Los lacerantes acontecimientos que se están viviendo en Valencia y los que aun habrán de llegar serán recordados durante años. Representan el desenlace a una decadencia social, política y económica marcada por una clase dirigente que durante años ha estado más pendiente de sus privilegios que de atender el bien general de una sociedad adormecida. Ahora, el diabólico contexto económico mundial convertirá en una tarea de titanes recuperar ciertas cuotas de confianza...
VALENCIA. Jamás en tan poco tiempo una comunidad había bajado tantos escalones en la percepción que de ella se tenía en el exterior, más o menos los mismos que está a punto de descender su propia autoestima si alguien no lo impide. Casi resulta una ironía que la casa Porsche haya elegido las calles y puentes (de Calatrava) de esta ciudad para hacer la presentación de su impresionante 911...
Las noticias que comienzan a brotar de este ahora triste territorio son desalentadoras. Como esa del director territorial en Valencia de una importante entidad financiera foránea, que ha recibido el aviso de sus superiores de prepararse para dejar de ser dirección territorial y pasar a depender "de Madrid o Barcelona, ya veremos", y de que estudie con lupa los créditos solicitados por los empresarios locales que se agolpan en sus oficina una vez que la "banca valenciana" (?) esté rechazando de forma masiva todas las solicitudes de crédito de empresarios y particulares...
O esa otra de una conocida y no menos importante empresa de artes gráficas cuya dirección ha dado orden a sus comerciales de no localizarse en Valencia cuando hablen con clientes de fuera... "no digáis que somos de Valencia". O la viñeta aparecida en el semanario satírico El Jueves (catalán, of course) en la que aparece el mapa de España con una Comunidad Valenciana desmembrada de la Península Ibérica e ‘implantada' en el norte de África... sólo una viñeta, un chiste, que muchos lo han recibido como un aguijón en su orgullo patrio y otros simplemente como una diáfana advertencia de que algo está pasando con nuestra imagen en el exterior. ¿Será, como dice un buen amigo financiero, que "Valencia es una sociedad endogámica, poco abierta, más propia del medievo que del siglo XXI y que sólo mira al Micalet"? o es que, como dice otro paisano desde México DF, que "Valencia siempre tiene ese puntito de mujerzuela que se deja querer y maltratar por igual"?
Sea como sea, está claro que exageramos -en esto y en todo- en nuestra acelerada y sin matices destrucción de autoestima, pero es que en apenas unas semanas nos hemos dado suficientes bofetones -sin necesidad de ayuda, así, nosotros mismos- como para borrar la perenne y estúpida sonrisa de felicidad que arrastrábamos desde hace lustros como
correspondía a un pueblo "que estaba asombrando al mundo", como Paco Camps y Rita Barberá se encargaban de recordar periódicamente, un mensaje que la mayoría absoluta de la sociedad valenciana ha estado comprando incomprensiblemente a manos llenas elección tras elección y sin hacese preguntas.
En apenas unas semanas, esa gran mayoría silenciosa -y corresponsable de su desgracia por su falta de exigencia-, está tomando conciencia del hedor insoportable que desprenden algunos estamentos de la clase política en el poder, el Partido Popular, por su corrupción y/o actitudes de nuevos ricos; de la desastrosa gestión con la que ese partido ha conducido las riendas de la Administración autonómica durante los últimos quince años, situando a la economía valenciana a la cabeza del endeudamiento y el paro nacionales; está conociendo la falta de capacidad de la oposición política (a la que por otra parte ha dado la espalda y despreciado durante quince años), en concreto de los líderes del Partido Socialista, para constituirse en una alternativa clara y sólida de gobierno que conceda ciertas cotas de confianza a la ciudadanía sobre la posibilidad de un horizonte diferente...
¿DÓNDE ESTÁ AHORA LA SOCIEDAD CIVIL?
Y, sobre todo, está sintiendo ahora la ausencia de una sociedad civil -esa que conforman los dirigentes empresariales, los grandes empresarios, financieros y profesionales, los agentes sociales,
las jerarquías sindicales y universitarias- generosa, valiente y capaz de dar un paso al frente para intentar cambiar el actual estado de cosas. Una sociedad civil que debería ser capaz de denunciar públicamente lo que aquí ha ocurrido, realizar un sincero ejercicio de autocrítica y presionar al Gobierno autonómico para que muestre la determinación necesaria con la que enderezar una nave que se va a pique y deje de aplicar paños calientes para intentar salvar los privilegios de su tribu.
La clase política y la sociedad civil no parecen estar recibiendo recibir los mensajes que empiezan a brotar de la calle: o nos salvamos todos o nos hundimos todos, como parecían exclamar los exaltados trabajadores que el otro día invadieron el Palacio de Fuentehermosa o la última planta de Canal 9, pero también los empresarios farmacéuticos, los de los colegios concertados o Rosa Fuster, la ahora aguerrida decana del colegio de médicos, dispuesta a no dejar que le quiten un solo privilegio a los suyos despues de años de despreocupación sobre la gestión de la sanidad pública.
Apenas son avisos, muecas, pero no es previsible que a estas alturas de la historia los sectores mas débiles y menos protegidos de la sociedad acepten sin más y resignadamente cargar sobre sus espaldas los ajustes de una lastimosa realidad aumentada, causada por la falta de visión de unos dirigentes que durante años han ejercido el peor gobierno de la historia de este reino, país o comunidad, como ustedes gusten (con los enfrentamientos artificiales acerca de la denominación y bandera, impulsados por los que no querían perder privilegios, empezaron todos los males).
Ahora, no vaya a pretender alguien decir lo contrario, lo tenemos crudo para remontar. Deslocalizada o desmantelada la industria valenciana, ninguneada su agricultura, perdida -¿para siempre y del todo?- la financiera, sin prestigio ni imagen exterior, apenas quedan otras herramientas que el turismo y los servicios para intentar darle la vuelta a un calcetín arruinado
y lleno de agujeros. Si a ello se le añade un gobierno en la Generalitat, el de Alberto Fabra, con ganas pero sin recursos, escaso de apoyos, desprovisto de puntería y capacidad de maniobra para aplicar de forma tajante las reformas imprescindibles que aquí hacen falta (ahora, no más adelante), el panorama se presenta desolador.
LA HORA DE LOS CENÁCULOS
Comienzan ahora a percibirse alguna leves, muy leves, reacciones. Muy retrasadas en el tiempo, pero nunca es tarde. Hay al menos dos grupos nacientes -puede que muchos más, pero indetectables- que están celebrando reuniones para hablar, diagnosticar e intentar "hacer algo". De momento solo hablan, comen o cenan. Llenan folios de palabras, ideas y conclusiones. Bien, mejor eso que nada y esperarlas venir. Ojalá pasen pronto de las palabras a la acción. Muchos vuelven ahora la vista hacia los medios y profesionales de la información, los mismos que durante años o bien han manipulado para favorecer sus intereses o bien han margindo por no caminar en la misma línea de asentimiento y complicidad que se esperaba de ellos.
Desde luego, no van a ser en absoluto los medios de comunicación los que saquen a la Comunidad Valenciana de su actual y dramático atasco, en el supuesto de haya una salida al alcance de la mano. Ni tan siquiera existen garantías de que esto tenga arreglo en un entorno en el que hasta las naciones más sofisticadas están comenzando a sentir en su propio ‘rating' los azotes de una crisis que está deviniendo en ingobernable. "No deberá quedar piedra sobre piedra del actual sistema para poder construir el nuevo" aseguran algunos catosfristas, de forma exagerada. O puede que no: resulta difícil imaginar, tomando como referencia Valencia por ejemplo, a unos dirigentes políticos, económicos y sociales haciéndose el harakiri y devolviendo el poder y la igualdad de oportunidades a la sociedad sin que antes haya mediado la hecatombe económica... En fin, a lo mejor es solo cosa de falta de imaginación...
O eso, o estaremos condenados a una mayor decadencia y empobrecimiento que se arrastrará durante años sin que ahora mismo nadie sea capaz de imaginar bajo qué coordenadas y presupuestos se podría reiniciar la recuperación moral, política y, por supuesto, económica. Es obvio que no es momento de caer en depresiones ni pesimismos más allá de lo que el sentido común recomiende, pero tampoco de seguir actuando como si no pasara nada y la crisis fuera cosa de cuatro funcionarios mataos, unos enchufados del PP en RTVV y unos miles de parados que-siempre-han-estado-ahí-y-seguirán-estando-porque-es-imposible-acabar-con-el-paro.
La cuestión estaría en hallar una vía de unidad para el cuerpo social y sus dirigentes y representantes que permitiera diseñar líneas de actuación para adelantarse a los acontecimientos. Pero esto sí que parece una utopía, aquí y ahora. Más grave que la crisis es la incapacidad grupal para enfrentarse a ella.
En fin, que no le digáis a mi madre que vivo en Valencia... ni en ninguna otra parte que no sean los Mares del Sur...