amigo Bernard Berenson precisamente en nombre de nuestra querida Isabella. 

¿Qué historia cuenta El rapto de Europa? Se trata de un relato violento y real, como solo lo podían protagonizar las deidades griegas o romanas, de rapto por parte de Zeus de Europa. Como solía hacer Zeus, que tenía superpoderes acreditados, tomaba la forma que le interesaba para engañar a sus incautas víctimas. Así Zeus se convierte en un toro blanco aparentemente manso e invita a Europa a subir a su grupa. Cuando Europa cae en la trampa, el toro se tira al mar y transporta a Europa a Creta donde le confiesa que es Zeus. Es claro que fue un viaje contra su voluntad y por un ánimo ciertamente libidinoso (por eso es un rapto y no un secuestro que implica dinero a cambio). Esa violencia se percibe en la postura de Europa con las piernas abiertas y en el simbolismo bastante evidente del enorme pañuelo rojo. Aunque no es menos cierto que a Europa no le fue tan mal.  Pasó a ser la primera reina de Creta y tuvo tres hijos con Zeus (antes el toro blanco). 

Y todo esto para volver al mundo contemporáneo. Y a nuestra querida Europa que se encuentra en una posición incómoda en un mundo que está mutando, lleno de gorilas macho con ansias expansionistas, y en el que las alianzas y amistades van cambiando. Sin embargo, a pesar de estas transformaciones del mundo contemporáneo, la Unión Europea, que es la forma política y económica que han adoptado en la actualidad un número importante de países europeos, está para raptarla. Y eso es así porque es  probablemente el fenómeno civilizatorio más exitoso de nuestra época. Lo que hemos alcanzado en estos últimos años es ciertamente extraordinario.

A través de la construcción de instituciones con raigambre claramente liberal y cristiana (en su moderno revamping de derechos humanos) se ha evitado, lo que no está nada mal, que regiones y países que llevaban más de dos mil años matándose, convivan en paz. Pero no solamente es un proyecto en negativo (para que no nos matemos), adicionalmente tenemos un proyecto de sociedad común. Un proyecto que hace del territorio de la Unión Europea uno los lugares más “moralmente” atractivos para vivir. ¿Por qué? Porque es el sistema que tiene sus raíces en cierta justicia social que nos interesa, nos conviene a todos. Y, como si no fuera suficiente, todos entroncamos en un sustrato común e intangible que es la gran cultura europea.

Curiosamente, tras la deserción, que esperemos que sea coyuntural, de nuestros primos americanos, Europa se ha convertido en el último defensor de un mundo basado en valores de la ilustración que creo que no se deben abandonar. Porque el mundo que resulte sin esos valores será irremediablemente peor.  Los valores son más importantes de lo que pensamos para hacer una civilización mejor. 

Es cierto que desde otras latitudes, antiguos amigos (los Estados Unidos) y ahora enemigos (Rusia) afirman que Europa se encuentra inmersa en un proceso irreversible de decadencia moral, económica y social. Estas afirmaciones no pueden ser más falsas.

Que exista un sistema de seguridad social (que incluya la salud, la educación pública y las pensiones) quizás tiene orígenes socialistas pero es socialismo necesario para tener una convivencia más justa; que el feminismo haya podido desarrollarse (y lo que le queda) es lo decente respecto de al menos el 50% de la población; que la diversidad sexual no sea un estigma y que personas que representan otras opciones sexuales puedan vivir en paz y alcanzar un pleno desarrollo como ciudadanos (pagan impuestos) no solo es lo que tiene que ser si no que además es magnífico; que existan cuerpos independientes y muy profesionales del Estado que investiguen tramas corruptas en la cúpula del poder (como la UCO) y fuera del radar inevitablemente político del ministro del Interior es una bendición para evitar que el sistema colapse;  que en las ciudades convivan diferentes culturas en el respeto, la tolerancia y la cooperación es enriquecedor para todos. 

Esta es la Europa moderna que debemos preservar y defender. Y estos son frágiles y no se pueden dar por hechos. Como el amor el amor, se deben construir día a día. Como acertadamente apunto el vicepresidente Vance, pero por razones distintas, el peor enemigo de Europa no está fuera si no dentro. Y no solo me refiero a los radicales populistas europeos que la amenazan. Me refiero a los buenos ciudadanos de Europa entre los que me gustaría pensar que está el lector y el que escribe estás líneas. Debemos ser más asertivos en la defensa de este sistema.

Como todo sistema es susceptible de mejora y debemos evitar la autocomplacencia. Y la dependencia. Por que ser dependientes nos hace vulnerables. Depender del gas ruso, como ha hecho Alemania los últimos 20 años, se ha revelado como un peligroso error. O no invertir en la propia defensa europea y dejar que sean los Estados Unidos (hasta que se han cansado o simplemente ya no pueden hacerlo) puede resultar suicida en este mundo lleno de matones a la vuelta de la esquina. Por lo tanto, no creo que, ante el nuevo posicionamiento de los Estados Unidos de dejar a los europeos a su suerte, lo que convenga es saltar a los brazos del nuevo aspirante a la hegemonía mundial que es la República Popular China. Pero, tras poner al lector en contexto, esta cuestión la trataré en mi próxima columna de Noticias de Oriente. Lamento recurrir a la técnica narrativa del folletín para despertar la curiosidad del lector en dos semanas, pero ahí lo dejo. Y funciona. 

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