Opinión

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LA ENCRUCIJADA

Una visión compartida de Comunitat desde la sociedad civil

Publicado: 21/10/2025 ·06:00
Actualizado: 21/10/2025 · 06:00
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La razón existencial de la Comunitat Valenciana, del país de los valencianos, hunde sus raíces históricas en la lengua y en la cultura; en la construcción de un patrimonio urbano, agrario e infraestructural que ha moldeado parte de nuestro capital natural, abriendo espacios compartidos de trabajo y emprendedurismo en los grandes sectores económicos; en un ánimo vital generalmente abierto hacia el exterior y partícipe de inquietudes asociativas; y en un sentimiento de comunidad, -en minúscula-, que guía a la mayoría hacia respuestas solidarias.

La anterior acumulación de vínculos choca, en nuestro tiempo, con la constatación de diversos obstáculos. Entre éstos, el intento de restaurar los rancios clichés del enfrentamiento a cuenta de la lengua valenciana. Se quiere resucitar confrontaciones pasadas con la doble finalidad de rebañar unos votos que jamás serán superiores a los perdidos por la gestión de la Dana y fortificar las relaciones con la extrema derecha para así destacar como puente entre ambas formaciones cuando vengan las futuras elecciones.

Ello no impide que, en el fondo del escenario local, se contemple la imitación, a escala doméstica, del frentismo madrileño; un frentismo con acento valenciano porque precisamente es la lengua propia el anzuelo utilizado para distraer a la oposición, tapar las vergüenzas del 29 O y las que se desprenden de un enorme vacío: la ausencia de un proyecto maridado con la realidad de 2025 y consecuente con las grandes tendencias internacionales, incluidas las de las transformaciones climática, digital y geopolítica. Tendencias que, entre otras, abarcan la seguridad de las personas ante las manifestaciones destructivas del cambio climático; que delimitan, asimismo, un nuevo marco para empresas y trabajadores moldeado por los grandes monopolios de la tecnología y el conocimiento y los impulsores del proteccionismo comercial.

La Comunitat Valenciana, sin descuidar el presente, se merece otra cosa que no sea colocarse las orejeras de un ayer ya superado tras la creación de la Academia Valenciana de la Llengua. Causa vergüenza ajena que se esté alentando la división por parte de quien está obligado a trenzar la complicidad entre la ciudadanía. Pero siendo esa la situación, los demás estamos obligados a no prestar mayor atención de la necesaria a quienes aplican acidificantes a la convivencia con el ánimo de envenenarla porque, como pueblo, merecemos y necesitamos una visión de futuro integradora y constructiva. Esa es nuestra primera línea.

Una visión de la que merece formar parte nuestro futuro demográfico. Mirar éste con mentalidad abierta, enemiga de la xenofobia, significa aplicar políticas institucionales y sociales de integración. Una integración que contenga las ventajas de aprender la lengua de los valencianos y de formar parte de esas asociaciones festivas, culturales y deportivas que, en el pasado, han servido como canal de conocimiento personal e integración efectiva de anteriores inmigrantes. Para ello, la aproximación del habla valenciana a los inmigrantes tiene que ser promovida como una oportunidad funcionalmente útil y como invitación a formar parte de un tejido social en el que la hospitalidad y la empatía mutuas son sentidas y respetadas.

Contemplar el largo plazo de la Comunitat Valenciana implica, asimismo, hablar claramente del aumento de su renta per cápita y la atenuación de las desigualdades económicas. En términos europeos nuestra posición es relativamente mediocre. Sabemos las causas, pero la Generalitat, con sus prejuicios y censuras, no ayuda demasiado a superar el retraso existente: la caza de lo puesto en marcha por gobiernos con presencia socialdemócrata parece formar parte de las pasiones cinegéticas de algunos miembros del Consell.

