VALENCIA. Dicen los más ácidos comentaristas que criticar el sueldo de los ejecutivos es cosa de envidiosos, personas sin habilidades destacables que aborrecen del talento ajeno y niegan a los directivos el reconocimiento que, sin duda, merecen. ¿Qué quieren que les diga? No veo a nadie manifestarse en los estadios de fútbol en contra de la ficha anual que percibe Andrés Iniesta, quien por lo general suele abandonar los terrenos de juego en loor de multitudes. Tampoco es frecuente ver al público abuchear a Shakira después de sus conciertos, a pesar de los beneficios que obtiene con cada disco que produce.
Parece bastante evidente que la gente no critica los sueldos elevados, sino los sueldos excesivos, en función del talento que requiere el desempeño de las funciones retribuidas. Y por algún motivo, la sociedad no acaba de percibir con claridad las aptitudes que forman parte del manido concepto de talento directivo o, si las ve, no alcanza a entender por qué razón es preciso pagar tanto por ellas. Claro está que no ayuda mucho a entenderlo el leer en los periódicos las indemnizaciones que perciben estas personas al ser relevadas de su cargo. Y menos todavía la consabida resistencia del equipo directivo a abandonar su puesto de trabajo cuando la empresa entra en números rojos.
El problema estriba en que, a diferencia de lo que sucede con los atletas y las estrellas del rock, las habilidades del directivo no son observables. En teoría, el sueldo depende del talento y éste, a su vez, incide positivamente en el rendimiento de la empresa. Pero en la práctica, y desde fuera, es difícil saber si la empresa es rentable porque paga bien a sus (brillantes) ejecutivos, o si por el contrario, la empresa retribuye bien a sus (mediocres) ejecutivos simplemente por pedalear como nadie cuesta abajo.
Sabemos que en circunstancias que requieren una mayor habilidad directiva, como por ejemplo la desregulación de un sector de actividad, o un incremento exógeno de la presión competitiva, los ejecutivos tienden a percibir un mayor sueldo, indicando que en cierto modo la retribución depende positivamente del talento. Pero ello no excluye que, incluso en estos casos, el pago sea excesivo comparado con el que reciben otros profesionales con idéntica o mayor responsabilidad (elijan ustedes la profesión que quieran).

No obstante, asumamos -como dogma de fe- una de las principales virtudes del capitalismo: su eficiencia para canalizar los recursos hacia las actividades que generan más valor para la sociedad. Desde esta perspectiva, y en ausencia de fallos de mercado, si los ejecutivos ganan más es simple y llanamente porque son más productivos. Datos relativos a las 350 compañías más grandes de EEUU indican que el ratio entre la retribución total del CEO y el salario de un empleado medio ha pasado de 18 en 1970 a 411 en 1999, justo antes de la crisis de las compañías tecnológicas, descendiendo dramáticamente desde entonces hasta niveles próximos a 210 en 2011. ¿Es posible que en los últimos cuarenta años la productividad de los altos ejecutivos haya aumentado casi veinte veces más rápido que la de un oficinista o un operario de la cadena de producción?
Algunos artículos sugieren que las grandes corporaciones han multiplicado su tamaño por seis en los últimos treinta años, adoptando un enfoque global en la producción de bienes y servicios. Mientras que un operario desempeña más o menos la misma labor, aunque modificada parcialmente por la introducción de las nuevas tecnologías, las decisiones de los ejecutivos afectan a una organización mucho más compleja, lo cual exacerba indiscutiblemente los riesgos derivados de una mala gestión. Es normal, concluyen, que el talento directivo cotice al alza, pues un incremento marginal del mismo tiene efectos que se acumulan a lo largo de toda la organización.
