VALENCIA. Existe una pequeña parte de desempleados en la población realmente odiosa. No me malinterpreten y procedo de inmediato a darles mi explicación. Una tarde me iba de casa justo cuando nada más cerrar me percato que me he dejado las llaves puestas en el lado contrario de la puerta. A punto de romper a llorar imaginándome el agujero de dinero que me iba a costar el cerrajero, aparece mi vecina de arriba. En estado de shock y sin capacidad de reacción ante tal conmoción, Belén muy amable se acerca y decide tomar por mí una decisión: "No te preocupes, esto tiene solución".
Al cabo de unos minutos regresa con unas radiografías en la mano. "En las películas quizás, pero en la vida real el seguro de hogar es mi MacGyver particular", le confieso absolutamente escéptica. Para mi sorpresa introduce la radiografía por el lateral de la puerta con absoluta destreza y como si supiera realmente lo que tiene que hacer comienza a dar intermitentes sacudidas a la puerta agarrada desde el pomo.
Y como en la ficción, la puerta se abrió de sopetón. "Me has dejado alucinada, yo para estas cosas soy una empanada", le anuncio. "Lo aprendí durante una clase online de primeros auxilios. Desde que me quedé en paro
, dedico el tiempo libre a realizar un montón de cursos prácticos en mi domicilio", desvela orgullosa de su hazaña.
Ese mismo fin de semana me la encuentro en un bar de copas por la Alameda. Ligeramente achispada la presento a mis amigos como mi heroína. Al rato Belén me informa que ya ha quedado con unas cuantas amigas mías la semana que viene para arreglar una conexión a Internet, ayudar con una receta de cocina, desatascar un fregadero, conectar las pinzas al motor de un coche y enseñar unas llaves de defensa propia.
Soy consciente entonces de que su rasgo de manitas me pone frita. Pues lejos de pretender humildad, Belén busca aceptación y ser el centro de atención. Abandonada y descarriada en una época egoísta en la que muchos parados nos sentimos inútiles e incompetentes, ella ha encontrado la manera de ser eficiente. Una forma de sobrevivir en apariencia para no amargarse su existencia. Una muestra de ambición para alguien de su condición. Fascinante en su saber salir hacia delante. Agonizante por transmitirlo de forma tan arrogante. Al principio todos caen en mi error y como la pólvora, sus respuestas para casi todo, causan un vertiginoso furor.
Noto que su locuaz discurso, ante los ojos de las mujeres allí presentes, la convierten en blanco de elogios al relatar sin tapujos su extremada cualificación en tareas domésticas para salir de cualquier apuro. La algarabía masculina producida, por otro lado, por su inusual sabiduría en el manejo de utensilios que arreglan baterías la elevan, con una mirada promiscua, cual diosa virtuosa. "Un brindis por la extraordinaria Belén" tintinean varias copas animados los unos y las otras. "Amén", responde otro grupo. "Tampoco es para tanto, sólo hay que aprender a tener tacto", dice ella satisfecha en falsa modestia.
Rabiosa en mi casa me pongo a mirar cursos de electrónica, cocina y artes marciales muy ansiosa. Y es que, a pesar del poderío de Belén me doy cuenta que entre los desempleados de nuestra sociedad existe una suerte de competencia arrolladora, intolerante, aberrante. Un tipo de guerra fría que nos pone en evidencia con chulería a los que no tenemos conocimientos en tanta tontería.
Pues ya sufrimos bastante sabotaje como para ponernos a aprender bricolaje. Desde mi posición de "manazas" digo basta a los mañosos bocazas. A ellos les diré que con mis dos másters, una licenciatura y tres idiomas no tengo nada más que demostrar. Yo soy y seré, a mucha honra, de las de arreglar las cosas a golpes, codazos y porrazos.