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El joven turco

València necesita su Casa Orsola

Publicado: 10/02/2025 ·06:00
Actualizado: 10/02/2025 · 06:00
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Lo que iba a ocurrir con la Casa Orsola, que una finca fuera a ser comprada para especular con ella, no es diferente a lo que está ocurriendo con tantas otras. Sin embargo, lo que finalmente ha ocurrido sí marca la diferencia entre dejarse arrastrar o plantar cara.

 

El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido intervenir. Compra, por más de 9 millones de euros el edificio. Y lo hace tras la enorme movilización ciudadana que veía en esta operación el símbolo de todo un modelo. El retrato de una ciudad convertida en un tablero de inversión y que deja de ser un sitio para habitar. Dinero rápido y rentabilidades altas. Visitas fugaces, gente de paso y calles convertidas en decorado.

 

La historia de ese profesor, Josep, que llevaba media vida en el edificio e iba a ser expulsado de su casa sonaba demasiado cercana. Reflejaba demasiado bien el momento. Porque, frente a ese ejemplo, una inmensidad de personas se sentía posible víctima. Todos podíamos ser el siguiente. Y, es que, a diferencia de otros problemas sociales, este ya ha cruzado la frontera de la clase media.

 

Hablamos de alguien corriente. Alguien como cualquiera de nosotros. Con su trabajo, su salario y su posición, incluso aquí oposición, supuestamente acomodada. Y, de repente, ya no cabe en la ciudad. Está fuera.

 

A Josep lo sentimos cerca, porque lo está. Sentimos que su situación es injusta, porque lo es. Y sentimos que es grave, porque no es una anécdota.

 

Tan cerca como que en la ciudad de València en los últimos meses se ha dejado que varios fondos buitre compren más de 400 viviendas, pese a que el Ayuntamiento pudo habérselas quedado al mismo precio que esos supuestos inversores. Un edificio entero en la avenida de Francia por los mismos 9 millones de euros que ha costado el ejemplo de Orsola. Dos edificios en la calle Turia que se transformaran en hotel tras expulsar a los vecinos y vecinas. Un edificio en la calle de la Reina que ya es de apartamentos turísticos.

 

Sin embargo, el Ayuntamiento de València no hizo nada. A diferencia del caso de Barcelona pasó relativamente desapercibido, como han pasado decenas de operaciones también allí hasta que ha desbordado el vaso, pero todo forma parte del mismo cuento. El de la ciudad en venta. El de la ciudad perdida.

 

 

Y no hacer nada, es hacer mucho. Es dejar que hagan lo que quieran. A costa de todos.

 

Habrá quien diga que el precio a pagar es alto o que no se pueden comprar todas las fincas que se encuentren en esta situación. También quienes pongan el grito en el cielo porque se puede asustar a la inversión.

 

Pero niego la mayor. Probablemente estos 9 millones de euros sean el dinero más rentable gastado por un ayuntamiento de nuestro país en los últimos años. No por el precio al que hayan adquirido cada vivienda, sino porque demuestra que ante una actividad especulativa la ciudad puede mandar parar. Y, efectivamente, esto ahuyentará a inversores. Pero eso es una gran noticia.

 

Porque inversores los hay buenos y malos. De los que crean valor y de los que se lo llevan. O es que alguien va a defender que es positivo para una ciudad vaciar un edificio entero de vecinos y vecinas para acabar cobrando alquileres a precios impagables a gente de paso. O revenderlo al mejor postor, en una rueda que sigue girando, porque se espera que el siguiente comprador colme la avaricia del anterior. Así hasta que explote.

 

Sinceramente, alejar esta supuesta inversión de tú ciudad es una gran noticia para Barcelona, porque habrá fondos buitre que decidan que esa ciudad ya no es segura para saquearla. Y la otra cara de la moneda la tenemos las ciudades en las que se fijara todo ese dinero que busca multiplicarse por el cocktail de ladrillo y turismo. En la que ya estaban, pero acudirán con más intensidad si cabe.

 

Ciudades como València, en las que los mensajes que se proyectan son los contrarios. Los de presumir de cifras sin leer la letra pequeña, los de hacer falsas restricciones al turismo, mientras se tranquiliza a los empresarios prometiendo flexibilizar medidas que ya de por sí no solucionan nada. La de no intervenir en vivienda. La de bienvenido Mr. Airbnb, welcome Blackrock.

 

¿Reaccionaremos? O, después de decir tantas veces la derecha regional que no está dispuesta a ser segundo plato respecto a Catalunya, ¿la excepción la va a hacer con los especuladores?

 

Porque vendrán a comerse en València lo que no les dejen en Barcelona. Y yo no quiero que mi ciudad siga formando parte del menú.

 

València necesita su Casa Orsola. Y cuanto antes.

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