El problema de este planteamiento es que no acaba de cuadrar muy bien con los datos disponibles. Es cierto que el tamaño de las empresas ha aumentado y que el sueldo de los CEO ha crecido incluso más rápidamente que la retribución de los ejecutivos que conformarían el segundo escalón dentro de la organización. Pero mientras el tamaño de la empresa ha crecido de forma sostenida en el tiempo, el sueldo de los directivos se mantuvo relativamente estable hasta la década de los 90, cuando empezó a dispararse a tasas de crecimiento del 10% anual. De hecho, si en lugar de centrar nuestra mirada en los últimos treinta años, utilizamos la ventana 1940-1970 la relación entre el tamaño de la empresa y el sueldo de los ejecutivos se desvanece.
Por ello muchas voces sugieren que los sueldos astronómicos de los ejecutivos constituyen en realidad una anomalía, un fallo del mercado derivado de la falta de supervisión propia de órganos de gobierno complacientes, diseñados por y para el elogio del consejero delegado. El ejecutivo utilizaría la superior información de que dispone acerca del negocio que gestiona para extraer rentas a los accionistas. Esto sería posible debido a 1) el elevado coste que supone el control de la gestión para el propietario, generalmente pequeños accionistas con poco margen de maniobra, y 2) las elevadas indemnizaciones por despido, que imponen gastos ciertos a la empresa a cambio de beneficios inciertos (nada asegura que la extracción de rentas disminuya al contratar a otro CEO).
Los críticos con este punto de vista señalan que nunca en la historia hubo mayor control que ahora acerca de la labor de los ejecutivos. Dada la mayor monitorización del esfuerzo directivo, consideran poco creíble que los sueldos aumenten porque el CEO desvíe ilegítimamente fondos de la empresa hacia su cuenta corriente, sino más bien porque la labor que desempeña realmente merece una importante retribución. De hecho, señalan, el sueldo de los ejecutivos tiene un fuerte componente variable, ligado a la marcha de la empresa, al objeto de alinear los intereses de los accionistas con los incentivos de la dirección.
Todo esto sería asumible si no fuera por la aplastante evidencia empírica de que disponemos acerca de la utilización de la cifra de beneficios para maximizar el salario de los ejecutivos. Sabemos que cuando la coyuntura es desfavorable las empresas hinchan artificialmente los beneficios para maximizar el bonus de sus directivos, y al revés, la política contable se vuelve conservadora cuando los beneficios (pre-manipulados) superan los límites que otorgarían al ejecutivo la máxima retribución variable. Otro tanto sucede con la concesión de stock options. Es bastante frecuente que los ejecutivos reciban opciones sobre acciones justo antes de que el precio de la acción aumente. En muchos casos (hasta el 30% de las empresas norteamericanas cotizadas en el periodo 1996-2005), las opciones se entregan referenciadas a una fecha anterior a la real para maximizar su valor de mercado y transferir rentas a la dirección.
Pero, por extendida que sea esta forma de corrupción empresarial, no parece plausible que pueda explicar por sí sola el dramático incremento observado en el salario de los ejecutivos durante los últimos treinta años. En realidad, y desde un punto de vista científico, no disponemos de evidencia empírica concluyente para responder a la pregunta que encabeza este artículo. Ninguna de las teorías enunciadas ofrece respuestas completas. Sabemos que el salario responde al talento del directivo, pero también sabemos que los sueldos disminuyen cuando aumentan los mecanismos de control en el seno de la empresa.
En algún momento, en torno al final de la década de los 80 y principios de los 90, empezó a asumirse socialmente que los sueldos de los ejecutivos debían aumentar considerablemente. Ello permitió a las empresas competir por el talento directivo, pero también allanó el terreno para que algunos ejecutivos obtuvieran un sueldo poco acorde con su rendimiento. 
La profunda crisis que vivimos parece estar cambiando la percepción de la ciudadanía con respecto a la justicia de estas elevadas (o excesivas) percepciones salariales. De hecho, los gobiernos han fijado topes salariales para los ejecutivos de los bancos intervenidos. E incluso el anteproyecto de Código Penal, presentado recientemente por el Gobierno, ha endurecido las penas para los directivos que incurran en gestión desleal. Solo el tiempo dirá si estas iniciativas desincentivan de forma efectiva la extracción de rentas, favoreciendo que el sueldo de los ejecutivos refleje estrictamente el talento directivo.