VALENCIA. No seamos tan optimistas. Aprender a hacer sudokus no te hace más inteligente, solo te hace más hábil para resolver sudokus. Pero corre como la pólvora la idea de que ciertas cosas, en sí, nos hacen mejores: los sudokus, el ajedrez, la Iglesia Católica, estudiar latín...
Las Humanidades podrían entrar en este grupo de cosas buenas, a las que nadie les niega la bondad (ciertamente), pero de las que nadie podría concretar cinco cosas que las hicieran bajar de ese orgullo conceptual en el que permanecen y permanecemos muchos. Imposible cinco cosas, me la juego. Al menos sin dificultad o sin recurrir a muchos más conceptos.
Hace unos meses me llegó la noticia de que Google pretendía contratar alrededor de "cuatro mil humanistas". A mí me encanta defender que las Humanidades ayudan a pensar, a comprender el mundo, a estrechar vínculos ciudadanos con nuestro pasado y nuestro presente. Todo eso es verdad y está muy bien. Y con más alivio que entusiasmo hicimos circular la buena nueva de Google. Por supuesto que llegó antes la noticia que la oferta de trabajo. Es más, a ninguno de los entusiasmados nos llegó la oferta de trabajo... y eso que hubiera sido impagable un concurso público de humanistas online.
Hace tiempo que las Humanidades debieron enfrentarse al problema de sí mismas. La gestión del patrimonio, la acumulación del saber o la transmisión del conocimiento parecen no ser suficientes para ser consideradas necesarias y, lo más difícil, recomendables. Estudiar la historia del soneto entre 1570 y 1580 o estudiar la infancia desconocida de El Greco puede resultar interesante (o incluso muy interesante para unos pocos), pero se asemeja más a la imagen de un ladrón acariciando su botín en la oscuridad de su escondrijo que a la de la radiante Florencia iluminando al mundo.
No quisiera despreciar la historia del soneto, ni la infancia desconocida de El Greco ni mucho menos a los ladrones que acarician con ternura la razón de su existencia. En absoluto. La diversificación del conocimiento y la especialización es absolutamente necesaria. La transmisión del saber (incluso) resulta rentable, habida cuenta de que las carreras de Historia, Historia del Arte, Filosofía, Filología Inglesa o Española bordean los 100 alumnos matriculados en primer curso (hablo de Valencia, otra cosa sería Burgos o Castellón...). La gestión del patrimonio, ni qué decir tiene, y más en esta ciudad, donde su ayuntamiento, en un alarde de frivolidad, prefiere cabrearnos con una Plaza Redonda espantosa, en vez de recuperar un centro histórico admirable.
No lo desprecio, insisto. Pero nadie negará que en gran medida estamos alimentando nuestro propio placer, en una especie de onanismo académico. Los recortes son un atentado ideológico contra lo público, pero esto lo hemos dicho ya en muchos frentes. Del otro lado, del nuestro, las Humanidades ha podido ponerlo fácil no viendo más allá del goce del espíritu y del ejercicio de la formación. El onanismo autista es un peligro.
¿Qué retos se han planteado los estudios en todas estas disciplinas para incidir de forma fundamental en una sociedad profundamente convulsa? La interdisciplinariedad o el cambio epistemológico que planteaba Bolonia (cambio en los planes de estudio, apuesta por asignaturas comunes de diversas carreras para abrir la posibilidad a estudios culturales, intermediales o interdisciplinares, metodología participativa y evaluación progresiva, etc.) ha acabado como coartada para desmontar el viejo sistema, pero no para ofrecer uno nuevo. Y ni mucho menos mejor. ¿Hemos hecho otra cosa aparte de observarlo y comprenderlo?
Me encanta hacer sudokus, pero tengo plena confianza en las Humanidades (yo, que soy becario...). Su labor pedagógica y crítica es lo más sano que se puede regalar una sociedad, pero lleva mucho tiempo dejando pasar el tren de la innovación, y ¡vamos a ello! de su proyección social como agente económico (no por casualidad el Renacimiento estuvo patrocinado por los Médici...). Y si las Humanidades no asume sus propios retos, significa que ha interiorizado un concepto de sí misma como una rama de estudio lujosa, preciosista y (lamentablemente) prescindible.
¿Cuántos humanistas sabrían plantear un trabajo académico territorializado, con incidencia física sobre una ciudad, con posibilidades de generar ocupación y dinamismo cultural y económico? No creo que Valencia solo pueda ofrecer un turismo de cruceros, de botellones y de Ryanair. Seríamos muy cutres. ¿Cuántos proyectos universitarios han sabido venderse para transformar las cosas, no solo para pensarlas? Dame un máster y perpetuaré el espíritu de la razón crítica.
Quizás premiando la innovación podamos proteger el onanismo fecundo a que nos entregamos. Hacer sudokus solo garantiza que sepas hacer sudokus. Saber de sonetos solo garantiza que sepas de sonetos. Pero si alguien quiere defender a las Humanidades, que empiece por decir que es capaz de iluminar el mundo y de transformarlo.