Opinión

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EL JOVEN TURCO

Una ciudad que puedas permitirte

Publicado: 28/07/2025 ·06:00
Actualizado: 28/07/2025 · 06:00
  • El barrio del Carmen.
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Hace unos meses escribí que València necesitaba su Casa Orsola. Un ejemplo como el del edificio que el Ayuntamiento de Barcelona compró para evitar que un fondo desalojara a quienes vivían allí. Un hecho que demostrara que nuestra ciudad se planta y manda el mensaje de que no dejará que se cambien vecinos por cuentas de resultados. 

Y sigue faltando. 

De hecho, lo que tenemos son demostraciones de lo contrario.

Estos días se ha conocido la situación de Susa. Vecina del Carmen de toda la vida, propietaria de un comercio en el propio barrio y ahora víctima del acoso inmobiliario.

Vive de alquiler, en un piso en el que han residido varias generaciones de su familia y tiene contrato en vigor hasta 2029. Su casa está en un edificio justo detrás del mercado de Mossen Sorell y ha visto cambiar Ciutat Vella. Seguramente ha conocido el barrio en situaciones mucho peores que las actuales. Pero en ninguna de ellas querían echarla.

Hoy en su edificio, comprado por un fondo buitre que se denomina Richelieu, solo queda ella. Poco a poco el resto de vecinos y vecinas han ido abandonando. Les han ido convenciendo de que era mejor irse y aceptar las nuevas condiciones. Todos menos Susa.

Y, cuando ella no ha accedido al acuerdo que le proponía este fondo, ha llegado la extorsión. 

Han contratado un grupo de matones, que actúa bajo el nombre de empresa APD Security Iberia, y, coincidiendo con ello, su casa ha aparecido sin puerta, con el baño y la cocina destrozados. Todas sus cosas tiradas por el hueco de la escalera y un cartel en la puerta exigiéndole que se hiciera cargo de recoger ese estropicio, porque impedían el paso. Y, antes de eso, ha tenido que convivir con obras ilegales que según el propio fondo pone en riesgo la seguridad del inmueble.

No hace falta ser especialmente crítico con la situación actual para pensar que pueden existir unos cuantos delitos, ni tampoco para empatizar con esta vecina.

Incluso podríamos caer en el error de pensar que Susa ha tenido mala suerte y que esta actuación es un caso aislado. Un mal ejemplo, especialmente agresivo. Algo que no suele ocurrir. Pero no.

La diferencia no es que en este fondo buitre sea peor que otros, sino que una vecina se ha plantado y ha aguantado una presión que normalmente nadie está dispuesto a asumir. Y junto a ella, al ver esta situación, se ha generado una indignación colectiva. 

Pero, lamentablemente, València tiene muchos más casos donde la especulación está expulsando a vecinos y vecinas de sus casas y sus barrios. La prueba es que casi todos conocemos alguno. 

Y no hace falta que contraten a una pseudoempresa de desokupación, para que califiquemos esa actividad como un comportamiento hostil hacia esos vecinos y hacía el conjunto de la ciudad.

¿O no es hostil que de repente tu casero pase a ser un CIF o una S.L. sin cara que multiplica de forma indiscriminada el alquiler que pagas? o ¿no es hostil forzar a la gente a firmar un mal acuerdo, simplemente porque temas las consecuencias de no hacerlo?

No hace falta que lleguen a arrancar la puerta de una casa o la destrocen por dentro para que un fondo merezca el calificativo de buitre. La extorsión, la amenaza o el miedo aparecen antes y son mucho más comunes.

Para mí la conclusión es clara. Si una empresa está haciendo peor la ciudad, está echando a gente que quiere vivir aquí, está acabando con la vida de los barrios, está convirtiendo la vivienda en inaccesible y el único beneficio que se genera esa situación se lo llevan esas mismas empresas… esa inversión no aporta valor a la ciudad. Lo destruye.

Por eso la ciudad no tiene que aportar seguridad a estas inversiones, debe defenderse de estos fondos. Haciendo que ni les sea rentable, ni les sea posible. No puede dar más miedo el fondo buitre a la ciudad, que la ciudad al fondo buitre.

Y estamos en un punto de no retorno. Por eso creo que el conjunto de ciudades que están sufriendo estas situaciones, deben pedir una regulación para prohibir que se compren viviendas que no sean para residir. Es la única forma de frenar en seco esta dinámica, ya está ocurriendo en otras ciudades europeas como Utrecht y está funcionando.

Porque si las calles empiezan a verse como materia prima, acciones o fondos, dejan de ejercer la función principal de alojar personas, permitiendo un proyecto de vida, y pasan a cumplir la de acoger dinero y garantizar un beneficio. 

La ciudad sale de las posibilidades de la gente corriente. Incluso de los que, como Susa, llevan viviendo allí toda la vida.

Y que nadie se engañe, el siguiente negocio siempre puede ser a tu costa. Hay mucha gente afectada por esta situación que nunca lo habría esperado, muchas personas que, si no están afectadas en primera persona, pagan las consecuencias viendo como sus hijos o hijas han de dejar el barrio o simplemente comprobando como la València que se está creando no es para ellos y están pagando, de muchas formas distintas, la tasa turística que este ayuntamiento se niega a cobrarles a los visitantes.

Por eso, hace un año quise que constara en el acta del debate sobre el estado de la ciudad una reflexión, que lamentablemente no ha perdido vigencia:

A pesar de lo que digan los predicadores del odio, el peligro no está en ninguna persona que viene aquí a ganarse la vida. Quien amenaza tu modo de vida es otro tipo de extranjero. Son los que vienen de la soberanía del dinero. Quien amenaza tu modo de vida no es un migrante, es el fondo buitre que quiere echarte de tu barrio.

En este modelo de ciudad monopolizada, donde el soberano es el dinero, acaba por no caber nadie.

El caso de la calle Sogueros es muy grave y ojalá entre todos y todas Susa pueda conseguir una solución digna. Aunque sea a costa de abandonar su casa, en la que mantiene una foto de su madre que los matones no tiraron. Una imagen donde desde la azotea del edificio observaba otra València. Una que debe volver a pertenecer a sus vecinos y vecinas.

Pero ni es un caso único, ni anecdótico. Es una señal de alarma que provoca un modelo que avanza hasta una ciudad que no puede permitirse la mayoría de personas que viven aquí.

Hay muchas cosas que funcionan mal, la ciudad está sucia, con las prioridades invertidas, cambiando verde por asfalto… pero el gran reto colectivo es lograr una ciudad que puedas permitirte.

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