"El ataque terrorista no ha de lograr su objetivo, que no era sólo cometer los asesinatos y obtener un golpe propagandístico, sino estrechar los limites de las libertades públicas y generar una polarización social e institucional entre los dos bandos en conflicto"
VALENCIA. La actualidad de la semana ha estado indudablemente protagonizada por el brutal atentado contra la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo. Los terroristas asesinaron a doce personas, entre ellos el director de la publicación y varios de sus colaboradores más reconocidos. Se ha escrito y se ha dicho muchísimo ya sobre esta cuestión. Y, como era inevitable, parte de lo que se ha dicho viene guiado por la crispación, los prejuicios ideológicos o el fanatismo.
En los dos extremos nos encontramos, por un lado, a los que culpabilizan al conjunto de los musulmanes por la acción de los grupos terroristas de raíz islámica, como si formar parte de un colectivo nos convirtiese en corresponsables de todo lo que haga alguien que también pertenezca al mismo. Es decir, lo que proclaman muchos defensores de la teoría del "Choque de Civilizaciones" de Samuel P. Huntington. Puede que la idea de Zapatero de la "Alianza de Civilizaciones" resultase muy superficial, o ingenua, u oportunista; pero, sin duda, la teoría opuesta, el "Choque", además de ser estúpida y falaz, tiene consecuencias mucho peores. Y además deja de lado el origen, nada remoto, del terrorismo islamista como consecuencia de la ocupación y el régimen colonial impuesto por Israel a los palestinos con el apoyo de Occidente. Por no hablar de los dos afloramientos más importantes del terrorismo islamista en la última década: Al Qaeda y el Estado Islámico, ambos originados... en el apoyo occidental a su causa cuando ambos luchaban contra quienes entonces eran enemigos de Occidente (la Unión Soviética en Afganistán y la dictadura siria de Bashar al-Asad, apoyada por Rusia).

En el otro extremo nos encontramos a los que diluyen la responsabilidad de los asesinos con peculiares extrapolaciones con la política de Occidente (como si fuesen los colaboradores de un semanario satírico los encargados de dirigirla y ejecutarla); o bien consideran que las víctimas, hasta cierto punto, "se lo estaban buscando", por publicar viñetas que muchos musulmanes podrían considerar ofensivas. O incluso, finalmente, aluden a teorías de la conspiración ya clásicas, como que el atentado estuviera orquestado por los propios servicios secretos franceses; o que, directamente, se tratase de una ficción.
Me gustaría centrarme en una cuestión en la que ha habido casi unanimidad en cuanto a la evaluación de los atentados. Y es en la proclamación, por parte de las autoridades, de los medios de comunicación, de líderes de opinión variopintos, de que bajo ningún concepto este ataque ha de lograr su objetivo. Que no era sólo cometer los asesinatos y obtener un golpe propagandístico, sino también estrechar los límites de las libertades públicas (particularmente la libertad de expresión) y generar una polarización social e institucional entre los dos bandos en conflicto (tal y como son definidos por los terroristas), en torno a un doble eje político/religioso: Occidente / Islam.
Pues bien: aunque es pronto para saber cuáles son los efectos a medio y largo plazo de este atentado, sí que cabe decir que, en lo que se refiere a los atentados cometidos en el pasado por parte del terrorismo islamista, los terroristas sí que han logrado al menos parte de sus objetivos.
RECORTAR LAS LIBERTADES NO ES LUCHAR CONTRA EL TERRORISMO: ES HACERLE EL JUEGO

