Opinión

Poder y honestidad

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALENCIA. "Todos hemos hecho cosas terribles para sobrevivir, pero no vuelvas a mentirme jamás. Estamos hartos de mentiras". Así le reprende Ed Harris a la chica polaca que se une al grupo de fugados del campo de prisioneros soviético en la película Camino a la libertad. Y algo así debemos pensar los españoles cuando situamos la corrupción como el segundo problema principal que existe actualmente en España, tras el paro, según el último barómetro del CIS.

La ridícula cifra de reducción del desempleo en agosto, el caso Bárcenas y la reciente destrucción del disco duro del ordenador con el que trabajaba durante su empleo en el PP, los ERE de Andalucía, el presunto desvío de fondos de UGT, el incendio de los archivos municipales de Los Palacios y con ello de documentación que podría comprometer en un asunto de malversación de fondos al anterior alcalde socialista Antonio Maestre, perteneciente al núcleo duro de la nueva presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díez, etc., etc., etc. son algunos ejemplos recientes de incontables situaciones en las que la sombra de la sospecha se cierne ominosa.

Incluso durante la exposición de la frustrada candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos de 2020, a la delegación española se le preguntó por el proceso de dopaje conocido como Operación Puerto y la destrucción de las muestras de sangre.

Y aunque Rubalcaba ha propuesto recientemente al PP la creación de una subcomisión parlamentaria para discutir las medidas que conviene poner en marcha a fin de combatir y prevenir la corrupción, no podemos dejar de pensar en lo que ya advertía el diplomático y escritor Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648): "Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los designios", y ello quizá con la esperanza de que al final todo quede en nada y se olvide.

En esta línea John Huston le recordaba a Jack Nicholson en la película Chinatown que "los edificios feos, los políticos y las prostitutas se convierten en respetables si logran vivir muchos años".

En cualquier caso es evidente que la corrupción no es patrimonio nacional, y ni siquiera un asunto exclusivo de la política o de nuestro tiempo. Por ejemplo, el último best seller de Dan Brown, Inferno, se inspira en el imaginario de Dante Alighieri quien ya reservó uno de sus círculos infernales para los pecadores del engaño y el fraude. Allí se encuentran inmersos y embadurnados en una colada de pez negra, tan oscura como sus negocios, mientras sus guardianes los mantienen a raya con afilados garfios.

Y allí seguramente irán también los ciudadanos alemanes que han sido descubiertos intentando repatriar cuantiosas sumas de dinero desde Suiza utilizando artimañas tan curiosas como camuflarlos en pañales de incontinencia o como el anciano de 72 años que escondía 150.000 euros en el corsé de mujer que llevaba puesto.

El psicólogo Dan Ariely en su libro titulado Por qué mentimos, reflexiona sobre las motivaciones que nos llevan a ser honestos o dejar de serlo, y concluye que en cada uno de nosotros conviven un componente racional y un componente psicológico a la hora de decidir nuestro grado de deshonestidad. Por un lado hay una motivación económica racional que nos impulsa a obtener el mayor provecho posible del engaño, pero al mismo tiempo hay una motivación psicológica que nos lleva a querer considerarnos buena gente y tener una imagen propia positiva.

En definitiva, San Jerónimo ya había aseverado que los vicios son vecinos de las virtudes. Por esto mismo, ni aprovechamos todas las situaciones posibles para engañar, ni lo hacemos en su grado máximo. Ariely demuestra que factores como la cantidad de beneficio que podemos obtener o la probabilidad de ser descubiertos, influyen menos en nuestra deshonestidad que encontrarnos en una cultura que da ejemplos de deshonestidad o que incluso nuestra deshonestidad pueda beneficiar a otros; por otro lado, nuestra honestidad se refuerza no tanto por el miedo al castigo como por la existencia de promesas y compromisos asumidos personalmente o por una mayor supervisión y por recordatorios morales frecuentes.

Por ello, en esta línea, la tramitación de la Ley de Transparencia por nuestro parlamento puede ser un buen antibiótico, aunque no haya unanimidad entre los partidos, pero seguramente sus efectos serían más duraderos y efectivos si con periodicidad frecuente se pidiera a los políticos que firmaran una declaración de compromiso con dichos preceptos. De hecho, hay empresas que piden a sus empleados anualmente que firmen una declaración manifestando que no han incumplido su código de valores y que no conocen supuestos de que tal cosa haya sucedido sin que se haya tomado acción.

Los experimentos de Ariely concluyen que el engaño no solo es común sino infeccioso, en especial si lo vemos entre los integrantes de los grupos que nos resultan afines, y si el protagonista es una figura de autoridad -jefe, padre, maestro, alguien a quien respetemos- las posibilidades de contagio aumentan porque nos incitan a reconsiderar nuestra propia brújula moral.

De aquí la indulgencia que dispensamos hacia "los nuestros", y la exigencia radical que mostramos hacia "los otros" que, por lo demás, no hacen sino conspirar sistemáticamente contra nosotros, ¿o no? Por eso parece que no tenemos escapatoria: todos estamos expuestos a no comportarnos de manera absolutamente transparente y honesta, y ello en cualquier ámbito y momento de nuestra existencia: en el trabajo, en la familia, con los amigos... Seguramente por esto Groucho Marx afirmaba: "Hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntándoselo. Si dice que sí, es un sinvergüenza". 

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo