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Recomponer el alma

  • Diferentes personas esperan para cruzar el río de Irpin (Ucrania), a 5 de marzo. Foto: DIEGO HERRERA/EP
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Confieso que estoy sobrepasada y esta es una de las columnas más difíciles de escribir desde que el director de Valencia Plaza me pidió que colaborase. Y yo encantada, pero hoy se me hace muy complicado.

No sé ni por dónde empezar. Amigos y compañeros me habéis pedido que hablara de lo que ha pasado en mi casa, en el Partido Popular. A ello me iba a poner, pero la guerra en Ucrania me ha bloqueado porque considero que estamos frente a la lucha de nuestras vidas, del bien contra el mal. No es política, es humanidad. No hay nada más importante.

La libertad es mi guía y la paz es el camino. Por eso, cuando se rompen allá donde sea siento un bocado en el alma, que no es menos de lo que me ha ocurrido tras la invasión rusa a Ucrania. Y cada día que pasa, cuantas más imágenes veo en televisión, más grande es el pellizco.

Pero también considero que debo un comentario sobre las dimisiones en el Partido Popular y la convocatoria de un congreso extraordinario para abril en el que ya no se presentará Pablo Casado. Mucha suerte en el futuro.

Pablo Casado. Foto: EDUARDO PARRA/EP

Pero no me andaré con medias tintas. El Partido Popular de los últimos quince días no estaba en disposición de ofrecer lo mejor de sí mismo para España y los españoles, de ahí la obligada decisión de convocar un congreso extraordinario para “reiniciar” el partido, como ha dicho el presidente del Comité Organizador, nuestro Esteban González Pons.

Espero que salga elegido Alberto Núñez Feijóo. Desde aquí tiene todo mi apoyo. Le considero el mejor de nosotros para levantar el proyecto de centro-derecha que necesita este país frente al peor Gobierno de la democracia, liderado por un presidente, Pedro Sánchez, que pone por delante su propio interés al de la nación pactando con partidos golpistas, filoterroristas y radicales que nos alejan de la Europa democrática y nos llevan al repudio internacional y a la ruptura nacional.

“La guerra ha vuelto a Europa”, decía la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la histórica reunión de la Eurocámara del pasado martes. La ilusión de paz mantenida  en nuestro continente durante casi 80 años (aunque con conflictos como la guerra en los Balcanes en los 90)  nos ha hecho vivir en una burbuja sobre qué es de verdad importante.

Ursula von der Leyen se reúne con Pedro Sánchez, en La Moncloa, a 5 de marzo. Foto: RICARDO RUBIO/EP

Siento que hemos perdido en Europa años, sino décadas, en gilipolleces varias mientras las fuerzas del mal se asentaban en nuestro territorio y ganaban a la democracia zonas del mundo como América Latina o algunos países del propio Este de Europa, con populismos de toda índole. Sobre lo primero, me resulta ridículo el debate sobre la naturaleza de Vladimir Putin, si es comunista o fascista. Es un populista autoritario, enemigo de la democracia y de la libertad. No hay más. Y quien aliente esta dicotomía es que quiere sacar provecho de la guerra. Diablos.

En estas circunstancias, debemos enfrentar nuestra realidad con coraje y determinación. Estamos en unos momentos críticos a nivel mundial, donde nos jugamos el futuro. Reitero que es la lucha definitiva del bien contra el mal, de la democracia contra la tiranía.

España no se puede permitir estar fuera de las decisiones en el ámbito internacional, dando bandazos, como en el envío de armas a la resistencia, por miedo a tener un incendio en el gabinete. ¿Quién se puede fiar de un tipo que un día dice una cosa y al siguiente la contraria, siempre con la misma firmeza? Yo no le compraría un coche y, por supuesto, el canciller de Alemania ni se le acerca.

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