La incertidumbre respecto a cómo será el mundo en el que vivirán nuestros nietos, es uno de los rasgos más inquietantes del entorno económico en el que vivimos. Y no solo por causa del previsible deterioro del medio ambiente, el cambio climático, la intensificación del fenómeno de globalización, el crecimiento de las aglomeraciones urbanas, o el alargamiento de la esperanza de vida de las personas; también por el hecho de que, en este momento en el que nos encontramos, las distintas ramas de la ciencia y de la tecnología están en puertas de generar otra oleada de innovaciones, de carácter más o menos radical, capaces de cambiar, por enésima vez, el mundo tal como hoy lo conocemos.
Es una falacia actuar como si la ELECTRÓNICA, nanotecnología orobótica no fueran con nosotros, porque “lo nuestro” es producir alimentos Y zapatos
La inevitable consecuencia que todo ello puede tener para las políticas públicas orientadas al fortalecimiento de desarrollo económico en un territorio dado, no puede ser otra que la de intentar contribuir, de la manera más eficaz posible, a la minimización de los riesgos, y de los costes asociados, que todo este proceso generará sin lugar a dudas. Y no solo eso, sino que también ayuden a aprovechar oportunidades, allí donde en numerosas ocasiones solo se perciben amenazas. Porque, si bien es cierto es que aún no sabemos a priori, con total precisión, cuales serán las consecuencias que todos estos avances tendrán sobre muestra estructura productiva presente, sí sabemos que las habrá, y que por tanto nos afectarán de una manera u otra. De tal modo, que actuar como si el desarrollo de la electrónica cuántica, la nanotecnología, la robótica y la inteligencia artificial, el internet de las cosas, los nuevos materiales, la biotecnología o la biomedicina, entre otros, es algo que no va con nosotros, porque “lo nuestro” es producir alimentos, zapatos, muebles, tejidos, turismo, pavimento cerámico, juguetes, o casas, no solo es un tremendo error; también es una falacia en sí misma.
Y lo es, porque, no hay forma de mejorar un modelo productivo dado, si esta no se aborda integrando ambas perspectivas en el seno de una única estrategia territorial de innovación. Una estrategia que, a su vez, deberá asumir como propios los tres grandes objetivos que la identifican y le dotan de contenido real: Uno, el fortalecimiento de dicho modelo productivo a través del uso intensivo del conocimiento disponible, y por tanto, de la capacidad para la generación de mayor valor añadido por parte de las actividades ya existentes; Dos, el impulso de nuevas actividades que contribuyan a extender la base productiva de la que partimos, a través, esencialmente, de la producción y uso de nuevo conocimiento; y Tres, garantizar la capacidad de adaptación de nuestras empresas y sectores, en el menor tiempo posible, a los sucesivos cambios tecnológicos, organizativos, de mercado, o de cualquier otro tipo, que se vayan produciendo cada momento del proceso.
Solo alcanzando estos tres grandes objetivos podría reducirse, al menos en cierta medida, el riesgo derivado de la incertidumbre que, hoy por hoy, atenaza una buena parte de nuestras decisiones de inversión o de puesta en marcha de nuevos proyectos. Pero también porque ello nos obligará a convertirnos en agentes activos de los cambios futuros que, con toda seguridad, se producirán (con nuestra participación, o sin ella). Los verdaderos visionarios no son aquellos que se anticipan al futuro, sino quienes contribuyen decisivamente a crear éste, con propuestas tecnológicas y productivas contrastadas en el mercado.