Opinión

Opinión

EL JOVEN TURCO

Resistirse al filtro Valencia

Publicado: 15/12/2025 ·06:00
Actualizado: 15/12/2025 · 06:00
  • Foto de archivo.
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Todas las ciudades entraron hace tiempo en fase Instagram, a la caza del like se dedican más a agradar. A la vida ideal y no a la real.

El esfuerzo en mostrar es infinitamente superior al que se dedica a ser.  Etiquetas, premios, la aparición en listas.  Esa ciudad clickbait, término con el que definió muy bien un tiempo Vicent Molins.

Responsables públicos que actúan como un viajero que busca obtener la foto en EL sitio. Si se pone de moda algo hay que hacerlo. Hay que performar la ciudad, como se performa el personaje. Como ese turista que busca el encuadre perfecto de EL sitio que no puedes dejar de visitar.

Y como ese fotógrafo amateur esforzado, que trata de ocultar que en realidad está rodeado de miles de personas, probablemente agobiado, en ese lugar que, a base de lucir impresionante en las fotos, se ha tornado asfixiante, las ciudades también buscan lucir felices sin que se vean los problemas.

La imagen es el poder. O más bien el placebo de poder. 

Foucault ya decía que el poder es hacerse ver. Que libera las cosas a la visión. Que el poder es exposición. Y por tanto lo que se exhibe o se quiere exhibir acaba por ser lo que se crea. Ese es el orden de las cosas.

Primero se quiere la postal y luego se toman todas las decisiones en función de la postal. La exhibición crea el espacio y el espacio moldea las realidades. Una ciudad aspiracional influye y construye modos de vida aspiracionales. Nos enseña a mirar de ese modo y nos educa en no mirar otras cosas. La aspiración es legítima, necesaria, incluso bella, pero lo aspiracional es una trampa. Una cultura de lo que camuflar lo que falta, donde se fía todo a llenar esos vacíos o, más a menudo, a disimularlo. Casi siempre sin mala fe, pero tampoco sin malas consecuencias. 

Solo así consigo explicarme que, al lado del propio ayuntamiento, un edificio vigilado durante día y noche, con una plaza llena de gente visitando las luces o patinando sobre la pista que hay estos días instalada por los comerciantes del centro histórico, pudiera aparecer sin más un joven de 21 años muerto. Un joven del que sabemos poco más que vivía y que murió en la calle.  Abandonado e invisible en medio de tante gente. ¿cuánta gente lo vería al pasar y no prestaría atención, incluyendo la propia policía que está veinticuatro horas en el entorno del edificio municipal? 

Nilton Santiago, ganador del premio de poesía de la ciudad, escribía en un poema que se titula Semillas o <<yos>> dispersos que estar solo es estar ante una multitud. Y vaya si puede ser dolorosamente cierto que este individualismo de la aglomeración significa soledad.

El autor ubica su escritura en Angkor, Camboya. Uno de los sitios predilectos en la lista de viajes que debes hacer una vez en tu vida. Y por eso quizás viene más al caso su verso. El yo vacacional está devorando al yo vecino.

No porque sea la primera vez que ocurren injusticias en las ciudades, aunque baste pasear por València para ver como la cantidad de personas que no tiene un hogar ha aumentado considerablemente. Los invisibles, también del debate sobre la vivienda. Que es debate precisamente porque alcanza a los visibles. 

Sino porque creo que nunca como hoy se habría tolerado esa pasividad de un ayuntamiento en cuyas puertas aparece un joven muerto y ni hace, ni siquiera dice nada. 

No solo no hubo duelo institucional. Hay gente a la que nadie llora. Es que tampoco esto alerto ninguna alarma. Nadie quiere decir en alto que en esta València además de recibir millones de visitantes, también se vive la más áspera cara de la pobreza. La que se da entre una desigualdad que no remueve. Ni conciencias, ni palabras.

El otro día en una comida de navidad un amigo nos hablaba de un restaurante y al no conocerlo ninguno del resto de la mesa se alegró. No por ser original, sino porque tenía miedo a que ese sitio propio se llenara de gente al convertirse en un lugar de moda.  Aun así, nos dijo el nombre. 

Todos estamos atravesados por la contradicción de querer espacios propios en la era de la exhibición. Nos asusta que otros descubran ese lugar del que, sin embargo, presumimos. Pero ¿cuántos últimos son invisibles en una sociedad que compite por llegar los primeros?

En el próximo pleno pediré un minuto de silencio por ese joven. Como ejercicio de resistencia colectiva a que a la realidad también se le apliquen filtros. Porque lo que no se contempla no se cambia. Difuminar es un ejercicio de aceptación, aunque sea de una aceptación resignada e incómoda, igual que mirar implica una llamada a la transformación. 

Camuflar las realidades incómodas prolonga la injusticia. Y sí, todos sabemos que es más duro observar que aceptar su camuflaje. Pero querer es ser visto y no exhibirse. 

A veces que se nos vean las ojeras es necesario.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo