València

EL CALLEJERO

Dani, el hijo de un pastor que es campeón del mundo de peluquería

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Dani es un tipo corpulento. Pero no es su estatura, ni su tamaño, lo que llama la atención. Tampoco ese par de manazas que cogen el móvil como si fuera un naipe. Lo primero que ves de él cuando llega son las mechas blancas que coronan su peinado a lo pelo pincho. Dani está concentrado mientras le da a la tijera. En el sillón está sentado su padre. También su maestro: Fernando Gallego. El hombre que dejó un pequeño pueblo de Cuenca para procurarse una vida mejor en València. Antes emigró a San Sebastián para trabajar en una fábrica, de peón, y por las mañanas empezó de aprendiz en una peluquería.

Dani va con dos móviles: el personal y el de la empresa, una peluquería con seis empleados que va como un tiro. Ahora mismo es imposible conseguir que el titular te corte el pelo. Este es un privilegio reservado para los primeros clientes. Ellos, eso sí, tienen que pedir cita con dos o tres semanas de antelación. Solo con ellos ya tiene cubierta la agenda de los próximos meses.

Hoy es su cumpleaños: 39. Quizá por eso está tan sonriente. “Pero la gente está contenta porque la gente que tengo cortando el pelo está perfectamente preparada por mí”.

  • Foto: KIKE TABERNER

A Daniel Gallego le va muy bien, pero se pasa la vida metido en su salón. Solo cierra los domingos y el sábado por la tarde. La inauguración se produjo en junio de 2015, con 28 años y toda la ilusión del mundo. Antes se había forjado al lado de su padre, en la barbería de Mislata, y había dado sus primeros pasos con otros peluqueros.

A Dani se le detecta enseguida la devoción que siente por su padre. De pequeño lo veía trabajar en la peluquería de Mislata cuando salía del colegio y pasaba por allí a merendar y hacer los deberes. Los compañeros del colegio y los vecinos fueron sus primeros clientes. Él los llama sus “víctimas”. Dani empezó a cortar el pelo muy pronto y no era fácil que su padre, que tenía que sostener el negocio que mantenía a toda la familia, permitiera practicar a su hijo con una clientela que había pagado para que le cortara el pelo un hombre experimentado. Su mujer, Juanita, se deslomaba también llevando adelante el hogar familiar.

También era músico

Los tres hijos aprendieron a cortar el pelo. Su padre quería darles libertad para que estudiaran lo que quisieran, pero que tuvieran siempre ese plan B en el bolsillo. Al tercero, al ver que los dos mayores se habían decantado por la informática, supo manejárselo para que le enganchara el oficio. “Él supo pincharme”. De lo contrario es probable que Dani viviera ahora de la música, Él alternaba el conservatorio con la peluquería. El clarinete y el saxofón, por un lado, y las tijeras, por el otro. Hasta que su padre le puso el cebo y picó. “Muchos compañeros músicos todavía están sin un puesto fijo. Por ese lado, me alegro de haber tomado otro camino”.

  • Foto: KIKE TABERNER

La música, eso sí, dejó su impronta en la disciplina que ha aplicado en su trabajo. Aunque la puerta de entrada fue la competición. Su padre veía el trabajo que hacía en la peluquería y le decía que no estaba bien. Sí que lo estaba, pero era la forma que tenía el maestro de estimular al alumno. “A mí, que aún era adolescente, me daba una rabia inmensa que me dijera eso y me ponía como un loco a trabajar con el maniquí”.

Cuando el chaval empezó a despuntar, todavía con 13 años, se metió en el Gremio de Peluquería  y allí encontró algo que le fascinó: la competición. “Eso fue lo que me amarró al oficio. Mis profesores me metían caña, probablemente inducidos por mi padre, así que fui al primer campeonato convencido de que iba a quedar el último. Pero gané. Eso me animó a seguir y desde entonces mi crecimiento personal ha ido ligado a la competición”.