No obstante, puede que la actitud de distintos agentes de la sociedad civil tampoco sea la necesaria para construir un nuevo pacto social. Se expresan posiciones que, en general, son más reactivas que activas. La existencia de algunas importantes excepciones no impide apreciar trayectorias que suelen ceñirse a asuntos de interés propio, elusivas de la visión a largo plazo que aquí se defiende: la interesada en asuntos que tomen como referencia el fortalecimiento de los valores democráticos de la Comunitat Valenciana y de sus pilares culturales y convivenciales; la proyección de su economía hacia el conocimiento innovador; el reforzamiento académico, investigador y creativo y la anticipación solidaria a los nuevos riesgos de nuestra época.

Conviene que los retraídos y escépticos recuerden que, con un tamaño de población similar al valenciano, en otros lugares de la geografía europea, -Irlanda, Noruega, Finlandia-, se han hecho filigranas económicas. Incluso superando durísimas crisis, -financiera, inmobiliaria y comercial-, como fue la padecida por Finlandia a finales de los 80 e inicios de los 90. Lugares convencidos de que no existía ningún gen defectuoso en su ADN creativo e innovador y que han evitado ese provincianismo que sólo considera buenas las capacidades de sus naturales cuando reciben premios y aplausos en otras CCAA o en el exterior, como si el juicio crítico interno fuera insuficiente; o peor aún: como si el triunfo de otro supusiera la reducción del espacio de éxito existente para uno mismo.

De igual modo, resulta doloroso comprobar, año tras año, que los lentos avances logrados no permiten calificar de suficiente la identificación económica con la innovación y los intangibles. Los anglosajones lo llaman path-dependency: un comportamiento adherido a los pequeños cambios que se resiste a abandonar la comodidad de lo conocido y asumir la transformación profunda de lo que se lleva entre manos para relanzarlo hacia ese nuevo camino de la economía internacional dominado por singularidades competitivas.

Y mayor asombro genera, incluso, el corrimiento de parte del capital valenciano hacia el sector inmobiliario, con un frenesí rentista de bajos vuelos que, de nuevo, puede frustrar la evolución, diversificada y resistente, de la economía regional. Ha reaparecido la fruición especulativa, mientras grandes empresas valencianas caen en manos de fondos de inversión sin que los argonautas del capitalismo local se conmuevan.

Llegamos a la conclusión de que el pacto entre los mimbres de la sociedad civil es necesario y, más aún, cuando las instituciones públicas están mostrando propensiones eremitas. Pero tampoco vale cualquier sociedad civil: ésta tiene que desprender vitalidad, ideas y proyectos que, junto a lo particular, contemplen los intereses superiores de la Comunitat Valenciana. Y que, a partir de lo conocido en nuestro territorio, planteen estrategias beneficiosas de futuro para las actividades locales y, de paso, útiles para otros territorios del Estado.

Aprendamos, de una vez, que la buena política depende de la calidad de las ideas y no, necesariamente, de su generación en el centro de España. Y, sí, huyendo del campanario estamos en condiciones de generar las mejores ideas, las mejores soluciones. Confiemos en nuestra gente para abrirnos paso en la toma española de decisiones e influir en la europea. Llamemos a esas puertas con razones sólidas en lugar de peregrinar a la búsqueda de silencios institucionales.

Estar a la cabecera de una organización de la sociedad civil puede otorgar protagonismo social, -algo muy valorado por algunos-, pero confiere, sobre todo, un plus de responsabilidad en la búsqueda de una Comunitat democrática y próspera, de un país deseado que cultiva nobles ambiciones compartidas. La sociedad civil no es una mera suma de organizaciones, cada una a su aire: es una suma enriquecida por la convergencia de sus integrantes en asuntos comunes y en la construcción, para ello, de espacios donde expresar las diferentes miradas y proyectos mediante un diálogo constructivo y siempre abierto al pacto.

En ausencia de esos mimbres lo que queda son algunos flashes de colaboración y, por desgracia, un grado de insuficiente reconocimiento social que conduce a la dependencia del dinero público; una dependencia que constituye una contradicción en sí misma porque sugiere riesgos evidentes de sumisión y sometimiento a los poderes públicos. Para hablar de la Comunitat Valenciana con inteligencia y firmeza propias se requiere una libertad que quizás constituya uno de los objetivos prioritarios en estos momentos.

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