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en la frontera

Tecno-perreo en las Olimpiadas

  •  El pebetero se eleva en el aire tras ser encendido. Foto: MARIJAN MURAT/DPA
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La gente se hace mayor cuando empieza a no tolerar ciertas cosas. Por ejemplo: el ruido excesivo en los restaurantes, una cuestión generalizada. Los españoles gritamos mucho y, encima, los locales en líneas generales no están bien insonorizados. El veterano periodista Pepe López Marín lo describió perfectamente el otro día en la Hoja del Lunes de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante: le amargaron una comida una pandilla de 'stupendos' que se apoderaron a grito pelado del tiempo y del espacio conforme avanzaba su estado etílico. Un restaurante medio pijo, medio caro, en el Puerto de Alicante. “A mi esas cosas me encabronan vivo” le replico en redes. Me hago mayor para determinadas situaciones. 

No logro alcanzar a entender como en la veintena, y más, soportaba los aullidos y la música de determinados garitos, incluidas las discos más famosas de la Ruta del Bakalao donde por cierto  tuve el privilegio de ver a una Nina Simone, ya muy mayorcita, que se puso de moda entre el público que frecuentaba Factory y aledaños. Qué extraña simbiosis. Una de las divas del jazz y del soul (que también fue muy gamberra y heterodoxa) en ambientes punkones y posmodernos. El tiempo vuela y las manías se acrecientan. Me pasa lo mismo con los excesos estéticos (o anti-estéticos) de Eurovisión y mucha música de perreo y alarido acústico, machacón y repetitivo, que algunos pretenden hacer pasar como tecno. No trago.

Llego a casa el viernes por la noche y aún me reengancho a la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Y me chupo media hora de ultra-perreo en unas barcazas que surcaban los seis kilómetros urbanos del Sena. Eurovisión segunda parte. Bailarines convulsos al borde de la epilepsia o de rituales del vudú. Y, anatema, en medio de tanto ruido, un ligero soniquete que recordaba a uno de los temas más célebres de Rita Pavone. Fueron unos segundos. Esas cosas se las puede permitir, digo yo, Paolo Sorrentino que arranca La Gran Belleza con una versión larguísima y tecno de  A far l'amorede Rafaela Carrá. Una sucesión de secuencias antológicas que abren boca para una película también antológica.  Bueno, casi todo en Sorrentino es antológico. 

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