Ya lo dijo el ínclito Zapatero en el Senado en un lejano año 2004: “si hay un concepto discutible y discutido en la teoría política y en la ciencia constitucional es precisamente el de nación...es algo que, en efecto, sabe cualquier estudiante de Derecho”. Y en esas seguimos, debatiendo y discutiendo sobre qué somos y cómo nos organizamos. Así lo demuestra el último congreso del PSOE donde el renacido Pedro Sánchez ha marcado territorio y sólo ha integrado a Patxi López, el amable arbitro del debate que mantuvo con Susana Díaz, y ha vuelto a abrir el melón nacional y constitucional.
Las altas temperaturas, el inicio oficial del verano y el fin de las clases me parecen un momento oportuno para la sinceridad, como ocurre en las charlas que se producen en la calle en los barrios y pueblos, cuando cae la noche y salen a la acera a comentar las penas y alegrías de la vida. Quien escribe es jurista de formación académica y politólogo, es decir, los que nos dedicamos analizar la política como ciencia y encontrar en ella análisis, seriedad y términos técnicos que describen las formas de gobierno de un país, la organización interna de los partidos, los tipos de sistemas electorales y demás menesteres.
Ahora bien, y tras este ejercicio de transparencia, también les confieso que sigo sin entender en qué consiste una nación plurinacional, me suena a una persona pluripersonal, no se porqué pero parece algo esquizofrénico. ¿Hay una nación y muchas naciones dentro de la primera? ¡Ah, no! Es un tema de sentimientos, tradiciones e historia. Perdón, ahora lo entiendo, es decir, que Granada, Navarra, Cáceres, León o Valencia apenas tienen historia ni tradiciones, por no tener no tienen (tenemos) ni lengua propia. Apenas un ridículo Siglo de Oro –siglo XV– con autores y escritos de relevancia mundial como Sor Isabel de Villena, Joanot Martorell o Ausiàs March. Pero eso son temas menores, naderías para considerar a la inmensa mayoría de territorios que conforman la España del siglo XXI como territorios cargados de motivos y razones para considerarse históricos y con una gran tradición cultural.
Ximo Puig escucha a Pedro Sánchez, durante una conferencia en València. Foto: EVA MÁÑEZ.Estos días se habla de ese congreso de los socialistas, de las tensiones que lógicamente ha generado en la estructura territorial donde gobiernan en muchas comunidades y de los pulsos que han comenzado entre los barones –criticados y vilipendiados por el nuevo portavoz de la ejecutiva socialista Óscar Puente–. Pero el fondo de esta crisis vuelve a ser una tremenda incompetencia en muchos aspectos, de fondo y forma. Se habla de España con una tremenda frivolidad, cuando no desconocimiento e incluso maldad.
En 2017 dentro de una construcción como la Unión Europea, donde en las últimas semanas hemos comenzado a disfrutar también del roaming telefónico –cuántas veces nos lamentábamos al salir fuera y desactivar los datos del móvil– y donde se busca la unión y cooperación, se me antoja surrealista e irresponsable que el partido que más años ha gobernado en España mantenga un discurso pueril y ambiguo para contentar a los insaciables nacionalistas. Y sí, lo tildo de pueril porque creo firmemente que el nacionalismos excluyente y conflictivo catalán, tiene una carga de infantilismo muy fuerte; es una actitud ridícula sentirse tan distinto y querer trazar fronteras cuando la realidad de esta España autonómica es absolutamente democrática, descentralizada y plural.
En definitiva, un partido que aspira a gobernar una nación como España con 47 millones de almas y lanza unos mensajes de dudosa legalidad constitucional para agradar a quienes quieren romper la convivencia y la unidad que nos ha permitido crecer, avanzar y mejorar; se me antoja como gobernar o dirigir una familia intentando contentar a tu hijo/criatura/descendiente de 5 años, que como muchos sabrán no sabe bien lo que hace ni lo que dice y además suele ser insaciable. Señores del PSOE para hacer justicia a la historia común, al presente en convivencia y al futuro en unión (europea), dejen de hacer el juego a los díscolos y dejen la manipulación y utilización perversa del lenguaje, España como nación respeta y deja un gran margen a sus territorios, más que la mayoría de países de nuestro entorno y es nuestra garantía de presencia y seguridad en este complejo mundo.