Camina el presidente hacia su segundo cumpleaños al frente del cotarro y todo indica que ha agotado el 'punch' mostrado durante sus primeros combates
VALENCIA. Ya es un comentario habitual en tertulias, redacciones y corrillos: ¿Ha alcanzado Alberto Fabra ese estado político y personal a partir del cual podría estar acusando el principio de Peter, o sea, ese que señala que todo miembro en una jerarquía tiende a ascender hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia? Con el respeto y reconocimiento debido a un dirigente amable, educado y templado: ¿Ha alcanzado el presidente su máximo nivel de competencia a partir del cual solo podremos esperar autoprotección política y mediocridad ejecutiva en él y en toda la acción de su gobierno? Más directamente: ¿Ha perdido Fabra la iniciativa de gobierno?
Es obvio que la situación y el contexto económicos que atravesamos convierte en pulgas cualquier picor que le salga a este flaco perro que es la Administración autonómica valenciana y, en general, toda la economía regional. Pero ya son palpabales las dudas generalizadas, dentro y fuera del PP, dentro y fuera de la Generalitat, acerca de si desde el Consell está haciendo todo lo que puede y debe hacerse por contribuir a fortalecer los intereses generales o si está más pendiente desde ahora o desde hace poco de sus intereses electorales -dentro y fuera del partido- a dos años vista de las elecciones de la primavera de 2015.
Sí así fuera y al margen del estrago causado al bien común, el fracaso de la acción política es evidente como ponen de relieve los sondeos -solo salvados por el nefasto papel de la oposición en su papel de oposición- y especialmente en el hecho decisivo de que Valencia, como Madrid, están perdiendo por momentos su posición protagonista como proveedores masivos de votos al partido.
En fin, todo ello un asunto de estrategia partidaria que no es motivo de este comentario. Pero sí lo es el daño colateral que esa evidente parálisis de la acción gubernamental del Consell -no hay más que analizar el vacío de contenidods que inunda las comparecencias posteriores a las reuniones del Consell- está ejerciendo no solo al presente de la sociedad valenciana, sino a su inmediato futuro y el medio plazo (del largo no me atrevo a opinar mientras no obtenga el carnet de profeta).
La economía, el comercio y la industria no chutan, y si lo hacen, especialmente el comercio, las exportaciones y la pequeña industria, se debe al esfuerzo de los empresarios y al sacrificio de los trabajadores, que están aceptando -más o menos- disciplinadamente desde que empezara la crisis hacer más por menos en una durísima reconversión laboral impensable en el sector público.
Mientras tanto, el conseller de Economía, Máximo Buch, continúa despilfarrando un seudooptimismo desbordante que cada vez se asemeja mas a la odiosa mueca de vacío y autopropaganda que tan bien reconocemos los contribuyentes valencianos de épocas demasiado recientes (aquellos vomitivas arengas de Camps mientras el país se desmoronaba a su alrededor, aquel entusiamo engañoso de Zaplana mientras situaba a Olivas al frente del sistema financiero valenciano y construía un falso florecimiento económico sobre gigantescos y endebles cimientos de deuda).
Señor Buch, sea serio y empléese a fondo en la economía con acciones rápidas y contundentes: fomente como pueda la fusión de pymes, subvencione la creación de empleo joven, elimine grasa donde todavía quede dentro de la Administración autonómica (no depende de Economía, pero ¿alguien en Presidencia puede explicar a los contribuyentes qué pinta aun la figura de delegados de la Generalitat en las tres capitales? Y no me vengan con que es el chocolate del loro porque sin son capaces de mantener semejante estupidez heredada, a saber con qué otras más importantes no se atreven...). Ordene sus prioridades. Remueva a quien deba de sus polotronas. Sea ejecutivo, señor Buch. Piense en el mercado interno, que es lo que ahora toca.
No vale como excusa, aunque sea un argumento de peso, que la Administración valenciana esté prácticamente intervenida por la Hacienda estatal, que haya que dar cuenta de cada línea de gasto que se escriba, adelantar presupuestas, rendir cuentas y esperar mensualmente a que desde Madrid envíen remnesas de fondos con los que abonar nóminas públicas, entre ellas las de los 12.000 empleados del intocable sistema público de universidades.
(A estas alturas ya se estarán removiendo en sus asientos algunos acomodados catedráticos pensando que esto es un nuevo ataque a la institución. En absoluto: pero estos señores ni en sueños aceptan que la existencia de cinco universidades públicas representan un dispendio y una ineficacia -sobrecapacidad de producción a todas luces- que la economía valenciana no debe permitirse. Pero a nadie puede exigírsele hacer el harakiri: bastaría un Gobierno decidido, el que como la universitaria fuera capaz de afrontar ciertas reformas duras y comprometidas, y por ello mismo vitales para la economía regional).
Asimismo, es evidente la falta de vigor de la dirección colegiada del partido para ofrecer a los administrados una imagen real de que es su voluntad poner distancia con un tiempo y unos individuos cuya máxima era el despilfarro del tesoro público y el lucro propio. Todos sabemos de quienes estamos hablando. ¿Está prisionero Fabra del partido? ¿Está convencido el presidente de que se debe a los ciudadanos y no a sus barones, alguno de los cuales seres indignos que merecerían un buen puesto en la cola del paro cuando no de Picassent? ¿Carece de pundonor para actuar como presidente de todos y no como compañero de viaje de sus socios del partido, ya sean en Valencia o en Madrid?
El último ejemplo, más doloroso y cercano -y traído a primera plana gracias a la poderosa capacidad comunicativa de la TV y de las redes sociales allí donde la prensa convencional ha fracasado a pesar de su superiorior solvencia informativa- es el del accidente del Metro. Si generoso y digno de agradecimiento fue su primer gesto de recibir a los familiares de las víctimas cuando su antecesor fue incapaz vilmente de hacerlo, no se entiende ahora su falta de visión y tacañería para restañar una grieta social que va a acompañar al gobierno de los valencianos hasta que no sea capaz de autodepurar sus responsabilidades en este asunto. De reconocer sus fallos y errores. De admitir las mentiras de los responsables de la época. Y de pedir disculpas por todo ello. La actitud de Fabra y su Consell está siendo la contraria, enrocarse en la culpa. Y la de Juan Cotino, con una desfachatez indigna del cargo que ocupa, mantener que volvería a actuar del mismo modo. Más escarnio.
Todo ello y algunos 'sketchs' más que alargarían innecesariamente este tranvía de errores, sitúan ante el espejo público a un presidente que ya parece no ir -¿no sabe, no puede?- más allá. O al menos así nos parece. Y esta circunstancia, en las actuales condiciones, no solo es un peligro para la sociedad sino que representa una losa letal que acabará apalstando cualquier residuo de esperanza que podamos albergar. Contaba el presidente con el apoyo tácito de la sociedad, pero practicamente lo ha dilapidado.