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Una Tea Party en las Cortes Valencianas

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ALICANTE. La última sesión de control celebrada en las Cortes Valencianas ha certificado el grado de encanallamiento al que se ha llegado en esta Comunidad, traduciéndose en la mayor crisis política desde la instauración de la democracia; una profunda crisis que está paralizando una sociedad ya de por sí herida, e infiltrando los diferentes sectores e instituciones a lo largo y ancho de nuestro territorio. Sin embargo, a pesar de que actos políticos con un significado institucional tan solemne han acabado por perder cualquier sentido y hasta el respeto parlamentario básico, fue una sesión valiosa para ayudarnos a interpretar el momento político que atravesamos y lo que se avecina.

Hace tiempo que las Cortes Valencianas se han convertido en un simple burladero desde el cual marear a la oposición, eludiendo con ello las responsabilidades básicas de información y control político que cualquier Gobierno tiene. El grado de ocultación y oscurantismo al que se ha llegado ha alcanzado niveles nunca antes vistos en la gestión del Consell. La mayoría absoluta del PP optó hace tiempo por comportarse como un grupo de muchachotes alborotadores que, con el respaldo de una Presidenta de las Cortes incapaz de comprender sus altas responsabilidades institucionales, permite a estos hooligans un comportamiento impropio y en no pocas ocasiones maleducado, llegando a conculcar con frecuencia los derechos básicos de una oposición que, precisamente por su condición, debiera poder llevar a cabo su labor con todas las garantías.

Esta legislatura pasará a la historia por haber acogido las mayores barbaridades, insultos y acusaciones, existiendo un amplio catálogo de episodios que han alimentando todo tipo de blogs y webs. El último de ellos muestra a un parlamentario popular, indigno de tal condición, que rompe ostentosamente papeles delante del micrófono para impedir que se escuche a una parlamentaria de la oposición en el uso de su turno de palabra, mientras los compañeros de este maleducado jalean sus gracias y la presidenta que sonríe, llega a interpelar a la parlamentaria agraviada. Imágenes como estas han dado la vuelta al mundo, dando la medida del nivel político al que se ha llegado por estas tierras. Es nuestro particular Tea Party valenciano, que se despliega con profusión en las sesiones parlamentarias.

A la luz de todo ello, no existe espacio político para el acuerdo, para el diálogo y el consenso básico sobre aspectos esenciales que atenazan a la sociedad valenciana en cuestiones tan relevantes como la salida de la crisis, la generación de empleo, la reducción de la grave deuda de la Generalitat, la nueva estrategia económica e industrial, las fusiones bancarias y las estrategias financieras de las cajas, las futuras inversiones, los ejes de comunicación interterritorial, y otros tantos asuntos relevantes. El Consell optó hace tiempo por ningunear a la oposición hasta el punto que el portavoz del PP, Rafael Blasco, llegó hace meses a proponer públicamente en sede parlamentaria a su grupo que se retirara el saludo al síndic socialista.

Desde el PP valenciano se ha creído que su mayoría absoluta e incuestionable le permitía borrar del mapa a todos los que no le votaron. Nadie niega al PP la autoridad que le otorgan sus 1.277.458 votos, pero es profundamente antidemocrático por parte de este partido despreciar, como hace, a las 1.305.439 personas que ejercieron su derecho al voto en las pasadas autonómicas en opciones distintas a las del PP y que también son ciudadanos valencianos. También en esto, una vez más, se ha echado en falta una declaración pública a lo largo de estos difíciles meses, tanto de las organizaciones empresariales como de las sindicales, pidiendo que se alcanzaran acuerdos políticos entre el Consell y la oposición que permitieran salir en mejores condiciones de la grave crisis que atenaza esta Comunidad.

Pero posiblemente todo ello sea, ni más ni menos, que el reflejo mismo del grado de angustia política que ha trasladado el propio presidente Camps a las Cortes Valencianas al ritmo de sus ansiedades, crispaciones, miedos y fobias marcadas por los escándalos judiciales y de gestión que se han sucedido en esta legislatura. Lejos de ejercer una autoridad reverencial, de actuar como presidente de y para todos los valencianos, de comprender la alta responsabilidad que tiene encomendada, ha sido el primero en marcar el ritmo de su muchachada con todo tipo de descalificaciones, insultos y desvaríos que han hecho las delicias de los espacios de humor en toda España. Que el presidente de una Comunidad como la valenciana se mantenga en un aparente alejamiento de la realidad social y mental, dificulta notablemente el ejercicio de la política al servicio del bien común, en la medida en que carece de capacidad para conocerlo y comprenderlo.

A la vista de todo ello, y teniendo en cuenta que las labores de control en las Cortes Valencianas se reanudarán en febrero del próximo año, podemos dar por amortizada una legislatura que por entonces, estará a solo tres meses de las elecciones autonómicas y por tanto, casi en plena campaña electoral. Y con mayor motivo si tenemos en cuenta el pavoroso escenario judicial que se cierne sobre esta Comunidad. Mucho me temo que todavía no hemos agotado nuestra capacidad de perplejidad sobre la política valenciana.

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Carlos Gómez Gil es doctor en Sociología, profesor universitario y analista político (cgomezgil@ua.es)

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