El terrorismo islamista busca explícitamente agudizar una lógica de choque de civilizaciones, que tanto gusta también como ya hemos comentado, a los halcones del otro lado. En este contexto, el terrorismo es terreno fértil para los más fanáticos, cerriles y reaccionarios. Por eso aparece tan a menudo la paradoja de que sean precisamente los que más inciden en una lógica de confrontación sistemática, y apelan a la defensa de la civilización occidental como pretexto, los que más hacen por socavar los principios de la civilización occidental, siempre que tienen ocasión, para devolverla al pasado. En todos los sentidos: menos libertades políticas, más desigualdades económicas, menos mecanismos de protección social y más desprecio por los valores culturales occidentales, que no se diferencian de otras civilizaciones, precisamente, porque "nuestra" religión sea "mejor" que otras.
Lo mismo está sucediendo, por desgracia, en materia de libertad de expresión. Estos días hemos escuchado a muchos representantes políticos destacando la fundamental importancia de que el atentado terrorista no logre su objetivo de cercenar la libertad de expresión, obviamente consustancial al sistema democrático. Y tienen toda la razón. Pero el problema es que muchos de los que proclaman su fe en la libertad de expresión cuando se trata de un salvaje ataque terrorista contra la redacción de Charlie Hebdo, no mantienen esta misma postura con otros fenómenos, que afortunadamente casi nunca comportan violencia ni mucho menos el asesinato de nadie; pero no por ello carecen de importancia.
LIBERTAD DE EXPRESIÓN "BIEN ENTENDIDA"
En el plano internacional, nos encontramos con casos tan clamorososos como la Patriot Act estadounidense, la sistematización de las escuchas y la vigilancia a los ciudadanos, o la extensión de medidas de prevención más y más rigurosas (quien pase estos días por algún aeropuerto sabrá bien a qué me refiero). En el caso español, hablo también de fenómenos recientes, como la Ley Mordaza aprobada por el Gobierno [; de los diversos problemas con la censura que han tenido, y tienen, publicaciones satíricas como El Jueves, o el caso aún más inmediato del humorista y colaborador de La Tuerka, Facu Díaz, imputado por la Audiencia Nacional (volveremos sobre este tema).
También es el caso, precisamente, de parte de la legislación antiterrorista, de indudable eficacia en la lucha contra el terrorismo de ETA, pero cuya invocación también ha servido, y sirve hoy en día, para ordenar el cierre de publicaciones (los casos de los diarios Egin y Egunkaria), hacer efectistas redadas contra un supuesto "terrorismo anarquista" o el "terrorismo en Twitter", limitar el derecho al voto o encarcelar durante años al dirigente de Batasuna Arnaldo Otegui, en lo que personalmente me parece un ejemplo clamoroso de abuso de autoridad por parte de las instituciones españolas.

Quizás este último párrafo haya indignado a muchos lectores. ¿Por qué debería el Estado, que es un Estado inequívocamente democrático, permitir que el terrorismo utilice la permisividad de sus instituciones y su ordenamiento jurídico para facilitar su lucha (propagandística, política, y en definitiva también violenta) contra ese mismo Estado? ¿Por qué deberíamos permitir la libre expresión de según qué ideas?
Ahí se halla, a mi juicio, la clave de arco de toda defensa de la libertad de expresión que busque ensanchar sus límites, garantizar la protección de las minorías y avivar el debate público. La libertad de expresión es un bien precioso para cualquier sociedad. Pero lo es, sobre todo, cuando preserva también ideas y opiniones minoritarias, que resultan molestas y ofensivas para algunos, incluso para muchos.
Es muy fácil proclamarse defensor de la libertad de expresión de ideas apoyadas mayoritariamente por los ciudadanos. Y más fácil aún convertir eso, la opinión de la mayoría, en el canon de lo que puede decirse y lo que no. Pero eso no es defender la libertad de expresión, sino la tiranía de la mayoría (o del poder). La aplicación de medidas que buscan reducir la libertad de expresión, aunque sean poco represivas, o tengan un impacto menor sobre los ciudadanos, supone hacerle el juego a los terroristas; debilitar nuestras instituciones, nuestra sociedad, y lo que nos diferencia de los regímenes autoritarios.
#PRAYFOR...#YOSOYFACU

Un día después de proclamar el gobierno español su apoyo sin fisuras al gobierno francés y las víctimas del atentado de París, como símbolo de nuestro compromiso con la fundamental defensa de la libertad de expresión, la Audiencia Nacional ha imputado al humorista Facu Díaz por un sketch titulado "El PP se disuelve", en el que establecía una equiparación entre la disolución del PP y la de ETA, por el delito de "humillación de las víctimas del terrorismo". La contradicción entre un fenómeno y otro no podría resultar más palmaria. Ni su efecto menos contraproducente.
La noticia se extendió rápidamente y el hashtag de protesta #YoSoyFacu consiguió inmediatamente ser trending topic nacional. Con ello, y una vez más, como ya ocurriera con la portada de El Jueves crítica con la Familia Real, la justicia española vuelve a ser el instrumento de difusión de contenidos (los que intenta prohibir) más eficaz que se conoce. Y ello sin necesidad de poner titulares amarillistas, sin fotos de gatitos o del Pequeño Nicolás.