Opinión

Generación pesada

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VALENCIA. "Nací hace 28 años, dos meses y tres días en el Hospital La Salud de Valencia en una habitación con toda suerte de coloridas y abundantes canastas de flores. Decenas de rosas, peonias y margaritas inundaban el interior de la puerta 202, donde conocí por primera vez a mi padre, mis abuelos maternos y paternos, una tía loca (todas las familias la tienen) y, por supuesto, a mi madre, con quien tuve el placer de intimar durante 8 meses y 3 semanas en un cálido, hormonado y exquisito paraíso del "fast food", técnicamente más conocido como útero.

Un perfecto cobijo de cuento de hadas que llegaba a su final una calurosa madrugada de junio de 1984 ¿Hasta qué punto somos dueños del curso de nuestra propia vida? Definitivamente, de ése, no. Yo tenía que salir. Sin embargo, de saber lo que se avecinaba yo en el útero me hubiera instalado. Pero no nos adelantemos.

De ese modo, me encontré en la planta segunda del hospital rodeada de exagerados ramos todos ellos acompañados de tópicas frases de guión de telenovela, tales como "El mundo te estaba esperando", "Eres un milagro único e irrepetible", "Eres la perfección hecha realidad", o mi preferido, "La vida te aventura un futuro de ensueño". Mentira.

A esa persona, a la que no quiero culpar porque tampoco tenga las dotes de Nostradamus, no le avisaron que partía muy equivocada, en su afán bienintencionado, al augurarme un final feliz. Pues bien, el primer reto al que me enfrenté tras mi llegada a mi nueva realidad fue algo tan simple, pero a la vez tan eterno, como lo es la identidad: una considerable mata de pelo negro en la cabeza y un innegable color de piel morena convenció a mi padre para quitar de la cabeza de mi madre la idea de llamarme Blanca y, en su lugar, ponerme Carla.

Cuestión de estética pero también de métrica. Y es que dotada de mucho ritmo y movimiento llegada mi adolescencia asomaron las dolencias. Una luxación de rótula durante una clase de hip hop, disciplina musical de la que soy ferviente seguidora, me adelantó una máxima que desconocía hasta ese momento: no era invencible y eso me decepcionó. El día de mi nacimiento todos me mintieron: ni soy tan guapa, ni tan estupenda y, mucho menos, perfecta. ¿Acaso estamos expuestos a falsas esperanzas desde el principio de nuestra existencia?

Sin embargo, inocente e impresionable por aquella época, volví a ser víctima de más falacias. Me dijeron que para tener una vida estable y cómoda tenía que estudiar y destacar sobre los demás. Fiel a este axioma, estudié una carrera, dos masters y me saqué los títulos avanzados en francés e inglés. Aún con todo, continué inflando mi CV (un documento cuyas iniciales bien pueden considerarse en el departamento de recursos humanos como "caca de vaca")

Sin saber de qué modo más podría engordar el famoso CV, lo hice yo. Días, semanas y meses de espera mientras engullía desorbitadas cantidades de empanadillas, muffins de chocolate y bocatas de blanco y negro. Otra mentira: antes de los 30 la barriga sí cede si tu ansiedad no tiene cese.

Así pues, con miradas furtivas y obsesivas, mi iPhone de última generación se convirtió en objeto de obsesión con el deseo de recibir alguna señal del cielo. El Olimpo no se pronunció y yo sigo igual, entretenida con "Apalabrados", creciendo a lo ancho y teniéndolo todo. Porque nuestra generación es esa, la que lo ha tenido todo. La que más facilidades tuvo para ser un sabelotodo (aunque de nada sirvió hacerse costras en los codos), la que nunca vivió una revolución (pero sí la involución), la que nunca sufrió una dictadura (pero sí las leyes más duras) y la que nunca combatió en la guerra (pero sí la de la competencia, claro que en el bando perdedor de la insurgencia).

Nuestro único obstáculo en esta vida ha sido vivir en una época que llaman Generación Perdida, que nada tiene que ver con una producción de Steven Spielberg. Una generación a la que prefiero calificar de 'pesada' porque, otra cosa no, pero estamos en todas partes dando por... Aunque siempre de las manera más educada. O simplemente "Generación" (Porque a mí también me gusta recortar. Palabras).

Así comienzo este blog con el que yo me sublevo, y a ello promuevo, porque en esta crisis que tan malamente sobrellevo, quién fuera feto de nuevo para volver a ese útero que molaba un huevo".

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