Rafael Argullol, en una entrevista maravillosa, resume la deriva de nuestros cerebros en este siglo: primero cedimos la memoria, dice. Después, la concentración y, al final, la curiosidad y el deseo (https://elpais.com/eps/2025-10-25/rafael-argullol-primero-cedimos-la-memoria-luego-la-concentracion-y-al-final-la-curiosidad-y-el-deseo.html). Perder el deseo es lo que los psiquiatras llamamos depresión. No hace falta cumplir todos los criterios de una definición clínica para estar en ese punto. La languidez es un síntoma epidémico hoy día. La desmotivación. La impotencia. El fin de la curiosidad y del deseo. El pesimismo. Según el paleoneurólogo Emiliano Brunes, somos monos tristes y estresados pero, ¿podríamos evolucionar de otro modo?
A todo esto le doy vueltas el sábado entre cincuenta mil humanos mientras coreo El que avisa no es Mazón y otros estribillos. Es la manifestación mensual desde el 29 de octubre pasado. Somos muchos valencianos y gritamos por la verdad y la memoria. Exigimos responsabilidad al gobierno. Dignidad y justicia, dimensiones tan humanas. Yo me conformaría con la memoria; hace un año, cuando acudíamos a L´Horta Sud como una marea, los voluntarios buscábamos volver a sentirnos humanos. Lejos del mono. Dotados de memoria y deseo.
Este sábado, cuando la manifestación la encabezan los familiares de las víctimas, vemos sus fotos y nos sobrecoge un dolor que no puede sentir ChatGPT, el dolor de 229 muertes evitables. Se espabila nuestra humanidad. Quizá lo haga por el mismo orden que la perdimos: primero vuelve el deseo (de justicia), luego la concentración (disciplinarse durante doce convocatorias como esta) y, finalmente, la memoria.
El proceso que instruye la juez Nuria Ruiz Tobarra está elaborando una foto minuciosa de aquellas horas críticas. Se centra en describir cómo circuló la información entre los responsables y parece que escribe en piedra la crónica de ese día, el antídoto contra el olvido. En marzo ya logró desmontar el argumento del “apagón” informativo pero no se detiene. Avanza y pule la anatomía de las horas críticas y lo hace con hechos, no opiniones, pruebas recogidas como debe hacerse, testimonios bajo juramento. Es una humana como se recuerda antes de estos tiempos disparatados, una persona que hace su trabajo. Llanamente. Con rigor y sensibilidad. Alguien que no buscó los focos pero ha tropezado con ellos y debe soportar acusaciones que desprenden un tufo machista y desesperado. Amenazas de todo tipo, como la de una conspiracionista que ha sido separada de la causa y asociaba la dana a un ritual satánico. El juez Castro, el primero que procesó a un miembro de la Casa Real, ha felicitado a la jueza por su instrucción, sabe lo que es toparse con un aforado en su causa. Ella está siendo minuciosa a pesar de que algunos busquen una “deriva aberrante del proceso”, según las palabras de la jueza. Entre tantos magistrados estrella, ahora le toca a esta mujer. Alguien que ha dedicado tanto tiempo al ideal de servicio que ya no sabe no atenderlo, ni siquiera cuando el sistema fuerza su resistencia; el abogado de Manos Limpias la desacredita alegando que es su marido (también juez) quien hace su trabajo.
Mi admiración por esta mujer va más allá del respeto: es a partir de heroínas por accidente como ella que sacamos cabeza. Podemos reconocernos. Espero que no sienta pánico al pensar lo mucho que la necesitamos, los muchos que somos y lo que pesa la verdad de los muertos. 229. Le deseo concentración para su tarea, a la manera que teníamos los humanos antes de cedérsela a las máquinas. Suerte en su ejercicio de funambulismo, pericia para no perder reflejos y saber dónde va la punta del pie a cada paso. Deseo que siga igual, que no se deje distraer por aplausos ni críticas. Que sea sólo quien ha sido hasta ahora, alguien que cree en el valor de su trabajo y en cómo su esfuerzo levanta un mundo mejor para todos. Sé lo que significa amar la tarea, hacer sencillo lo que se presenta de forma compleja, resistir el cansancio. Una jueza como ella nos permite imaginar que este mundo es aún el nuestro, el que heredamos de nuestros ancestros, y no uno salido de la imaginación de algún guionista adicto a las distopías trágicas.
Sin memoria o, al menos, una memoria fiable, somos un rebaño sin identidad. Hay quien se deja robar la memoria por una enfermedad, por las máquinas o por quienes quieren insertarnos una nueva versión del pasado. Algo que, a los españoles que sufrieron la dictadura, les suena familiar pero que, en países como EEUU, está pasando y resulta inédito. Aquí, la tarde del sábado, la televisión autonómica pasó una corrida de toros en vez de la imagen de los valencianos gritando por la dimisión de su presidente.
Menos mal que hay quien vela por cuidar el relato de lo que pasó. En un juzgado común, el número 3 de Catarroja, esta mujer que no se cansa ni se amilana va a hacerlo para nosotros. Convertirá ese tejido de hechos en un monumento a la memoria. A nuestro Estado de Derecho. De sus autos se desprenden detalles que sacarían a las víctimas de su tumba y van a ser los detalles lo que lo cambien todo. Por ejemplo la respuesta esa tarde de un alto cargo a otro, el de Emergencias, cuando supo que el Poyo estaba al borde del colapso: “Jope, si necesitas algo nos dices”.
Ojalá no me equivoque, ojalá este tipo de frases condenen a los responsables y nos acordemos siempre de que cada trabajo es sagrado y hay que honrarlo. El de un alto cargo en el gobierno igual que el de una humilde empleada pública en un juzgado cualquiera. Sólo trabajando así de duro podemos evitar convertirnos en tontos sin memoria ni deseo. Huir el destino de un pueblo al que se le acaba mintiendo sin rubor porque no retiene ni defiende nada.