Víctor Hugo, en Los Miserables, describe una escena que hiela el alma. Tras la batalla de Waterloo, cuando el estruendo de los cañones cesa y el humo se disipa, decenas de personas encorvadas recorren el campo de los muertos, arrancando dientes de oro y despojando a los caídos de sus pertenencias. Ya no hay héroes ni heroínas; solo dolor, tristeza y personas sin escrúpulos que buscan un beneficio en la tragedia.
Es una de las imágenes más duras de la literatura, y también una metáfora de lo que ocurre cuando la moral abandona la política. Lamentablemente, esa forma de actuar se ha hecho demasiado habitual en la izquierda de nuestro país.
Cada vez que surge una dificultad o una tragedia, hay quien corre a intentar sacar rédito político en lugar de aportar soluciones. No se trata de discrepar o de debatir ideas -algo legítimo y necesario en democracia-, sino de utilizar el dolor y la emoción como herramienta de ataque y de cálculo electoral.
Es la política del ruido, del titular rápido, del conflicto constante. Y esta semana hemos vuelto a verla en las declaraciones de la delegada de Sánchez, Pilar Bernabé, que, tras salir de su diana Mazón con la dimisión, sigue con su estrategia de utilizar la Dana para atacar a sus rivales políticos, en vez de asumir una vez por todas sus fallos, sus ausencias, los brazos caídos durante demasiado tiempo.
Es momento de que Sánchez, sus ministros y delegados, asuman las consecuencias políticas que les toca, y se sumen a la reconstrucción. Es momento de dejar de utilizar el dolor para buscar su puesto político.
Hay límites que no deberían cruzarse nunca, más cuando era ella quien formaba parte del Cecopi (de hecho, lo codirigía) y ella debió ordenar el corte de carreteras y debía de coordinar todos los organismos estatales como la CHJ que no avisó de la crecida súbita del Poyo.
La política no puede hacerse utilizando el duelo y tampoco practicarse desde la falsedad. Porque la credibilidad se gana con la verdad y se pierde con la impostura.
Y lo cierto es que la señora Bernabé falseó su propio currículum, atribuyéndose titulaciones que no tenía, hasta el punto de que su propio partido tuvo que rectificar públicamente. Una clara muestra de cómo entiende la política: más preocupada por la imagen que por la verdad, más pendiente del relato que de los resultados. Esa falta de honestidad personal y política no es anecdótica; es el reflejo de una forma de gobernar.
Durante años, la izquierda ha confundido ideología con superioridad moral. Predican empatía pero practican división. Hablan de progreso, pero confunden el discurso con la acción. Han hecho de la confrontación un modo de vida. Y, sin embargo, lo que los valencianos necesitan no son más discursos ni más enfrentamientos. Necesitamos gestión, eficacia y estabilidad.
El Ayuntamiento de Valencia, bajo el liderazgo de María José Catalá, ha demostrado que otra forma de hacer política es posible: la que se ejerce con rigor, serenidad y respeto.
Durante la Dana, la alcaldesa estuvo desde el primer momento al pie del cañón, coordinando los equipos de emergencia, atendiendo a los vecinos y asegurando que la ciudad respondiera con rapidez y humanidad. Y después de aquellos días difíciles, ha seguido trabajando sin descanso, impulsando medidas de reconstrucción y, también, de prevención. Proyectos como Valencia + Segura o el Plan de Infraestructuras Críticas son ejemplos de una gestión responsable y moderna, que no se limita a reparar los daños, sino que anticipa soluciones para proteger a la ciudad ante futuras emergencias.
Esa es la diferencia entre unos y otros. Mientras algunos aprovechan cualquier situación para generar división, nosotros trabajamos para unir. Mientras otros hacen oposición con titulares, nosotros gobernamos con hechos. Y los hechos están ahí: una ciudad más segura, más sostenible y con más oportunidades, que avanza en equilibrio entre el desarrollo económico, la cohesión social y la protección de lo que nos une como valencianos.
Nuestra manera de entender la política es la del servicio público, no la del enfrentamiento. Creemos en la colaboración público-privada, en la innovación, en el turismo sostenible, en el empleo de calidad, en la defensa de nuestra identidad y en la mejora continua de los servicios municipales.
Creemos en una Valencia que suma, que no excluye, que crece con ambición y con corazón. Porque gobernar no es levantar la voz, es levantar proyectos.
Valencia no necesita dirigentes que vivan del conflicto ni representantes que se dediquen a explotar la división. Necesita líderes comprometidos, que crean en ella, que la cuiden y la hagan avanzar. Esa es la política que representa la alcaldesa María José Catalá y el equipo que la acompañamos: una política con principios, con sensibilidad y con resultados.
Y esa es, sin duda, la diferencia que marca el rumbo de esta gran ciudad. Porque hay muchas maneras de hacer política, pero solo una está a la altura de Valencia: la que se ejerce con verdad, con trabajo, con respeto y con sentido de futuro. Y, por eso, es necesario parar la política “miserable” que practican algunos.