Veinticinco años después, la puerta de la peluquería Daniel Gallego está llena de pegatinas con los reconocimientos que ha recibido en las competiciones. La última, el premio Fígaro, el más prestigioso del sector en España. Un par de ‘Figaro’ reposan en una estantería como el actor que tiene un Goya en casa. Este año también ganó un premio de los International Hairdressing Awards y, en 2023, otro en los International Visionar Awards. Un palmarés imponente para el aprendiz de un barbero de barrio que abrió hace décadas un modesto negocio: Peluquería Fernando.

  • Foto: KIKE TABERNER

Dani compite en la categoría más creativa, esa que premia las ideas que surgen de la cabeza de un peluquero tan imaginativo como Daniel Gallego. “Aquí se valora el estilo general, la creación que tú haces, que el pelo armonice con el rostro del modelo. En esta categoría he sido campeón del mundo. En la competición tú presentas cuatro fotos con las ideas que has desarrollado y se las eligen, ya tienes que reproducirlas en la final con un modelo al que le cortas el pelo”.

Un pastor de seis años

Su maestro nació en Belmontejo. Allí creció como un niño al que pusieron a trabajar con seis años, a pastorear un rebaño con más de 500 ovejas. Un chiquillo de la posguerra que se buscaba la vida con seis años en mitad del campo en pleno invierno. “Mi padre no probó un pescado fresco hasta que cumplió 18 años”. Un hombre que trabajó muy duro y que emigró a San Sebastián para mejorar. De allí volvió como peluquero y entonces decidió probar en València, donde conoció a Juanita y donde formó una familia. “Nos dio una buena vida, con estudios y comodidades. Tuvo mucho mérito lo que consiguió”.

Su hijo estuvo a su sombra hasta que cumplió 18 años. Aquel joven, aunque agradecido, estaba un poco harto de que su padre no le asignara un jornal y que tuviera que ir a pedirle dinero cada vez que quería hacer algo. “Me fui a otra peluquería y a los 21 años me monté una propia con una socia, una amiga mía que se llama María Ángeles. Ella hacía señoras y yo hacía caballeros”. Ocho  años después, empujado por su ambición, decidió abrir su propio salón en solitario.

  • Foto: KIKE TABERNER

Allí desarrolló toda su creatividad y empezó a ganar premios en los campeonatos a los que se presentaba. “Para esto hay que estar zumbado porque te requiere mucho tiempo. En mi caso acabo de trabajar y le sigo dando vueltas a la cabeza pensando en nuevos cortes. Esto lo hago por gusto profesional y porque soy competitivo, no lo hago por dinero”.

La vertiente empresarial no la descuida y se aprovecha de una ´época en la que el hombre ha pasado a fijarse en su imagen tanto como una mujer. “El hombre exige cada vez más en la peluquería y creo que eso hace que se un buen momento para el negocio. Antes iba por necesidad: cortármelo corto y que me dure. Ahora viene por imagen y por estética”.

Dani tarda un segundo en responder a la pregunta de qué hombres conocidos pueden ser considerados un referente por su pelo. “Hay dos que son míticos. Uno es Brad Pitt. Todo lo que se hace le queda espectacular. Pero el número uno indiscutible es David Beckham. Nadie ha influido más que él. Le ha copiado todo el mundo. Cuando llevaba cresta, todo el mundo se hizo una; cuando se lo dejó largo, todo el mundo se lo dejó largo. Es verdad que los dos son muy guapos y eso ayuda. Son dos iconos de la moda masculina”.

Dani mira sus dos teléfonos móviles. Cuando estira un brazo asoman, en la muñeca, varias de esas pulseras de bolas (¿los chakras?) que lleva todo el mundo. Es hora de volver a su salón. En unos minutos tiene una reunión. El peluquero no para. El negocio le va bien y tiene ya los premios más prestigiosos. Pero quiere más. Un corte más. Un trofeo más. El hijo de aquel antiguo pastor es insaciable.

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