La foto de Aylan ha tenido un "efecto llamada", pero no en los términos insolidarios de la derecha. El "efecto llamada" desde mi perspectiva cercana lo he vivido en forma de mensajes de amigos y familia, pidiéndome información acerca de cómo hacer saber a las autoridades que sus casas están abiertas a quienes están viviendo el éxodo.
Una gran parte de la sociedad civil ha reconocido el hilo que les une a esas familias que huyen para salvar la vida y su futuro.
Hay gente que se reconoce en ellas directamente y también la hay que recuerda a sus propios ascendientes huyendo de la guerra y de la represión franquista.
Hay un antes y un después de la foto de Aylan, que no es más que la evidencia de una realidad que nos venían mostrando desde hace mucho tiempo pero que éramos incapaces de ver. Sin embargo, tal y como nos han ido narrando estos días in situ periodistas como Olga Rodríguez y Alberto Sicilia, la solidaridad es hasta ahora tan sólo un deseo de una gran parte digna de la población porque la realidad de los refugiados cruzando fronteras en esta Europa "fortaleza de los mercados" está marcada por el horror de los antidisturbios, los naufragios y los centros de detención.
No obstante, aquí, la gran mayoría de ayuntamientos del País Valenciano se han organizado siguiendo la estela marcada por Ada Colau y Barcelona en Comú, que defendieron la necesidad de crear una red de ciudades-refugio que dieran acogida a las miles de personas que escapan de la guerra. Se han ido uniendo otros consistorios, como el de Madrid anunciando una partida presupuestaria de 10 millones de euros para garantizar las necesidades habitacionales del proceso de acogida. Por cierto, un millón de euros más que lo presupuestado por el Gobierno central para emergencias y atención a refugiados.