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Felipe VI: un Juego de Tronos diseñado por Pablo Iglesias

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Tampoco faltó el fundamental concurso de los medios de comunicación españoles. Aquellos que no estaban en el besamanos "de dentro" con los nuevos reyes se volcaron para la ocasión en un besamanos mediático desde sus respectivas tribunas

VALENCIA. La ceremonia de coronación de Felipe VI se desarrolló en consonancia con lo que ha sido el proceso previo: mucha improvisación, que ha dado pábulo a todo tipo de conjeturas sobre las auténticas razones de la abdicación de Juan Carlos I; un apoyo férreo, desmesurado, por parte de los principales medios de comunicación, a la institución monárquica y a la figura de Felipe de Borbón; y un entusiasmo ciudadano que ha brillado por su ausencia.

En su discurso, el nuevo rey habló de un tiempo nuevo, de reformas y de atender a los intereses de la sociedad española. Un rosario de generalidades que no significan mucho; lo que se espera de alguien que "reina, pero no gobierna", y cuya capacidad de intervención en la política española se supone inexistente... aunque, al mismo tiempo, muchos de sus supuestos apoyos le piden que tome decisiones como si fuese un monarca absolutista.

Pero Felipe de Borbón hablaba dirigiéndose a una sociedad española cuyo desapego respecto de las instituciones se ha incrementado a gran velocidad en los años de la crisis. Entre las imágenes que perdurarán de esta coronación, brillan con luz propia las de las calles vacías, a veces casi desoladas, que muestran que, en efecto, el público acogió con muy poco entusiasmo la ceremonia. Tal vez incluso menos que en la boda de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz, hace ahora poco más de diez años.

También entonces fue un día festivo para la mayoría de los madrileños (un sábado), aunque al menos la escasa afluencia de público pudo justificarse por la lluvia persistente. El jueves, en cambio, bajo un sol espléndido, tampoco se congregó gente. Tal vez hacía demasiado calor. Los elementos, siempre conjurándose contra los baños de masas de la Monarquía.

La coronación y el fútbol

Por unas razones u otras, no es que hubiera mucha gente siguiendo en las calles de Madrid el evento. Y, lo que es peor: la propia Policía contribuyó a que no fuesen más, por la vía de requisar toda bandera, pancarta o pin republicano que se les pusiera por delante, incluyendo las que se ponían en las ventanas. Y también deteniendo, si lo consideraban conveniente, a las personas que las llevaban. La situación llegó al paroxismo en vídeos como este, en el que una persona es agredida por llevar una bandera republicana y la Policía detiene... a la víctima, mientras charla tranquilamente con su agresor.

La justificación (por llamarla de alguna manera) a este sistemático y evidente abuso de autoridad la encontró el Gobierno en la ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, con el argumento de que la exposición de símbolos republicanos podría provocar incidentes con los seguidores monárquicos concentrados para la ocasión. Un tipo de actuaciones aplicadas por la Policía en los grandes acontecimientos deportivos. Es decir, que una vez más el Gobierno encontró su iluminación apelando al fútbol.

El besamanos de la "Casta"

Para rematar la faena, tuvimos el larguísimo besamanos en el Palacio Real con los más de 3.000 invitados, en teoría representativos de la sociedad española: la Zarzuela no ha querido proporcionar la lista de invitados (la cosa es tan increíble, en términos de falta de transparencia, que habla por sí misma), pero por la televisión pudimos hacernos una idea: políticos, personajes de la jet set y empresarios. Es decir, lo de siempre: personajes representativos de un modelo de sociedad española muy característico.

Y, por supuesto, tampoco faltó el fundamental concurso de los medios de comunicación españoles. Aquellos que no estaban en el besamanos "de dentro" con los nuevos reyes se volcaron para la ocasión en un besamanos mediático desde sus respectivas tribunas en prensa, radio televisión e Internet. Y lo hicieron con un grado de aquiescencia tal que proliferaron los malabarismos verbales para justificar el fundamental papel de alguien en teoría totalmente desprovisto de poder real, o lo antidemocrático que resulta consultar a los ciudadanos sobre una cuestión tan marginal como la jefatura del Estado (y ya se notó, a la vista del despliegue político y mediático, que la cosa era muy marginal).

En resumen: si el líder de Podemos, Pablo Iglesias, hubiese diseñado todo el evento con el propósito de erosionar a la "casta" -así denominada por él- que controla el país, difícilmente le habría salido mejor. La combinación entre las insuficiencias y falta de credibilidad de dicha "casta" con la falta de implicación del público y los desmesurados e impresentables abusos de poder y represión llevados a cabo por la policía mostraron, con muchísima claridad, una evidencia: el sistema político-institucional está descomponiéndose, y ya veremos si las reformas cosméticas que quizás esté pensando en hacer el Gobierno, con el acuerdo del PSOE y de los principales poderes del Estado, bastan para apuntalarlo.

En lo que se refiere a la Monarquía, la coronación dejó muy claro que el nuevo Rey, y muchos de los que le apoyan, está desnudo. Que España no es un país monárquico y los apoyos de la Monarquía son numéricamente escasos, aunque muy poderosos (no en vano, detentan el poder, como la propia Monarquía).

¿Significa esto que España es un país republicano? Probablemente no; los republicanos dispuestos a movilizarse, y a votar, por este asunto tal vez sean también pocos. La cuestión crucial aquí es saber qué haría el grueso de la ciudadanía española, menos significada por esta cuestión, si alguna vez se somete a referéndum.

Pero sí que parece claro que el tiempo juega en contra de la Monarquía, por una cuestión meramente biológica: hay muchos más monárquicos entre las generaciones de más edad (por miedo al Ejército, por agradecimiento, por convicción; por las razones que sean) que entre los más jóvenes. Y es lógico que así sea: superados argumentos coyunturales, como el papel de la Monarquía en el final del franquismo o en el 23F (sucedidos hace más de treinta años), las razones para apoyar la Monarquía en una sociedad democrática son tan irracionales y poco convincentes que obligan al besamanos mediático a hacer continuas piruetas argumentales para vender lo invendible.

#prayfor... el sabor añejo de la Selección Española

Hay que reconocer que Felipe de Borbón tuvo muy mala suerte, al menos, en una cuestión: la eliminación de la selección española de fútbol en el Mundial de Brasil, consumada justo la noche anterior a la coronación. Tras la humillación vivida contra Holanda en el primer partido, la vigente campeona del mundo y de dos Eurocopas, el mejor equipo que ha tenido España en toda su historia (y con enorme diferencia), evidenció el fin de ciclo con la impotencia de sus futbolistas ante Chile. La cómoda victora de los chilenos eliminó definitivamente a España e hizo que esas masas de aficionados que, enardecidos por la prevista victoria, iban a acercarse el jueves por la mañana a saludar a su nuevo rey, se quedasen en casa o se fueran de campo y playa para lamerse las heridas.

España fue eliminada de forma tan clara e inapelable que a muchos nos devolvió al punto de partida: a aquella época previa a la Eurocopa de 2008 en la que España nunca ganaba nada y hacía a menudo el ridículo; en la que llegar a cuartos de final, para sufrir allí una eliminación de caracteres épicos contra Bélgica o Corea del Sur, era la mayor proeza a la que podía aspirar la selección.

Es decir, la vuelta a lo que la selección española había sido siempre. Hay que compadecer a los aficionados más jóvenes, que realmente se hubiesen acostumbrado ya a las victorias de la Roja y asumieran que lo normal es lo sucedido en estos últimos años. La caída a los infiernos de la auténtica Roja, la de siempre, puede ser durísima.

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