PICANYA (VALENCIA). Hace poco más de un mes, la riada provocada por la Dana inundaba la población de Picanya. Tras el shock inicial de los ciudadanos que vieron sus casas destruidas y anegadas y de los negocios que amanecieron con persianas destrozas y un metro de barro, el pueblo se puso manos a la obra para iniciar una recuperación que se siente todavía lejana. Semanas en las que se ha avanzando en la retirada de lodo, de coches y en las que se ha construido un puente provisional para suplir los cuatro destruidos con el fin de dotar de mejor movilidad a una población que ha quedado divida y desconectada.
Pasear por Picanya ya duele menos, pero sigue con vibras de una película del lejano oeste. El polvo, coches destruidos, una sensación de destrucción, negocios todavía cerrados, pasos de cebra desaparecidos y zonas verdes arrasadas en la que ha sido una de las poblaciones más alabadas de L'Horta Sud por su predominante entorno natural. Ahora, donde antes había césped, pueden verse montones de arena que dan más la sensación de cantera que de pueblo acogedor, una esencia que intenta recuperar con el paso de los días, pero que todavía costará.
"Pero esto no es Paiporta", es una de las frases que más se escucha cuando alguien viene de paso por la población, tras visitar el municipio vecino que, indudablemente, está más atrasado en cuanto a limpieza y acumulación de residuos se refiere, también debido a la dificultad de sus calles más estrechas, los coches que todavía pueden encontrarse en sus calles y alrededores, la devastación de las vías del metro o la recuperación de servicios. Sin embargo, eso no quita para que todo se sienta triste y el pueblo necesite construir su propia recuperación emocional.