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No es crisis: es el nuevo status quo

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VALENCIA. La crisis ya ha terminado. Si por crisis entendemos la ortodoxia económica de una recesión del PIB durante dos periodos consecutivos, ya no estamos en crisis. Dejemos de hablar tanto de la crisis y pongámonos a trabajar. Mi hermano me dice que en los tres meses que lleva viviendo en Holanda no ha oído la palabra crisis. Puede ser también que no domine aun lo suficiente esa rara mezcla de alemán e inglés, que hierve como una patata en la boca. ¿Cuánto tiempo más vamos a estar hablando de la crisis? Como aportación personal, me he propuesto no escribir más sobre la crisis, a menos que sea por trabajo.

El transcurrir del tiempo no es muy caprichoso, se mueve siempre hacia adelante. Parece que los felices 90 no volverán y nos encontramos frente a un escenario que se antoja más permanente que una crisis o depresión pasajera. En Japón, tras 20 años, ya nadie habla de crisis: el estado natural de su economía es de crecimiento bajo o nulo. En España puede estar sucediendo lo mismo. En nuestro país el mercado se ha corregido vía volumen y no precios. En una economía sin apenas rigideces, las fricciones económicas se resuelven vía precios. Si hay un parón económico, las empresas ajustan sus costes y bajan los precios para intentar vender más.

En una economía rígida, con unos salarios vinculados al IPC y salarios mínimos (e incluso hay propuestas de imponer salarios máximos), el ajuste no se produce vía precios. Una vez que la empresa ha ajustado sus costes (como en USA), si no puede bajar los precios para vender más, cerrará. Si somos inflexibles en cuanto a los precios, el mercado expulsa a las empresas menos eficientes y poco flexibles. Trabajan menos empresas, compran menos clientes, pero a los mismo precios. O incluso a precios mayores si aumentan por causas exógenas como el alza del precio del crudo o de las materias primas.

Los mecanismos económicos han reaccionado a las variables que presenta nuestra economía. El ajuste en costes y la rigidez en los precios nos han dejado a muchos frente a la cola del paro. Por ello, la cuestión no es totalmente económica, también es social. Si se quiere atacar el problema de raíz, exploremos nuevas vías. Y dejemos de hablar de crisis, porque no estamos frente a una situación temporal ni transitoria. Esta mal llamada crisis es nuestro nuevo statu quo. No vamos a salir de ninguna crisis: ya la dejamos atrás hace algún tiempo y lo que tenemos son las vergüenzas de nuestra economía al desnudo, como en la película de Mankiewicz 'Eva al desnudo' (All about Eve).

¿Cómo vestirla? Aunque habrá quien la prefiera al natural. Sabemos que solemos crear empleo por encima del 3% de crecimiento. ¿Qué sucede si no volvemos a crecer a esa tasa? La ciencia económica puede proporcionar remedios paliativos: austeridad, gasto, control de la inflación. Si aceptamos que las medidas económicas del pasado no van a solucionar del todo un problema que tiene sus raíces en un paradigma social, no busquemos tan solo soluciones monetarias.

Utilicemos, ante nuevas situaciones, nuevos conceptos. La economía débil, en línea con el pensamiento débil de Gianni Vattimo, es una nueva manera de abordar los problemas económicos. Frente a una lógica económica férrea y unívoca, se han de cursar otras interpretaciones. Ante un problema no sólo económico, sino social, busquemos un enfoque ecléctico y multidisciplinar: ¡Que inventen otros! La economía débil encuentra su fuerza fuera de sí misma, nutriéndose de las aportaciones de sociólogos, pero también de los filósofos, psicólogos o teólogos. El resto de las ciencias sociales debería tener algo que aportar a la economía, incluso algo interesante.

La economía débil, cuando tropieza con nuevos términos y problemas, busca remedios fuera del ámbito económico. Las medidas puramente económicas se vienen mostrando insuficientes para abordar conflictos que escapan de lo estrictamente económico. Las cuestiones a las que nos enfrentamos todos, como sociedad, ya no se resuelven inundando los mercados con dinero. Nos encontramos en cierta medida mudos ante esa nueva imposición de "trasmitir confianza a los mercados".

La economía débil se replantearía esta cuestión bajo otro prisma. Por ejemplo, ¿se trasmite más confianza a los mercados exclusivamente a través de balances monetarios o siendo individualmente más puntuales? El desplazamiento laboral es un concepto económico que necesitaría de nuevas aportaciones. ¿Es rentable económicamente la inversión en 'alta velocidad española' si seguimos llegamos tarde a nuestras citas? En Alemania los trenes no van tan rápido y la gente llega puntual a las reuniones.

Además, existen otros métodos y tecnologías de interacción social más eficientes, como las videoconferencias. El resto del mundo se mueve a la velocidad imparable de Facebook y Twitter, incluso algunos buenos periódicos prescinden del papel. ¿Preferimos la vía estrecha a la banda ancha? ¿No estaremos confundiendo la velocidad con el tocino?
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(*) Jordi Paniagua Soriano es profesor de Econometría en la Facultad de Estudios de la Empresa de la UCV

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