El pasado jueves, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez estuvo en València. No era ni la primera ni la tercera vez que venía tras la tragedia de la Dana que el 29 de octubre de 2024 asoló la provincia de Valencia. Lo hizo, esta vez, para mantener un encuentro directo con las asociaciones de víctimas. Un gesto que fue mucho más allá de la cortesía institucional: fue un acto de justicia, reparación, pero sobre todo un acto de humanidad. Y contrasta dolorosamente con la actitud del president Mazón, que aún no ha sido capaz de mirar a los ojos a quienes perdieron a sus seres queridos.

El encuentro celebrado en la sede de la Delegación del Gobierno no fue una simple reunión. Fueron más de tres horas de escucha activa, de compromiso político y de empatía institucional. Sánchez no llegó con promesas huecas ni con cálculos electorales, sino con propuestas concretas: un funeral de Estado en el primer aniversario de la catástrofe; la garantía de que las asociaciones participarán en la comisión de investigación del Congreso; la mejora de los protocolos de emergencias; avanzar de manera contundente en las obras y mejoras en infraestructuras; garantizar la ayuda psicológica donde no llegue la Generalitat Valenciana; y la continuidad en el desembolso de los más de 16.000 millones de euros comprometidos.

Este Gobierno no está aquí solo para hacer frente a esa emergencia ante la que otros se llaman a andana, sino para construir soluciones duraderas, con memoria y con justicia. Y en esa labor ha tenido un papel esencial la Delegación del Gobierno en la Comunitat Valenciana. Su delegada, Pilar Bernabé, ha sido un apoyo incondicional para las víctimas, tejiendo los puentes que otros han dinamitado. Su cercanía, su firmeza institucional y su capacidad para actuar sin estridencias, pero con resultados la convierten en una de las figuras más comprometidas de esta crisis. Mientras Mazón se esconde, Bernabé da la cara. Mientras la Generalitat practica la indiferencia, el Gobierno de España al completo, y muy especialmente la ministra valenciana Diana Morant, responde con humanidad.

Y es que lo de Carlos Mazón ya no es solo dejadez: es indignidad. No solo no ha recibido aún a las víctimas de la Dana —siete meses después— sino que, cuando ha reaccionado, lo ha hecho únicamente forzado por la visita de Pedro Sánchez. Su primera llamada a las asociaciones llegó al día siguiente del encuentro con el presidente del Gobierno. Y no fue para pedir disculpas, sino para imponer condiciones. Pretende verlas, pero a su manera. Un intento de control político que las propias asociaciones han sabido revertir con dignidad: serán ellas quienes impongan las condiciones para ese posible encuentro.

Porque ya basta. Las víctimas no son una pieza más en el tablero de juego del indigno president. Son ciudadanas y ciudadanos que merecen respeto, reconocimiento y reparación. Y lo que Mazón ha hecho durante estos meses es todo lo contrario. Ha bloqueado su comparecencia en Les Corts, ha maniobrado en la comisión de investigación para desviar la atención de la responsabilidad del Consell, y ha cultivado una actitud de desdén solo explicable desde la arrogancia de quien gobierna sin comprender el peso del cargo que ostenta.

El contraste no puede ser más evidente. Mientras el Gobierno de España actúa con responsabilidad y mirada larga, la Generalitat lo hace con cálculo corto y mezquindad. Mientras unos tienden la mano a las víctimas, otros se parapetan tras procedimientos y excusas. Y mientras Pedro Sánchez escucha, Carlos Mazón silencia. Pero las víctimas no se callan. Y su voz está hoy más fuerte que nunca.

La política, cuando es noble, sirve para sanar. Cuando se hace desde la empatía, puede ser instrumento de reparación. La visita de Pedro Sánchez ha sido una lección de eso mismo: de cómo se ejerce el poder con humanidad, de cómo se construye país desde el respeto a las víctimas. Frente a la negación, el reconocimiento. Frente al olvido, la memoria. Frente al abandono, el compromiso.

Y no se trata solo de lo simbólico. Lo tangible está ahí: recursos, planificación, acompañamiento. Porque gobernar no es esconderse, sino afrontar. Gobernar no es mirar para otro lado cuando la tierra se hunde, sino levantarla. Gobernar es dar respuestas, no excusas. Y es evidente que quien hoy da esas respuestas no está en el Palau de la Generalitat, sino en la Moncloa.

Por eso, mientras Mazón siga sin estar a la altura, seguirá creciendo la indignación ciudadana. Porque a la tragedia se le puede sumar la impotencia, pero no el desprecio. Y eso es lo que simboliza hoy el president de la Generalitat: una indignidad institucional que avergüenza a la sociedad valenciana. En cambio, el Gobierno de España ha hecho lo que debía: dar la cara, ofrecer consuelo, y sobre todo, actuar.

Porque en tiempos de duelo, la política debe estar a la altura del dolor. Y en este duelo colectivo, quienes han sabido estar ahí no son los que hoy representan con dignidad a un pueblo que no olvida.

La dignidad en política no puede entenderse sin la necesidad de actuar con humanidad. Recordamos a Pepe Mújica decir que “el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son en realidad”.

Hemos conocido la miseria humana que se esconde detrás de quien nos gobierna y no es digno de llamarse president. Los valencianos y las valencianas merecemos una presidenta de la Generalitat Valenciana como Diana Morant, una persona con la sensibilidad y la responsabilidad que merece el pueblo valenciano.

Per això no ens cansem de dir, volem votar.